Editorial Política

El género como ideología

El llamado “enfoque de género” en el debate de América Latina y el mundo

El género como ideología
  • 14 de junio del 2020

El presente artículo corresponde al primer número de la revista S.P.Q.R (El Senado y el Pueblo Romano) que se propone desarrollar reflexiones ideológicas, culturales, sociales, económicas políticas alternativas al pensamiento único y la intolerancia que se desata en América Latina y en el mundo. En función de ese objetivo se convocó a intelectuales de España y América Latina para abordar el primer número: La guerra fría del neomarxismo en América Latina. El desarrollo de este proyecto se interrumpió por la recesión mundial que desató la pandemia del Covid-19. Sin embargo esta primera edición de enero de este año merece ser conocida y difundida. Gracias a los principales animadores de S.P.Q.R. , aquí  les presentamos un artículo de Agustín Laje, brillante politólogo argentino, sobre el intenso debate alrededor de la ideología de género que tensa a la mayoría de sociedades del planeta.

 

POR AGUSTÍN LAJE

“La ideología nunca dice yo soy ideológica”. La frase no es mía, sino del marxista francés Louis Althusser. Pero la traigo a colación aquí porque creo que evoca muy bien no sólo la función encubridora propia de las ideologías (en cuyo autoreconocimiento como ideología dejaría de encubrir), sino porque echa al mismo tiempo luz sobre las representaciones negativas asociadas a la palabra “ideología” que a menudo se mantienen: mistificación, enmascaramiento, intereses particulares, engaño consciente o inconsciente, deliberado o estructural, son algunas de ellas.

La noción más habitual que tenemos sobre la ideología la opone radicalmente a la noción de ciencia que usualmente manejamos. Si en la ciencia los hechos son sagrados y se constituyen en el juez de nuestras conclusiones, en la ideología son nuestras conclusiones previas las que deben moldear los hechos mismos. Dicho en otros términos, en la ideología los hechos no son el principio ordenador de nuestro pensamiento, sino que es nuestro pensamiento el principio ordenador de sí mismo.

Afirmar, en este contexto, que la categoría sociológica del “género” se volvió el centro de gravedad de una ideología, no puede sino suscitar la ira intelectual y política de aquellos que mantienen intereses de diversa naturaleza alrededor de aquélla. Porque aceptar que algo llamado “ideología de género” realmente existe en tanto ideología, equivale en cierta forma a decir, cuando mínimo, que los intentos de fundar conocimiento científico han sido abandonados. 

En efecto, de concluir que lo que habitualmente se denomina hoy “perspectiva de género” no es otra cosa que una ideología, las preguntas que seguirían a continuación serían de lo más interesantes: ¿Qué hacemos entonces con los “departamentos de género”, las “oficinas de género”, las “cátedras de género”, los “talleres de género”, los “seminarios de género”, los “congresos de género”, los “bachilleratos de género”, los “posgrados de género”? ¿Qué hacemos con la inmensa burocracia que, no sólo al nivel de la educación, sino al nivel del Estado en cuanto tal y de manera transversal, se ha creado en torno a la llamada “perspectiva de género”?

Los intereses materiales y estructurales son enormes como vemos. Mantener la ilusión se vuelve una necesidad vital. O dicho en otra forma, negar que la “perspectiva de género” es en verdad una ideología se ha convertido en una condición elemental para mantener esa enorme burocracia en la que miles de personas parasitan actualmente en todos los rincones de Occidente. Por ello, insisto, tanto escándalo en torno a la expresión “ideología de género”: no son simplemente intereses ideológicos en sí mismos los que movilizan su propia negación, sino también materiales.

Ahora bien, determinar el carácter ideológico de la “perspectiva de género” nos obliga a discutir previamente (de manera necesariamente más breve de lo que nos gustaría) el mismo concepto de “ideología”. Y aquí nos encontramos con una polisemia desconcertante: “ideología” es una de las categorías más polisémicas de las ciencias sociales, y ello presenta sin dudas una dificultad. No obstante ello, a los fines de esta breve exposición creo que se podría ofrecer una tipología sobre las principales acepciones que caben en la palabra “ideología”, y así tendríamos al menos tres tipos: una acepción que podríamos llamar “constructivista”; otra que llamaremos “epistemológica”, y otra “politológica”.

A continuación, comentaremos cada una de ellas mientras ofreceremos ejemplos, tanto teóricos como empíricos, que nos permitirán ilustrar cada uno de los puntos.

