El maquillaje de Verónika

Verónika Mendoza acaba de maquillar su tradicional imagen de política de izquierda y vinculada a la órbita chavista, que arrasó con las democracias en América Latina y que representa la opción anticapitalista en la región. En entrevista con El Comercio, la lideresa de Nuevo Perú se ha atrevido a calificar de dictadura al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela. Cualquier demócrata debería aplaudir la conversión de Mendoza, más allá de lo extemporáneo —todas las instituciones democráticas llaneras han sido derrumbadas por el chavismo— y más allá también de que en el movimiento de Mendoza continúen políticos que sostienen que en Venezuela sí hay democracia.

El giro de Mendoza, de una u otra manera, “caviariza” a Nuevo Perú, al margen de que el llamado “espacio caviar” ya haya comenzado a jugar con la candidatura de Julio Guzmán. Detrás de la decisión de desmarcarse de Maduro, quizá también exista el cálculo de que en el Perú es imposible que cualquier fórmula chavista logre levantar el vuelo. Sin embargo, en política el maquillaje no vale cuando de por medio están programas y corrientes ideológicas. Y el programa de Mendoza es anticapitalista.

¿Es compatible el anticapitalismo con la democracia y la libertad? ¿En dónde ha sucedido algo así? En todo caso, todas las sociedades democráticas del planeta siempre se han caracterizado por tener un sector privado abrumadoramente mayoritario en la economía, y algo así solo es posible con el capitalismo.

El proyecto de la señora Mendoza utiliza el asunto de la vacancia presidencial con un solo objetivo: convocar a una asamblea constituyente para acabar con lo único que ha funcionado en los últimos 25 años en el país: la economía capitalista, la preeminencia del sector privado y el papel subsidiario del Estado, que se establecen en la Carta Política de 1993.

Con todos sus problemas y deficiencias, es el desarrollo del capitalismo lo que explica la continuidad democrática que avanza hacia la quinta elección nacional sin interrupciones, no obstante el fracaso de los partidos y las élites en el Perú. Asimismo el crecimiento económico ha reducido pobreza del 60% de la población a solo 20%, ha expandido a las clases medias y el bienestar. Sin embargo Verónika Mendoza quiere acabar con este modelo.

El mejor ejemplo de que el anticapitalismo es incompatible con la democracia y la libertad está en la reciente historia. Los ex países comunistas del siglo XX, las teocracias islámicas y los regímenes chavistas en la región representan un modelo que concentra la economía y la propiedad en el Estado. El resultado inevitable: allí donde existían instituciones democráticas la concentración económica estatal derivó en concentración del poder político.

El maquillaje de Mendoza no sirve cuando de por medio están los programas. No se puede reclamar demócrata y calificar de dictadura al régimen de Maduro mientras se propone el mismo modelo económico del chavismo. ¿Exageración de una derecha intolerante? ¿Para qué entonces se insiste con la convocatoria a una asamblea constituyente?

En todo caso, algo interesante sucede en la naturaleza de los actores políticos. Algunos comienzan a entender que el antifujimorismo ya no será suficiente en las próximas elecciones nacionales, especialmente cuando todos los dioses del antifujimorismo están embarrados hasta el cuello con el asunto Lava Jato. En este contexto, surge la necesidad del maquillaje.