Dante Bobadilla

La estafa del Estado

La estafa del Estado
Dante Bobadilla
03 de septiembre del 2015

Sobre la incapacidad del estado para garantizar seguridad de ciudadanos

En un país civilizado un ciudadano llama a la policía y al término de la distancia se constituyen tres patrulleros en su domicilio, los que no se van sin antes solucionar el problema con la autoridad de que están investidos. Me consta. Así funciona. En cambio en el Perú no es fácil llamar a la policía. El teléfono suena y suena sin que nadie conteste. De pronto responde el primero que pasa cerca y lo hace de mala gana y con displicencia. Al final dice que no tienen unidades para acudir y nos deriva al serenazgo. Incluso hay comisarías que no tienen teléfono. Para colmo, la policía no tiene mayor autoridad. Eso es lo que el Estado peruano nos ofrece en cuanto a servicio policial. No hablemos por ahora de fiscales, jueces y penales.

Si un Estado no puede garantizar la seguridad de sus ciudadanos no merece existir. Así de simple. Es una estafa. Una de las principales funciones de un Estado es garantizar la seguridad y la justicia. Si no ha cumplido con esto no debería emprender otras tareas como pretender ocuparse de la mujer, los minusválidos, los excluidos, los jóvenes, entre otras cargas absurdas que se va echando encima solo por propaganda política. Es muy fácil quejarse de una empresa privada que no cumple con sus obligaciones adquiridas, pero resulta imposible o inútil quejarse del Estado cuando este nos estafa y abandona sin cumplir sus obligaciones.

El Estado peruano es una estafa monumental: brinda pésima educación, un deplorable servicio de salud, no completa las obras de infraestructura básicas y no garantiza seguridad a nadie. Sin embargo, inexplicablemente, la gente pide más y más Estado y quieren que este se ocupe de todo. Ahora pretenden que el Estado se haga cargo de la explotación petrolera. Hay sectores que aspiran a cambiar la Constitución para permitir que el Estado vuelva a asumir funciones empresariales. ¿Qué les pasa? ¿Se volvieron todos locos? ¿Acaso no ven que el Estado es ineficiente e incapaz, y está plagado de incompetentes y corruptos?

Como es imposible demandar al Estado por incumplimiento de funciones, la gente optó por resolver por sí misma su seguridad. Empezaron enrejando las calles, colocaron vigilantes en cada cuadra, crearon el Serenazgo, y las empresas contrataron su propia seguridad privada. Mientras tanto el Estado seguía sin hacer nada al respecto, y ocupándose de otras cosas como el turismo, el medio ambiente o la cultura. La delincuencia crecía y la respuesta del Estado era sacar spots donde, asombrosamente, culpaba a los ciudadanos por su inseguridad. Luego inventaron la pasmosa frase: “la seguridad es tarea de todos”. Como respuesta a la ola delincuencial, el Estado creó trámites ridículos como licencias para lunas polarizadas en los autos, además de complicar hasta el absurdo las licencias para portar armas. Es decir, en lugar de ocuparse de los delincuentes, el Estado se dedicó a fastidiar a los ciudadanos.

El Estado no debe seguir creciendo y ocupándose de más tareas sin haber cumplido lo esencial. Exijamos seguridad, por lo menos y para empezar. Mientras el Estado no sea capaz de poner tres patrulleros en la puerta de un ciudadano a los diez minutos de su llamado, el Estado debe seguir ocupado en esa tarea sin asumir otras. Además debe dejar de fastidiar con trámites a los ciudadanos que quieren hacer algo por su propia seguridad. Debemos condenar a los charlatanes electorales que pretenden aumentar el tamaño del Estado cargándole más ocupaciones y creando más ministerios. Al contrario, es hora de reducir y descargar el Estado para que se concentre en sus tareas fundamentales. Basta de demagogia estatista.

Por Dante Bobadilla

Dante Bobadilla
03 de septiembre del 2015

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