Martin Santivañez

¿Ha muerto el aprismo?

¿Ha muerto el aprismo?
Martin Santivañez
15 de abril del 2016

Sobre la continuidad de un viejo partido 

“Mi muerte fue una exageración” dijo el gran escritor Mark Twain cuando en 1897 el New York Journal publicó erróneamente la noticia de su muerte. Twain, tras leer el periódico, despachó una graciosa carta al director en la que hace gala de la fina ironía que lo caracterizaba afirmando que “James Ross Clemens, un primo mío, estuvo seriamente enfermo en Londres hace dos semanas. La noticia de mi enfermedad derivó de la enfermedad de mi primo. La noticia de mi muerte fue, sin duda, una exageración”. De hecho, Mark Twain vivió varios años más y continuó iluminando el mundo con su talento, llegando incluso a conseguir el doctorado honoris causa de la Universidad de Oxford, poco antes de morir, esta vez sí, de verdad y sin carta aclaratoria.

La exageración forma parte de la política. La derrota del APRA ha sido exagerada por los enemigos naturales del aprismo –los caviares— aunque la celebración no tenga razón de ser. El aprismo ha sufrido un revés importante pero eso no significa que su extinción esté a la vuelta de la esquina. Muy por el contrario, el APRA ha logrado colocar sendos portaviones en el Congreso. Mulder, Velásquez Quesquén, Del Castillo, Luciana León, son congresistas experimentados y con mucha iniciativa. Precisamente por eso, aunque se precisa un cambio en los partidos políticos tradicionales, este cambio tiene que ser uno de carácter posibilista, no voluntarista.

El posibilismo es la diferencia entre la verdadera eficacia y la reforma inconclusa. Si la derrota de la Alianza Popular exige, como es natural, cambios profundos en la organización aprista, estos cambios no deben ser el fruto de un voluntarismo exacerbado y mucho menos del revanchismo mediocre que es el escenario de los cínicos en la derrota. Los cambios en las organizaciones que aspiran a recuperar el liderazgo político muchas veces implican reposicionar a los líderes, convertirlos en grandes consejeros, no liquidarlos o condenarlos al exilio. En el caso aprista su principal activo, el depósito de la tradición aprista, está vinculado a una serie de personajes muy concretos que tienen mucho que aportar en cualquier proyecto regenerador, aunque no lo encabecen.

Siempre, en toda organización, existe un grupo de jóvenes turcos que creen que la refundación completa no solo es posible, sino también deseable. Se equivocan. La gran tradición de los partidos históricos no es algo intangible, no es una piedra que se pueda trasladar de un local a otro. No se deposita solamente en edificios, libros o reglamentos. La tradición también está conformada por personas que con su vida, con su ejemplo y sacrificio han hecho de los partidos lo poco o lo mucho que son. El partido aprista ha llegado dos veces al gobierno de la mano de un grupo de personas muy concretas, con sus grandezas y miserias. Prescindir de ellos en medio de la burla y el escarnio es comprensible en el caso de la oposición caviar, pero indefendible si se trata de sus propios compañeros. Hay que recordar a los hijos que lo que hacen con los padres es materia de suma gravedad.

El caso de Alan García es fundamental para comprender el futuro aprista. García ha liderado al aprismo hasta el Palacio de Pizarro en dos oportunidades. Y hace bien al dar el ejemplo y renunciar a sus cargos. Es preciso que una nueva generación tome la posta de manera coordinada y realista, con posibilismo efectivo, no con voluntarismo vengativo. Ahora bien, desdeñar la experiencia de una generación que alcanzó el poder y lo ejerció en la realidad es peor que un crimen, es una equivocación.

Queridos caviares incapaces: Mark Twain tenía razón. Hay muertes, como la del aprismo, que son una exageración.

Martín Santiváñez Vivanco

Martin Santivañez
15 de abril del 2016

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