Raúl Mendoza Cánepa

Corrupción

Se necesita reformar el Estado para acabar con este mal

Corrupción
Raúl Mendoza Cánepa
11 de diciembre del 2017

 

Interesante reflexión la de Alfredo Bullard en El Comercio: “Alejandro se sube a un taxi. En el camino, el chofer le ‘mete letra’. ‘¿Ha visto todo lo que está pasando? Todos son unos corruptos y ladrones. Los políticos y los empresarios. Estamos hasta el perno. Ojalá terminen todos presos’. Alejandro le pregunta entonces al taxista: ‘¿Nunca le ha pagado una coima a un policía?”. El taxista se sonríe: “Esa es otra cosa. Si te paran y no les pagas, no te dejan trabajar. Eso no es ningún delito’”. Siempre habrá una forma por la que cada peruano justifique sus actos mientras celebra que cuatro empresarios sean apresados, el presidente esté en la picota, una ex alcaldesa en aprietos, algunos ex gobernantes y ex candidatos con montículos de tierra por escarbar.

Desde luego que Bullard, sin proponérselo, sugiere dos supuestos de lógica diferente. Por un lado, los políticos, funcionarios o empresarios que tratan de beneficiarse de las “flexibilidades” del sistema; y por otro, el taxista o el tramitador que confronta con un Estado que lo acorrala y lo ahoga. Para los primeros existen las adendas o los cambios de reglas de última hora, su objeto es el lucro. Para los segundos se trata de superar la lentitud de una administración entreverada y mañosa, su objeto es reducir sus costos. El pequeño inversionista que corre contra el reloj porque un funcionario menor le exige un papel inútil, “apuremos las cosas”; un taxista que apenas vive al día, enfrentado de pronto a un policía que quiere festinar de su pobreza con una falta inexistente, o un emprendedor que las ve negras porque los municipales le echaron cerrojo a su local por “quítame estas pulgas”.

Si reparan bien, la causa primera de la corrupción no es el funcionario o el privado coludido, sino la manera como están planteadas las cosas. Según los liberales la corrupción existe porque hay Estado: a menos Estado menos maraña, más control de los actos administrativos. Para un pensador práctico, el tema no es la reducción, sino la cobertura. Cuando el Estado cubre el servicio y dispone de más tiempo para cada usuario del sistema, los procedimientos son más rápidos. La coima o el embute no existirían si es que el Estado fuera funcional. Si usted conduce un vehículo en Lima y comete una infracción puede quedar bien librado. Por tal, cuando viaja a Europa y toma el volante se cuida más, sabe que desalinearse podría ponerlo de cara con un juez. Olvídese de intentar aceitar al policía, podría quedar entre rejas. En un caso el Estado funciona y los ciudadanos temen incumplir la ley; en el otro, saben que la regla es la colusión y la impunidad.

¿En qué falla el Estado? Suena a la vieja pregunta de Zavalita, “¿Cuándo se jodió el Perú?”. Fácil, se jodió cuando los virreyes recibían las leyes de indias para musitar “se acata, pero no se cumple”. En un Estado disfuncional, paquidérmico e ineficiente la pauta virreinal adquiere mayor sustento. Los poderosos no las cumplen porque no quieren, los pobres porque no pueden. Pregúntele si no al taxista que es amonestado sin culpa, al empresario pequeño que descubre un inexplicable “cerrado por disposición municipal” en su frontis, al ciudadano apremiado que debe corregir un dato en los registros públicos, al que ve frente a sí una enorme cola para tramitar un papel o al que con la muerte ad portas escucha “Essalud lo atenderá dentro de noventa días”. El problema no es el de la rala noción de la ética pública (gatos oportunistas en el despensero hay en todo el mundo), sino la forma cómo hemos estructurado el Estado y sus procesos, y la falta de imaginación frente a un desfase entre oferta y demanda en el servicio.

La otra corrupción, la grande, se debe a un Estado disfuncional y patrimonialista, donde un gobernante, un ministro o un alto funcionario pueden cambiar las reglas a discreción para favorecerse. Empresarios coludidos, políticos corruptos, funcionarios venales, desde Chile hasta China. El elemento que “hace la diferencia” es solo el Estado.

Sin reforma estatal no hay lucha contra la corrupción ni arriba ni abajo, una lucha hoy circunscrita a un simple tema de jueces y fiscales.

 

Raúl Mendoza Cánepa
11 de diciembre del 2017

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