Acepción constructivista

Empecemos por los orígenes. Ideología es una palabra moderna, y suele ubicarse su aparición en la Francia posrevolucionaria. En efecto, la Ilustración francesa llamó por primera vez “ideología” al estudio sistemático de las ideas, sus causas y sus desarrollos. Tal era la fascinación por las ideas que una ciencia debía ocuparse de ellas. Y Destutt de Tracy fue el primero en reclamar la paternidad de esta nueva ciencia. Pero pronto el objeto, es decir, las ideas, se confundió con el sujeto, e ideología pasó a significar, como hoy, no tanto el estudio sistemático de las ideas, sino conjuntos particulares de ideas en sí mismas. 

De Tracy tuvo inicialmente una cordial relación con Napoleón. Pero cuando el idealismo de aquél y sus colegas colmó la paciencia de éste, la relación dio un giro. Exasperado por la “ideología”, Napoleón imprimió en ella una valoración peyorativa que luego profundizarían Marx y Engels en La ideología alemana. Así, supo arremeter Napoleón: “Todas las desgracias que nuestra bella Francia ha experimentado hay que atribuirlas a la ‘ideología’, esa nebulosa metafísica que busca ingeniosamente las primeras causas y pretende fundamentar la legislación de los pueblos en ellas, en lugar de adaptar las leyes a lo que sabemos sobre el corazón humano y las lecciones de la historia. Tales errores sólo pueden llevar, como de hecho han llevado, a un régimen de hombres sanguinarios”(1).

La ideología aparecía ya no como una ciencia de las ideas, sino como un conjunto de ideas abstractas, sin correspondencia efectiva con la realidad del hombre y su historia, que son utilizadas empero como matriz a partir de la cual forzar una nueva manera de existir apoyada en una nueva legislación establecida a esos efectos. 

La ideología encarna, de tal suerte, todo un proyecto político. Pero hay algo más. No se trata de política a secas; no vemos simplemente un proyecto vinculado a la adquisición o conservación del poder. Lo que estamos viendo es ciertamente más complejo: el poder proyectando y construyendo un hombre idealmente concebido y una sociedad racionalmente diagramada.

Por eso llamamos a esta acepción de la palabra ideología “constructivista”. Porque señala la particular actitud de los ingenieros sociales, esos constructores de sociedades a la medida de un plan trazado de antemano en sus propias mentes.

Aunque no usó de manera directa la palabra ideología, la acepción que estamos describiendo tenía en mente Alexis Tocqueville cuando analizaba la Revolución Francesa y apuntaba a la especial influencia de los “hombres de letras”: “La vida política fue violentamente retrotraída a la literatura, y los escritores, arrogándose la dirección de la opinión pública, se vieron en cierto momento ocupar el lugar de ordinario ocupado por los jefes de partido en los países libres”(2).

Los ideólogos aparecen, pues, conduciendo el destino de la Revolución; son los protagonistas. Y prosigue Tocqueville con una descripción de lo que nosotros llamamos ideología: “por encima de la sociedad real (…) se iba así poco a poco edificando una sociedad imaginaria, en la que todo parecía simple y coordinado, uniforme, equitativo y conforme a la razón. La imaginación de la muchedumbre fue desertando gradualmente de la primera para trasladarse a la segunda. Se desinteresó de lo que era para pensar en lo que podía ser, y vivió finalmente con el espíritu en esa ciudad ideal construida por los escritores”(3).

La ideología entonces, conforme la acepción “constructivista”, refiere a un conjunto de ideas nacidas por lo general entre los intelectuales, que no procuran tanto aprehender la realidad cuanto construirla a medida de sus propios postulados; no son las ideas las que deben ajustarse a la realidad, sino la realidad la que debe ajustarse a las ideas. Y si la realidad contradice las ideas, pues peor para la realidad, porque habrá de ser reconstruida en nombre de la idea.

Contrastemos lo visto con la teoría queer de Beatriz “Paul” Preciado, probablemente la ideóloga de género más reputada del mundo hispanohablante. En su Manifiesto contra-sexual, ésta explicita la forma en que la sexualidad expresaría sus diferencias tras el triunfo de la deconstrucción radical del sexo y del género: esa forma sería la no forma. Dicho en otras palabras, si la diferenciación sexual obedece a caprichos culturales y no naturales, tal el núcleo central de la ideología de género, y la función política de la militancia de género estriba en volver inoperantes esos caprichos, al no quedarnos con fondo natural alguno (pues éste ora no existe, ora no es relevante) no nos quedaremos ni siquiera con hombre ni mujeres, sino apenas con “cuerpos hablantes”. 

Preciado lo expresa así: “La contrasexualidad apunta a sustituir ese contrato social que denominamos naturaleza, por un contrato contrasexual. En este nuevo contrato, los cuerpos no se reconocen como hombres o mujeres sino como cuerpos hablantes”(4).

