Eduardo Zapata

Exámenes finales y terrorismo pedagógico

Exámenes finales y terrorismo pedagógico
Eduardo Zapata
16 de julio del 2015

Sobre la dura realidad actual de los estudiantes universitarios

Cuando los alumnos universitarios ingresan a la semana de exámenes finales, no dejo de pensar en el horror antipedagógico que les espera y en el stress inhumano al que son sometidos. Pienso, al tener que rendir los jóvenes dos o tres exámenes en un solo día, –finalmente y en el fondo- en la abdicación sistemática que ha hecho la universidad frente al conocimiento.

Porque esa semana es el epítome del sin sentido. Llevar durante un semestre universitario siete u ocho cursos, levantarse a las cuatro o cinco de la mañana para sortear –en el caso de Lima- el tráfico infernal, es ya un sacrificio. Y tener que llegar a clases a las siete de la mañana, tener dos o tres horas de clase, luego un interminable vacío de dos o tres horas para esperar una segunda clase  -sumado a una infraestructura universitaria carente de ambientes apropiados y suficientes siquiera para sentarse y trabajar- no es precisamente síntoma universitario.

La situación descrita no solo les arrancará horas de descanso, les hará perder tiempo y los desmotivará hacia la vida universitaria, sino les inhibirá a muchos –que lo necesitan- cualquier posibilidad de trabajar para ganar experiencia o contribuir a pagar sus estudios.

A quienes les gusta mirar modelos extranjeros ¿acaso no es cierto que en la mayoría de universidades de prestigio los estudiantes –viviendo en el campus- llevan solamente cuatro o cinco cursos como máximo? Algunos de los cuales son –por su naturaleza formativa- anuales.

La semestralización de los cursos –que se retrotrae a los setentas y a Walter Peñaloza, pero en otro contexto- unida a la ausencia de auténticas convicciones pedagógicas en las universidades y al imperio de la burocracia administrativa sobre el  conocimiento, ha propiciado distorsiones en nuestro quehacer académico. Produjeron una inercia gracias a la cual las programaciones irracionales de exámenes y las burocracias universitarias sometidas a los tiempos del costo/beneficio, expropiaron el conocimiento en los jóvenes y los alejaron de su disfrute. Y se antepuso, entonces, la concepción del estudiante como simple pieza de un engranaje divorciado de cualquier concepto de universidad y de cualquier preocupación real por la producción de conocimiento.

¿El resultado? Nos lo dicen las neurociencias y la psicología cognitiva. El estudiante se limita a activar –porque no puede hacer otra cosa- la memoria de corto plazo. Aquella del almacenamiento fugaz en detrimento de la memoria de largo plazo. Aquella capaz de retener pertinencias y sistematizar relevancias. Aquella capaz de llevarnos a la competitividad y productividad reclamadas.

Si miramos bien, la ley universitaria promovida por el General EP Mora es una ley que no toca el corazón de la vida universitaria. Más aún, desconoce esta vida. Se trata de una ley de externalidades, fácil de cumplir con cambios de nombres y procedimientos. Con papeles y artilugios de infraestructura. Ajena en todo caso al corazón de la vida universitaria.

Eduardo E. Zapata Saldaña

16 – Jul – 2015

Eduardo Zapata
16 de julio del 2015

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