A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
Desde el 2014 más de 2.3 millones de venezolanos han escapado de la tragedia humanitaria que se desarrolla en su país como resultado de una dictadura que centraliza el poder, ahoga las libertades, persigue a la oposición y aplica un modelo estatista, proteccionista y controlista, basado en el paroxismo del Estado empresario. En este contexto, el país con las mayores reservas petroleras del planeta se ha convertido en la sociedad en donde niños y ancianos están condenados a una muerte segura.
El éxodo de los venezolanos empieza a convertirse en un problema para Colombia, Ecuador, Perú y Brasil, países hacia donde se dirige la emigración forzada. Más allá de las minorías xenófobas que surgen en los mencionados países ante la avalancha migratoria, es evidente que no hay solución para Venezuela ni para la región Latinoamericana si no se expulsa a la dictadura chavista, un sistema de rapiña que extrae la riqueza llanera para los bolsillos de los jerarcas del Gobierno. En ese sentido la xenofobia debe ser rechazada de plano, no solo porque revela una falta de solidaridad humana, sino porque esconde el problema real de la región: el derrocamiento de la dictadura chavista. Si no se va el régimen castrista, nadie podrá detener la emigración.
Como se conoce, Venezuela está entre los diez países con las crisis humanitarias más graves del mundo, según el Consejo Noruego de Refugiados (NRC). Con una inflación que superará millón por ciento en el 2018, y con una economía que se ha contraído en más del 50% desde el 2013, no parece haber futuro para los venezolanos; sobre todo para los niños —que empiezan a crecer desnutridos, sin los tradicionales sistemas de vacunación—, los ancianos y enfermos. En este contexto en el país llanero reaparecen enfermedades que parecían superadas en la región: difteria, sarampión y malaria. En la ciudad de Bolívar 90 de cada 100 personas padecen de malaria. Devastador.
En este contexto, Colombia es el país más solidario con los venezolanos. El Gobierno de ese país ha recibido a más de un millón de emigrantes en los últimos cuatro años. El nuevo presidente, Iván Duque, mantiene esa política solidaria, y además es uno de los que más firmeza ha demostrado en enfrentar a la dictadura chavista.
Vale destacar la postura colombiana en comparación a los gobiernos de Ecuador y Perú, que han comenzado a exigir pasaportes a los migrantes venezolanos a sabiendas de que ese documento es inalcanzable en Venezuela por la falta de recursos y la extendida corrupción de la burocracia llanera. Hace unos días atrás, el director de Migración de Colombia, Christian Krüger, señaló: "El hecho de solicitar pasaporte no va a parar la migración. Eso lo que va a generar es la irregularidad migratoria, el trabajo informal, explotación laboral". Palabras sabias de un funcionario comprometido con la región.
A Brasil han migrado alrededor de 120,000 venezolanos. El presidente Temer se ha mostrado abiertamente solidario, desarrollando campañas de vacunación, sobre todo entre los infantes que llegan. Pero en unas semanas se realizarán las elecciones presidenciales y, según las encuestas, quienes disputarían la segunda vuelta serían Lula Da Silva —no obstante que sigue en prisión— y el diputado de ultraderecha Jair Bolsonaro. Más allá de la posibilidad de Lula de candidatear, ambos candidatos tienen una visión en contra del éxodo venezolano, por diferentes razones.
Como se aprecia con absoluta claridad el régimen chavista y castrista de Venezuela, así comoel modelo estatista y controlista en economía, se han convertido en un problema de fondo para América Latina. Combatir el estatismo y el autoritarismo es un deber impostergable para cualquier demócrata de la región.
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