PPK, ¿el peor político?

Cuando el presidente Kuczynski, durante la visita del Papa, dijo que “lo único malo que tenemos aquí son los políticos” parecía no tener la menor idea de cuál es la energía que movilizan las instituciones en democracia. El intento de zafar el cuerpo de la crisis de gobernabilidad en que está empantanado el Perú le hizo ignorar (consciente o inconscientemente) que sin política no hay democracia ni es posible que la Constitución y las leyes se apliquen para consolidar la libertad.

Pero, sobre todo, el hombre olvidó que la jefatura de Estado es el principal cargo político del Perú. Si se extrajese el filo necesario a la mencionada frase presidencial habría que decir “lo único malo en el Perú son los políticos, pero el peor es PPK”.

El gobierno de PPK era la administración llamada a cancelar la polarización entre fujimoristas y antifujimoristas —alentada y organizada por la izquierda caviar— que ha emponzoñado la democracia en los últimos quince años, deteriorando las instituciones, y que comenzaba a socavar los fundamentos económicos del Perú. La trayectoria de PPK indicaba que ese sería el curso de las cosas. Sin embargo la impericia y falta de sentido de común de Fernando Zavala al frente de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM), desató una de las polarizaciones más cruentas en democracia. El Gobierno nacionalista de Nadine Heredia se empequeñeció en cuanto a confrontación frente a la carta libre que tuvo la izquierda en el Ejecutivo, y en el Estado en general, para operar contra “el mal, contra los judíos, en contra del fujimorismo”.

Increíblemente —en contra de todos los manuales, el sentido común y la historia— PPK aceptó que podía gobernar contra o sin la mayoría del Legislativo. En cualquier democracia de relativa salud, el Ejecutivo pepekausa habría movido cielo y tierra para llegar a acuerdos con la mayoría. El bloque de gobierno de PPK se formó sobre la base de pepekausas, nacionalistas, antifujimoristas de todos los apellidos y una coalición mediática anti. Sin embargo eso no fue todo. Se apuntó conscientemente a utilizar el indulto a Alberto Fujimori como un arma para fracturar políticamente a Fuerza Popular. En este contexto, el fujimorismo sacó todos los tanques, sobrerreacciónó, golpeó a diestra y siniestra, y se configuró una de las peores polarizaciones en democracia.

Después de la caída del Gabinete Zavala, la irresponsable izquierda caviar, emplazada dentro del Ejecutivo y el Estado, se propuso judicializar a Keiko Fujimori y Fuerza Popular hacia el 2021 —a semejanza de la Megacomisión Tejada en contra de Alan García en las elecciones pasadas—, pero Fuerza Popular aprendió del error aprista y sacó toda su artillería por aire, mar y tierra. El Perú estaba bloqueado.

A pesar de abandonar el barco en el naufragio, la izquierda caviar había triunfado en su estrategia por una sola razón: a Palacio había llegado alguien que no tenía la menor idea de lo que era la política y cuyos más cercanos colaboradores también eran buenos tecnócratas —como el jefe de Estado—, pero igualmente eternos pulpines en cuestiones políticas. En ese contexto de guerra total se desató el caso Lava Jato, se conocieron los pagos de Odebrecht a Westfield y se armó la actual crisis de gobernabilidad.

A estas alturas es posible que la historia registre a la administración PPK como la más grave oportunidad perdida y como un verdadero monumento a la incapacidad política. En todo caso, la visita del Papa podría producir el milagro de organizar de otra manera las cosas. A lo mejor Fuerza Popular comienza a entender que el triunfo no siempre proviene de las cenizas del rival de la semana, porque los verdaderos enemigos de la democracia y la economía de mercado ya comenzaron a marchar.