PPK y Belaunde

Sobre el estilo político del Presidente electo

En los años ochenta a Fernando Belaunde Terry se le solía dibujar en una nube, mientras sus correligionarios cruzaban espadas en la arena pública. Los clásicos enfrentamientos entre Manuel Ulloa y Javier Alva Orlandini comenzaron a ser parte de la cotidianeidad. Algunos errores de apreciación del propio Belaunde sobre la realidad nacional (abigeos por terroristas de Sendero, por ejemplo) impulsaron a considerar que el ex presidente descansaba en la nube por su distancia de la realidad. Sin embargo, analizando las cosas a través de los años, la experiencia de Belaunde también era la expresión del estilo democrático y republicano que caracteriza a las sociedades abiertas: el jefe político no es el “clásico caudillo” que censura tendencias en el movimiento y proscribe opiniones divergentes.

¿A qué viene todo esto? Luego de su proclamación como jefe de Estado, PPK parece inaugurar un estilo en el que comienza a ubicarse por encima de todas las contradicciones, recordando a todos que es el presidente, el Primer Magistrado de la Nación. Una buena noticia. Pero junto con esa voluntad justa y válida de subirse sobre el día a día profano, PPK permite que sus dos vicepresidentes desarrollen un protagonismo inusual; incluso ambos se atreven a poner ciertos puntos y comas sobre los eventuales nombramientos del futuro Gabinete. Pero las cosas no quedan allí. El congresista electo Juan Sheput también interpreta la declaración de PPK acerca de desarrollar una reforma de las pensiones, y señala que no se derogará la ley que le permite a las personas en edad de jubilarse retirar el 95.5% de los fondos en las cuentas individuales.

Todos estos hechos nos indican que estamos frente a un estilo de ejercer el poder que no se contemplaba desde ha mucho tiempo, y que nos recuerda lo mejor del gran Belaunde. Y, sobre la marcha, evocamos a un Alejandro Toledo que, si bien dejaba hacer a sus ministros, nunca permitió que Perú Posible avanzara más allá de su imagen. Ni qué decir de Alan García, que solía centralizarlo todo en el gobierno y en el partido de Alfonso Ugarte. Ollanta Humala no ejerció el poder omnímodo a través de su propia mano, sino mediante la de su esposa. Y en general, el personalismo en la política nos recuerda el estilo centralizado y autoritario de Alberto Fujimori en los noventa, que extiende su influencia sobre todos los políticos que llegaron a Palacio después, y también los que no llegaron (el caso de César Acuña, por ejemplo) durante la democracia post-Fujimorato.

Lo que se avizora como el estilo PPK, entonces, aparece como una promesa democrática e institucional. El Gabinete y los ministros tendrán poder real y se desatará una dialéctica interesante entre Ejecutivo y Legislativo. El propio hecho de dejar hacer al otro nos permite avizorar que el encono y el envilecimiento con el adversario que fomentó el nacionalismo es una página volteada. Sin embargo PPK debe cuidar en extremo que lo dibujen en una nube, distanciado de la realidad o de las decisiones candentes, para evitar los yerros que muchos cometieron con Belaunde. El jefe de Estado no puede permitir que sus vicepresidentes estén haciendo la puntuación con los medios sobre los próximos integrantes del Gabinete.

Claro que los nombramientos ministeriales pueden desautorizar las especulaciones y demostrar con claridad que PPK tiene todo bajo control, pero el jefe de Estado se expone innecesariamente si no pone orden en sus filas. Y orden político es lo que va a necesitar frente a la feroz oposición de izquierda que se avecina, una oposición que será más cruenta que las de los últimos tres gobiernos.

Víctor Andrés Ponce