Nancy Arellano

Asesinato de la República: el oscurantismo democrático en Venezuela

Asesinato de la República: el oscurantismo democrático en Venezuela
Nancy Arellano
18 de mayo del 2017

El final de una crisis iniciada en 1992

Lo que sucede en Venezuela es el fin de una era. El declive de una etapa histórica. La decadencia de un periodo de brillantez, con todo y sus defectos, cuyo descenso se inició en 1992.

Venezuela transitó el camino a la democracia desde principios del siglo XX. Una serie de sucesos desencadenaron la maduración política que trajo consigo la erradicación del caudillismo y la institucionalización del Estado (Fuerzas Armadas incluidas) y los movimientos civiles y políticos que pusieron la exigencia civilista sobre el tapete. Luego, entre avances y retrocesos, logramos en 1958 abrir paso al periodo democrático más estable y próspero de la región.

Como todo periodo histórico tiene inicio auge y declive, en 1992 comenzó el declive, con las declaraciones del entonces senador Rafael Caldera de que "la democracia no puede existir si los pueblos no comen" refiriéndose al intento de Golpe de Estado de Hugo Chávez. Además ese día recordaba algo que había escrito días después del Caracazo que "Venezuela era algo como la vitrina de exhibición de la democracia latinoamericana. Esa vitrina la rompieron en febrero de 1989 los habitantes de los cerros de Caracas que bajaron enardecidos. Ahora, la han roto la culata de los fusiles y los instrumentos de agresión que manejaron los militares sublevados".

Para mí, cuando Caldera, el Dr Caldera, admitió que el discurso de la violencia fuese un mecanismo válido, asestó uno de los golpes más duros a la institucionalidad democrática. Se creó y solidificó la pátina del declive para la democracia venezolana. Decir que los militares expresaron políticamente su descontento con la democracia, dando un golpe, sería como convalidar el terrorismo islámico como "expresión crítica" a Occidente. Un golpe es un golpe, y los terroristas son terroristas.

Hoy en este corolario del declive democrático y oclocrático de Venezuela, la Constituyente de Maduro es el ultraje más salvaje que se haya visto a la noción de democracia en pleno siglo XXI. Es el magnicidio más perfecto al Soberano en pleno: el poder constituyente —ridiculizado, prostituido, banalizado, delegado, coartado, usurpado y manipulado— se desangra en medio de muchedumbres embobecidas, corrompidas o hambrientas, y militares sádicos que ignoran o deciden ignorar lo que realmente es Venezuela y el papel que deben cumplir en este oscurantismo democrático.

¿Qué podemos hacer? Muchos valientes están ahí en las calles intentando decir, de formas mucho más cívicas que en 1989 o 1992 lo que el Sr. Caldera intentó justificar en aquel discurso cómplice de 1992, Y con una situación país diez veces más grave que la que vivimos en aquel tiempo, cuando el declive solo empezaba y nuestros flamantes actores políticos solo aceleraron con sus miopes visiones del papel que debían jugar.

Hoy debemos ser muy superiores a los rompevitrinas, hoy debemos saber cuál es nuestro papel para atravesar el oscurantismo democrático. Ello implica una acción decidida de los liderazgos democráticos para reinstalar los poderes institucionales desde la calle, la Asamblea, los partidos y las Fuerzas Armadas. Un tercer actor que dirima y cohesione es clave, y este deberá lograr aglutinar también a parte del filochavismo, o no sería tan democrático como se requiere ni tan contundente como se demanda.

Nancy Arellano

 
Nancy Arellano
18 de mayo del 2017

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