Martin Santivañez

Con sangre entra

Con sangre entra
Martin Santivañez
18 de julio del 2014

Sobre la ley universitaria y la educación superior de calidad

La dispersión es la característica fundamental de la academia peruana. La dispersión es el origen, el Alfa de los grandes problemas que atraviesa nuestra universidad. La dispersión se manifiesta en la poca doctrina global que producen nuestros académicos en comparación con sus pares regionales y, también, en la carencia de management educativo. En efecto, la dispersión es el origen de la confusión de roles académicos y es por eso que en el Perú prolifera un modelo híbrido que fusiona los roles de profesor/coordinador/directivo. Esto es fruto de la polivalencia propia de los entornos dispersos y genera, a mediano plazo, disfunciones propias de los procesos que no están clarificados.

La moderna dirección universitaria separa la carrera académica de la gerencial. Así, las universidades efectivas, de alta performance, tienen líneas de carrera distintas: una para los profesores, una para los investigadores, una para los administrativos, una para los gerentes. Ciertamente, un profesor puede a la vez ser investigador, pero la propia especialización, signo distintivo de la ciencia de nivel, busca y promueve la distinción, generando centros de investigación caracterizados por la dedicación exclusiva.

He allí los dos extremos del espectro académico: dispersión-dedicación exclusiva. El disperso es polivalente, hace muchas cosas a la vez, y, salvo notables excepciones, consolida un modelo que no es competitivo a nivel global. La especialización es el requisito para la excelencia. De allí que las modernas facultades tengan, por fuerza, que presentar esta distinción clarificada meridianamente en su organigrama, en el plan estratégico y en el manual de funciones. Una universidad seria separa, especializa, busca la distinción de roles porque en la línea de carrera está la clave para la excelencia.

Por eso, si queremos universidades competitivas hemos de especializar las facultades y distinguir claramente los roles. Un profesor es distinto a un administrativo. Un administrativo es distinto a un investigador. Un investigador difícilmente es un gerente. ¿Pueden confluir, en un mismo sujeto, dotes, cualidades efectivas, para ser un gerente, un catedrático y un investigador a la vez? Por supuesto. Cuando esto sucede, la Universidad debe promover tal carrera, cuidar esa vocación y permitir su incorporación en el gobierno del claustro, preparándolo para conducir la institución al más alto nivel.

Cuando esto no sucede así, cuando el universitario auténticamente vocacional es relegado por la mentalidad fenicia o el radicalismo ideologizado, entonces la academia se transforma en una fábrica de mediocridad neoliberal o en un sóviet de medianías filo-caviares. En realidad, que las universidades peruanas ocupen los últimos puestos en los rankings regionales (y ni qué decir de los globales) es un síntoma del triunfo de eso que Ortega y Gasset llamaba “aristofobia”: el odio a los mejores. En las universidades malas, en las universidades mediocres, en las universidades donde se regala el título y se forman masas más no personas, el odio a los mejores es la base de todo desconcierto. Este odio a los mejores, esta aristofobia, se traduce en la entronización de la mediocridad a través de la argolla, en la postergación de los más capaces y en la repartija de puestos en función al amiguismo o la antigüedad. En la universidad mediocre que no quiere salir de su molicie se odia a los mejores, se les rechaza, persigue y bloquea.

La ley Mora no es una ley hecha por lo mejores, ni está hecha para los mejores. Está diseñada para los que tienen doctorado. No se puede confundir el doctorado con la excelencia académica. Normalmente van unidas, pero, seamos serios, este no es un país normal. Habría que examinar (control académico) uno a uno los doctorados de este país. ¿Es bueno tener profesores a tiempo completo? Sin duda. ¿Es bueno fomentar la investigación? Nadie se opone a ello. Sin embargo, lo que no es de recibo es el voluntarismo de los autores de la ley, un voluntarismo ciego que ignora profundamente la realidad educativa peruana.

Los gerentes saben muy bien que cuando se aspira a implementar una reforma (hay múltiple evidencia en este sentido) es preciso llevar a cabo la transformación de manera efectiva. Caso contrario, el resultado será peor que la situación inicial. Y el problema se agravará. La universidad que quiere Mora es una universidad que necesita una estrecha colaboración económica entre el Estado y los privados porque implica una transformación de las agencias supervisoras del Estado y una nueva cultura de management educativo. Este es el punto que hace falta en la ley. La letra no solo con sangre entra. También con recursos (muchos recursos) y visión de la realidad.

Por Martín Santiváñez Vivanco

Martin Santivañez
18 de julio del 2014

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