El Perú tiene una cultura milenaria que, en cuanto a variedad y...
Desde tres décadas atrás –cuando se implementaron las reformas económicas de los noventa que desregularon precios y mercados, que cancelaron el modelo del estado empresario y establecieron el papel subsidiario del Estado frente al sector privado, y que consagraron el respeto irrestricto de la propiedad privada y los contratos– el PBI del Perú se multiplicó por seis y la pobreza descendió del 60% de la población hasta el 20%, antes de la pandemia y el gobierno de Pedro Castillo. Las señaladas reformas económicas se institucionalizaron en la Constitución de 1993 y reconocieron la autonomía constitucional del BCR y, de esta manera, se configuró lo que se ha dado en llamar “el modelo peruano”.
Sin embargo, el modelo peruano no avanzó hacia el desarrollo –tal como se preveía de acuerdo a las tasas de crecimiento del PBI en la primera década del nuevo milenio–, sino que se frenó y comenzó una lenta involución. Más allá de que el modelo no haya sido desmontado en su integridad vale reflexionar sobre por qué la economía nacional no despegó hasta alcanzar un PBI cercano al de un país desarrollado, tal como se proyectaba si el país seguía con tasas de crecimiento sobre el 6% y la reducción de entre 3 y 4 puntos anuales de pobreza.
El modelo peruano nació sin política o sin una hegemonía cultural previa, como suelen señalar los sectores del neomarxismo cultural. ¿A qué nos referimos? Las reformas económicas en el Perú se desencadenaron por el azar, por decirlo de alguna manera. El modelo de sustitución de importaciones desató una de las hiperinflaciones más devastadoras de la historia y el empobrecimiento general de la población y, en ese contexto, el ajuste fue inevitable. En ese escenario la figura de Carlos Boloña y su equipo económico, al lado de la decisión política del expresidente Alberto Fujimori, posibilitaron una de las reformas económicas más audaces de la región y que hasta hoy a pesar de los estropicios de los políticos, siguen sosteniendo la viabilidad del Perú.
Sin embargo, tarde o temprano la falta de política tendría que pasar la factura, sobre todo en una sociedad con democracia. Las izquierdas en todas sus versiones, ya sea la comunista o la progresista que se enjuaga la boca con liberalismo, comenzaron a construir todos los relatos y narrativas en contra del modelo y en contra del sector privado; relatos que demonizan al papel de la empresa y del capital. Desde la urgencia de una supuesta estabilidad laboral para proteger al trabajador de “la explotación del capital” hasta la necesidad de crear procedimientos y burocracia “para vigilar y contener la voracidad del privado”. En este contexto emergieron las reflexiones sobre las cuerdas separadas, porque la política y la cultura se dedicaron a flagelar al sector privado, mientras los políticos no se atrevían a hacer cambios radicales del modelo, sino parciales.
Desde el gobierno de Ollanta Humala, desde la segunda década del nuevo milenio, la involución económica fue una constante y los retrocesos desembocaron en la elección de Pedro Castillo. En otras palabras, dos gobiernos de izquierda y la preponderancia de los relatos y narrativas anti inversión privada cortaron nuestro camino al desarrollo. Se podían elegir gobiernos de centro derecha, pero la influencia cultural de la izquierda determinaba que continuará la burocratización del Estado, que se siguieran creando ministerios y oficinas para supervisar “la maldad empresarial”. Así dejamos de reducir la pobreza y aceptar crecimientos debajo del 3% del PBI en promedio.
Sin embargo, después de la devastación que desató el gobierno de Castillo y la involución económica evidente parecía incuestionable que los políticos y las narrativas se encaminaran a abandonar la esquizofrenia de las cuerdas separadas: castigar verbalmente al modelo a pesar de tener consciencia de mantenerlo y la necesidad de profundizarlo. Y, de alguna manera, la campaña electoral que avanza parecía el escenario ideal para este cambio
Sin embargo, algunos candidatos de la centro derecha han comenzado a desempolvar algunas narrativas en contra del sector privado en el Perú, como una manera de avanzar en sus respectivas estrategias electorales. Grave error que, si bien ha funcionado en el pasado, explica el entrampamiento actual del Perú. ¡A reflexionar!
















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