El liderazgo de la oposición

Luego del intento de humillar a los Fujimori

El manoseo político de la situación carcelaria del ex presidente Alberto Fujimori—que desarrolló abiertamente el oficialismo— y, el intento de ningunear a Keiko Fujimori en su papel de lideresa de la oposición —por parte del presidente Kuczynski y el vicepresidente Martín Vizcarra—son verdaderos monumentos a la antipolítica. Son una renuncia total a la buena política y una especie de declaratoria de guerra.

Pero hay algo más sórdido. Cuando el gobierno amagaba en negociar con el albertismo, incomodando a Fuerza Popular, también existía la voluntad de enfrentar a un padre y a una hija, una conducta inexplicable desde el punto de vista de la política moderna y la democracia. ¿Por qué empujar la política hasta el último sótano? Nadie lo entiende. Las cosas son tan sencillas desde el simple sentido común: se debería convocar a la lideresa de la oposición para tentar un nivel de acuerdo. Y todo queda solucionado.

Quienes en vez de tentar acuerdos con Fuerza Popular buscan fracturas y escisiones, en realidad parten de una lógica que es absolutamente imposible en democracia: vetar a la mayoría legislativa, negarle su papel de primera fuerza política en el Congreso, y reducirla a una mayoría decorativa. Los intentos de humillar a los Fujimori solo pueden provenir de ese razonamiento.

Otro ejemplo de ese veto: un grupo de congresistas pretende que el Tribunal Constitucional declare inconstitucional la ley contra los tránsfugas que ha aprobado en el Congreso, recogiendo propuestas que se plantearon en los últimos quince años —entre ellas la de Transparencia— y que se inspira en las prácticas de las democracias más longevas del planeta. En otras palabras, no existen mayorías ni minorías en el Legislativo, solo existe la polarización fujimorismo versus antifujimorismo. Y el asunto puede terminar comprometiendo a instituciones tutelares de la democracia, como el Tribunal Constitucional. Veremos.

Todas estas estrategias provocadoras del radicalismo antifujimorista —de las cuales participa el gobierno—, más temprano que tarde producirán una reacción. Fuerza Popular y Keiko Fujimori empiezan a ser obligados a demostrar el músculo, tal como sucedió semanas antes de la censura de Jaime Saavedra. De lo contrario, el veto del extremismo antifujimorista estaría pasando a vista y paciencia de la mayoría naranja. Si sucediera algo así, entonces se estaría organizando la disolución de la actual mayoría legislativa y el desorden general de Fuerza Popular.

Sin embargo, Fuerza Popular y Keiko Fujimori deberían recordar el clásico aserto que usaron todos los grandes estrategas de la política y la guerra: con razón, con ventaja y sin sobrepasarse. Algo así significa evitar caer en las provocaciones del extremismo antifujimorista que actúa en la media y participa del gobierno. Y por el contrario, definir una agenda propia que le permita al movimiento naranja desarrollar una personalidad propia ante la ciudadanía: desde la reforma electoral hasta reformas constitucionales como la bicameralidad, por ejemplo.

Avanzar con una agenda propia sin caer en las provocaciones no significa abandonar el liderazgo de la oposición. El gobierno y sus ministros necesitan ser interpelados para que la cordura y el sentido común se impongan sobre los extremismos. Por ejemplo, el vicepresidente Vizcarra aparece vacunado contra la grandeza en política. No obstante que el fujimorismo retiró la interpelación por el caso Chinchero se atrevió a ningunear a Fuerza Popular, señalando que Alberto Fujimori era el líder indiscutible de los naranjas.

Como se aprecia, en la administración PPK hay de todo, menos un político con algo de escuela.

Víctor Andrés Ponce