Una lectura tal de la sexualidad precisa omitir no sólo sus componentes naturales y su diferenciación radicalmente binaria, sino la compleja relación entre ellos y la formación misma de una cultura atravesada por el sexo. Y al quedarnos en las manos sólo con “género”, es decir, con diferenciaciones culturales desconectadas radicalmente de cualquier diferenciación precultural, nos enfrentamos a un mundo esencialmente injusto y enteramente arbitrario, que debe ser abolido tal como lo conocemos, empezando por sus protagonistas binarios: hombres y mujeres. 

Vemos aquí claramente cómo una variable sociológica, que podía haber aprehendido los aspectos culturales de nuestras diferenciaciones sexuales, termina promoviéndose como el principio emancipador que promete traernos un mundo nuevo: una sociedad no ya “sin clases”, sino más bien “sin sexos”.

Acepción epistemológica

Esta acepción nos brinda la noción bastante corriente de “ideología” como deformación de la realidad; como mistificación y engaño. El foco aquí está puesto en el conocimiento, y por ello esta acepción está bastante asociada a la sociología del conocimiento, como en el célebre libro de Karl Manheim, Ideología y utopía.

El nacimiento mismo de la ciencia empírica y moderna trajo consigo la necesidad de controlar los factores de perturbación de nuestro pensamiento. Podemos irnos tan atrás como hasta Francis Bacon, quien llamó “ídolos” a esos factores que de alguna forma ensuciaban el pensar en su Novum Organum

La acepción epistemológica está directamente asociada a la obra de Marx, fundamentalmente a La ideología alemana. Recordemos que el objeto de esta obra es una crítica furibunda al idealismo alemán, en tanto resultaba ilusorio concebir a las ideas como el motor mismo de la realidad. Postular la historia y el hombre como el mero producto de ideas todopoderosas, era para Marx un engaño que debía ser desmontado.

En el prólogo de la obra, esta acepción resulta bastante clara: “Los hombres se han forjado hasta ahora ideas falsas acerca de sí mismos, acerca de lo que son o lo que deben ser. (…) Los engendros de su cabeza los dominaron. Ellos, los creadores, se doblegaron ante sus criaturas. (…) Rebelémonos contra esa tiranía de las ideas”(5).

La ideología es entonces una ilusión; conocimiento falso; engaño y autoengaño. Se trata de una inversión de la realidad: como un espejo que nos devuelve una imagen invertida de nosotros mismos(6). Es el reflejo de una estructura social específica, que se reproduce a partir del engaño. ¿Qué es lo contrario entonces a la ideología según el marxismo clásico? Pues la “ciencia”; en este caso, la “ciencia marxista”, desde luego.

Mantendremos aquí, como noción general, que la ideología constituye un conjunto de aseveraciones y creencias fundamentalmente falsas sobre la realidad (con independencia de los motivos psicológicos o sociológicos de esa falsedad). Y en estos términos, es posible divisar una serie de conocimientos efectivamente falsados por ciencias empíricas avanzadas que hoy constituyen, no obstante, el núcleo de la llamada “perspectiva de género”.

Por empezar, la célebre tesis del “no se nace mujer, llega una a serlo” de Simone de Beauvoir(7), radicalizado por aquello de que el sexo “siempre fue género”(8) de Judith Butler y su teoría de la performatividad, quedan rápidamente descartados tras conocer de qué manera nuestra sexualidad preexiste en un sentido significativo a nuestro contacto social; la sexualidad, pues, no resulta ser una mera “construcción social” capaz de ser “deconstruida”, sino que mantiene determinantes naturales que van más allá de las arbitrariedades culturales(9).

La “perspectiva de género” es ideológica porque omite deliberadamente una dimensión fundamental que explica mucho de nuestra sexualidad: la biológica. ¿En qué medida cerebros configurados de manera diferente por diferencias sexuales explican conductas de hecho diferentes? ¿En qué medida las hormonas y sus ciclos impactan sobre rasgos específicos que atribuimos a los sexos? ¿Muchas de nuestras diferencias no podrían resultar, asimismo, de un alto grado de diferencias genéticas que redundan de las diferenciaciones sexuales binarias?

La “perspectiva de género” reduce la realidad a un monismo culturalista que no puede afrontar seriamente estas preguntas.

Acepción politológica

La acepción politológica pone el foco de lo que entiende por ideología no tanto en el contenido cognitivo de la misma y su veracidad o error, sino en la función política que cumple en tanto que conjunto de ideas que orientan la acción política de grupos sociales.

Dentro de la tradición marxista, podemos contemplar aquí el pensamiento de Antonio Gramsci, en cuya obra es el concepto de hegemonía, más que el de ideología, el centro de gravedad. No obstante, puede decirse que la ideología es un elemento de la lucha hegemónica, siendo ésta una lucha por el dominio cultural. Por ello, para Gramsci, las ideologías “organizan” a las masas humanas y forman el terreno en que los hombres “se mueven, adquieren consciencia de su posición, luchan”(10).

