A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) acaba de ganar las elecciones en México con más del 53% de los votos. De esta manera el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), que lidera MLO, un movimiento de orientación populista y estatista, se convirtió en la primera fuerza política nacional. En segundo lugar se ubicó Ricardo Anaya, del Partido Acción Nacional (PAN), con algo más del 22% de los votos; y José Antonio Meade del Partido Revolucionario Institucional (PRI) alcanzó la tercera posición con apenas el 15% de los sufragios. La noticia del resultado electoral en México, en el acto, nos evoca la segunda vuelta electoral en Colombia que ganó holgadamente Iván Duque, el candidato de la centro derecha, a Gustavo Petro, un postulante abiertamente populista y muy vinculado a la órbita de Venezuela.
Una primera impresión de los resultados electorales en México nos revela que América Latina —a diferencia de otros continentes— se ha convertido en intenso campo de batalla ideológico. Y no obstante la tragedia en Venezuela, que ha destruido todo el capital de la sociedad llanera a tal extremo que la emigración forzada es la única alternativa para la población. No vaya a creerse que se trata de noticias aisladas. Basta recordar que el triunfo de Sebastián Piñera en Chile, de una u otra manera, ha salvado a la sociedad mapocha de un ventarrón populista. El motivo: detrás de la candidatura del socialdemócrata Alejandro Guillier —que perdió ante Piñera— se movilizaban propuestas que buscaban redactar una Carta Política de contenido anticapitalista, la iniciativa de estatizar toda la educación e, incluso, de nacionalizar el sistema privado de pensiones, uno de los más grandes en los países emergentes.
Como todos sabemos, el Perú tampoco es ajeno a esta tendencia regional. En las elecciones del 2006, del 2011 y del 2016, de una u otra manera, colisionaron dos propuestas encontradas alrededor de la política y la economía. Y si nuestro país no se desbarrancó en la órbita populista es porque el azar jugó a nuestro favor.
¿Cómo explicar esta situación? No es exagerado repetir lo que hemos sostenido en este portal con respecto a la realidad del Perú. América Latina comienza a perder competitividad y productividad de manera acelerada, según todos los rankings mundiales que se elaboran. Es decir, las clases políticas y los actores sindicales se oponen abiertamente o se muestran indiferentes ante la necesidad de desarrollar una segunda ola de reformas que relance el crecimiento y el proceso de reducción de pobreza en la región.
Los ejemplos abundan. Las resistencias para desarrollar reformas laborales, para las transformaciones del sistema de pensiones, para los urgentes ajustes fiscales —como en Argentina— amenazan cualquier buena política. Igualmente la postergación de las reformas educativa y de salud, y la solución de los apremiantes déficits de infraestructura, simplemente comienzan a convertir a la región en la tortuga social del planeta. En este contexto, se lentifican el crecimiento y el proceso de reducción de pobreza. Hoy América Latina apenas puede proyectar un crecimiento promedio del 2%.
Semejantes resultados no alcanzan ni para el té, se suele decir en el argot popular. En ese horizonte, los ex pobres que se beneficiaron de la primera ola de reformas (reforma fiscal, privatizaciones, desregulación de precios y mercados y libre comercio), simplemente se desesperan porque el modelo ya no distribuye bienestar y, ante el pánico de regresar a la pobreza, votan por candidatos populistas como MLO o Petro.
En América Latina no solo se reproducen las tensiones de la Guerra Fría del siglo XX a nivel regional —con la persistencia de Cuba y la emergencia de la dictadura venezolana—, sino que toda la guerra ideológica que caracterizó a la centuria pasada parece regresar con diferentes envolturas y ropajes. El gran problema es que la élite latinoamericana no despierta de su letargo y contempla indolente cómo va perdiendo la guerra ideológica, el paso previo para enterrar las libertades políticas y económicas.
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