Javier Agreda
Cinco entradas a Cinco Esquinas
Crítica a la nueva novela de MVLL
1) Continuidad literaria
La novela Cinco Esquinas (Alfaguara, 2016), la más reciente entrega de nuestro Nobel Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) continúa en la línea narrativa que el autor iniciara con su anterior novela, El héroe discreto (2013): relatos ambientados en el cambiante Perú de las últimas décadas, en el que los valores parecen haber quedado subordinados a los intereses personales, y en el que las personas con mayor éxito económico son objeto de chantajes de todo tipo. Pero también una sociedad en la que todavía hay algunos “héroes discretos”, personas que desde su pequeño campo de acción se enfrentan a la corrupción y podredumbre. En este caso se trata de una periodista, apodada “la Retaquita”, quien a finales de los noventa (y desde una modesta revista de chismes de espectáculos), se atreve a denunciar nada menos que al “Doctor”, al todopoderoso Vladimiro Montesinos.
2) Un thriller vargasllosiano
Por su trama, la novela es básicamente un thriller: Rolando Garro es un periodista “amarillo” que trata de chantajear al empresario minero Enrique Cárdenas. Cárdenas no cede, por lo que Garro publica las fotos de una orgía en la que participó el empresario. Y en medio del escándalo mediático, Garro aparece asesinado cerca del lugar conocido como Cinco Esquinas, en Barrios Altos (Cercado de Lima). Solo hay dos sospechosos del crimen: Cárdenas y el comediante Juan Peineta, una vieja personalidad del mundo de la televisión, que mantenía una larga y casi olvidada enemistad con Garro. Y es la Retaquita (Julieta Leguizamón, que vive en Barrios Altos), la principal discípula de Garro, quien descubrirá los vínculos de su jefe con la red de medios que se dedicaban a difamar a los opositores del régimen fujimontesinista.
Hay que hacer la salvedad de que se trata de un thriller pero a la manera vargasllosiana, como La fiesta del Chivo (2000), en el que lo importante no descubrir al autor del asesinato, sino todos los sucesos que se desencadenan a partir de ese descubrimiento. En este caso el ascenso de la Retaquita a la categoría de estrella mediática (con claras reminiscencias de Magaly Medina), y su posterior conversión en enemiga de la dictadura.
3) Erotismo
Como suele suceder en las novelas de MVLL, la ficción está dividida en dos “mundos” opuestos y complementarios. A los “empobrecidos” Peineta, Retaquita y Garro (esbozados rudimentariamente por el autor, casi de manera caricaturesca) se oponen los personajes de clase alta: Enrique Cárdenas, su amigo el abogado Luciano Casasbellas, y sus respectivas esposas, Marisa y Chabela. Todos ellos viven entre lujos y comodidades, tanto en Lima como fuera del país, y apenas reciben los ecos de los atentados terroristas y la violencia política. La novela se inicia y termina en estos ambientes: con las primeras experiencias lésbicas entre Marisa y Chabela (en el capítulo “El sueño de Marisa”) y con la aceptación de los cuatro de participar en una orgía (en el capítulo “¿Happy end?”). Como si el autor nos quisiera decir que esa fachada de lujos y hedonismo se sostiene en la corrupción y la miseria en que están inmersos los otros personajes.
En sus ensayos, Vargas Llosa defiende el erotismo como liberación/transgresión, y no lo presenta desde una óptica moral ni censora. Pero en la narrativa, quizá por deficiencias de estilo —emplea aquí el tono travieso y divertido de las novelas El elogio de la madrastra (1988) y Los cuadernos de don Rigoberto (1987)—, todo el tema erótico no deja de comunicar una cierta impresión de frivolidad. Una impresión que se ve reforzada en esta novela por el carácter de los personajes involucrados, más bien débiles e incapaces de cualquier tipo de heroísmo: en la noche que pasa en la cárcel, Enrique se somete a los humillantes pedidos sexuales de un compañero de celda.
4) Demonios conocidos
Hay en esta novela muchas otros elementos de continuidad con respecto a la obra anterior de MVLL. Los principales tienen que ver con los más conocidos “demonios” vargasllosianos: el poder político en general y las dictaduras en particular. Lamentablemente, en este aspecto Cinco Esquinas deber ser una de sus novelas menos logradas: no vemos, como en Conversación en la Catedral (1969) o La fiesta del Chivo —relatos más extensos y ambiciosos— cómo se extiende la red de corrupción de la dictadura y afecta, de diversas maneras, a todos los personajes de la ficción. No se “muestra” a la dictadura, solo se “enuncia”.
Acaso la mayor aporte de la novela en este tema sea el personaje de la Retaquita. Ella se convierte de periodista amarilla en una “heroína discreta”; pero no como consecuencia de una radical transformación que la lleve de un extremo de maldad a otro de bondad. Ella contribuye a la caída del régimen al revelar públicamente los detalles del asesinato de su jefe. Pero esto no lo hace por convicciones políticas, ideológicas, éticas o cívicas; sino por una revulsión moral/personal mucho más primaria.
Además, como consecuencia de su inicial acercamiento al oscuro poder político, ella cambia su vida, conquista celebridad, comodidad material, hasta respetabilidad. Por eso, su redención consiste, a la larga, en volverse en un agente poderoso de esa tendencia trivial, inmoral, calumniosa, chismosa de los medios masivos. Es decir, la moralización política es hecha a partir de la imposición de la sociedad del espectáculo. La televisión que la protagonista hace no se diferencia, en sustancia, del tipo de degradación de lo público que había puesto en marcha la dictadura. Gracias a la Retaquita el fujimontesinismo desaparece como régimen político, pero triunfa como cultura política.
5) Fábula moral
Además de los “problemas” narrativos mencionados arriba se podrían señalar otros. El propio crítico José Miguel Oviedo, amigo personal de MVLL, ha comentado que es “en el plano retórico” en el que se le pueden hacer los mayores reparos a la novela, como “el uso excesivo de los diminutivos”, con los que se trata de imitar la forma de hablar de los limeños. Nosotros agregaríamos también las descripciones demasiado simples y esquemáticas, o los giros injustificados de la trama; “facilismos” en los que el autor no cayó en sus mejores novelas.
Oviedo ha atribuido esos problemas formales a las “prisas” editoriales. Pero ya estaban presentes en El héroe discreto, un libro publicado sin ningún tipo de apuros. Entonces habría que pensar más bien en un “cambio” en el modelo narrativo vargasllosiano: de la novela “exploratoria” y basada en amplios retratos sociales ha pasado a la fábula moral y eminentemente didáctica, en la que sí se suele apelar a personajes estereotipados y acartonados. Ese cambio ha sorprendido negativamente a los más fieles seguidores de MVLL; pero en cambio, seguramente le permitirá ganar nuevos lectores.
JAVIER AGREDA
COMENTARIOS