El filósofo político Martin Seliger ha propuesto una definición de ideología que se corresponde muy bien a la acepción en cuestión, y que resulta especialmente clara. Una ideología, para él, es un “conjunto de ideas por las que los hombres proponen, explican y justifican fines y significados de una acción social organizada y específicamente de una acción política, al margen de si tal acción se propone preservar, enmendar, desplazar o constituir un orden social dado”.

Es evidente, pues, que la llamada “perspectiva de género” está en la base misma de la militancia política del género, esto es, en la militancia del feminismo supremacista contemporáneo y los lobbies LGBTTTQI+. Lo que ese conjunto de ideas ofrece a esta militancia es esa serie de fines, medios y significados que articulan su práctica política como tal. El poder de estas ideas, en efecto, sirven más a la movilización política que al conocimiento riguroso y mesurado de la realidad.

Pero dentro de las acepciones politológicas no debe dejar de mencionarse también la definición de Ernesto Laclau, para quien una “representación ideológica consiste en hacer un cierto contenido equivalente a un conjunto de otros contenidos”(11). La ideología sería el producto de una operación discursiva que solidifica una cadena equivalencial.

A este respecto también se pueden ofrecer ejemplos significativos. Eros y civilización, de Herbert Marcuse, o La revolución sexual, de Wilhelm Reich, obras tempranas de esta ideología, ya se esforzaban por volver equivalentes los contenidos de una revolución socialista y los de una revolución sexual que desublimara radicalmente al hombre, convirtiéndolo en el “hombre nuevo” que el socialismo venía reclamando.

También podemos pensar en aquello de que “los trabajadores del ano son los proletarios de una posible revolución contra-sexual”(12) de Beatriz Preciado, o bien en su definición del antagonismo fundamental de la lucha del género en la distinción entre “los que eyaculan” como opresores de “los que reciben la eyaculación”, desarrollada en su Testo Yonqui. O antes que ella la idea de Monique Wittig según la cual la liberación de la mujer “sólo puede lograrse por medio de la destrucción de la heterosexualidad como un sistema social basado en la opresión de las mujeres por los hombres”(13), volviendo así equivalente la lucha feminista con la lucha LGBT, cosa que se haría asumiría en la Conferencia Mundial de la Mujer de Beijing, organizada por la ONU en 1995.

 

Breve conclusión

Tómese la acepción de ideología que más guste, o tómense las tres al mismo tiempo, la llamada “perspectiva de género” es una perspectiva ideológica. La necesaria brevedad de este artículo ha limitado la cantidad de ejemplos, pero sirvan los ofrecidos al menos como botón de muestra.

Aquellos que viven, política y/o económicamente, de la llamada “perspectiva de género”, se ven amenazados frente al desvelamiento de la misma. Al asumir su condición ideológica, lo que hoy es una virtual obligación devendría en mera creencia personal; lo que hoy se constituye en el paradigma indiscutido transversal a nuestros Estados, perdería la (poca) legitimidad de la que goza; lo que hoy es una enorme fuente de ingresos y empleos públicos, debería retraerse al ámbito privado.

 

En una palabra, “la ideología nunca dice yo soy ideológica”, como decía Althusser. Y la ideología de género no será la excepción.

 

1 Citado en Hayek, Friedrich. La contrarrevolución de la ciencia. Madrid, Unión Editorial, 2014, p. 183.

2 Tocqueville, Alexis. El antiguo régimen y la revolución. Madrid, Istmo, 2004, p. 195.

3 Tocqueville, Alexis. El antiguo régimen y la revolución. Cit., p. 198.

4 Preciado, Beatriz. Manifiesto contra-sexual. Madrid, Opera Prima, 2002.

5 Marx, Karl; Engels, Friedrich. La ideología alemana. España, Ediciones Pueblos Unidos, S/F, Prólogo.

6 En El Capital encontraremos una versión ligeramente distinta, donde la inversión de la realidad es el producto de un sistema esencialmente invertido.

7 Ver De Beauvoir, Simone. El segundo sexo. Bs. Aires, Debolsillo, 2015.

8 Butler, Judith. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona, Paidós, 2007, p. 55.

9 Por poner simplemente un ejemplo del nivel genético, investigadores del Instituto Weizmann de Ciencias, de Israel, mapearon 20.000 genes humanos, de los cuales 6.500 se expresan de manera distinta en hombres y mujeres, es decir, más de un tercio de ellos.

10 Cuadernos, 3, p. 159.

11 Laclau, Ernesto. Los fundamentos retóricos de la sociedad. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, p. 29.

12 Preciado, Beatriz. Manifiesto contra-sexual. Cit., p. 26.

13 Wittig, Monique. “No se nace mujer”, en El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Madrid, Egales, 2010, p. 43.

  • 14 de junio del 2020

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