A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
Si bien la centro derecha ha ganado las elecciones en Chile y Sebastián Piñera se encargará de ordenar el país tras el segundo periodo de Michelle Bachelet, la manera como se desarrolla el debate, las propuestas de reforma y, en general, el humor izquierdista que anima el debate político en el país del sur, a nuestro entender, representan lecciones que los peruanos debemos aprender.
No obstante que Chile tiene un ingreso per cápita de alrededor de US$ 13,000 —aproximadamente el doble del peruano— y que la pobreza apenas sobrepasa el 10% de la población (en Perú supera el 20%), antes de las elecciones generales el debate político estaba centrado en las propuestas que buscan estatizar el sistema educativo, nacionalizar el fondo de pensiones, aumentar las regulaciones laborales e incluso redactar una nueva Carta Política en la que, finalmente, se sepulte a la economía de mercado. Semejantes propuestas y debates quedaron algo relegados luego del triunfo de Piñera, pero es fundamental extraer las lecciones correspondientes.
El gran problema es que el saliente Gobierno de Bachelet alentó ese debate e impulsó las reformas, rompiendo el pacto político que organizaron la izquierda y la derecha chilena luego del fin de la dictadura de Augusto Pinochet. Un pacto que hizo posible consolidar una de las democracias más sólidas de América Latina, un sistema de partidos políticos moderno y una economía de mercado que redujo pobreza y puso a Chile muy cerca del umbral del desarrollo. Es difícil entender qué factores impulsan a la izquierda y a los socialistas chilenos a cuestionar todos los fundamentos que han permitido organizar el Chile de hoy.
En este contexto, Piñera tiene la responsabilidad de detener este vendaval estatista e izquierdista; una tarea complicada, sobre todo porque la coalición de centro derecha —si bien tiene la mayoría— no controla por sí sola ninguna de las cámaras del Parlamento chileno. Pero no solo hay que detener la ofensiva estatista de la izquierda, sino que existe la urgente necesidad de retomar la senda del crecimiento económico, asegurar la continuidad del proceso de reducción de pobreza y ordenar la macroeconomía, que Bachelet dejó maltrecha.
Por ejemplo, Chile necesita superar la ralentización de su crecimiento, con tasas menores al 2% del PBI, y duplicar esa tasa de expansión económica para volver a ser el país exportador de capitales en que se convirtió en las últimas décadas. Semejante apuesta pasa por incrementar la productividad y elevar el crecimiento potencial de la economía sobre el 3.5% del PBI, abandonando el raquítico 2.5% de la actualidad. Igualmente la administración Piñera necesita detener el aumento del gasto público, reducir el déficit y detener el crecimiento de la deuda pública. Como se aprecia con absoluta claridad, la herencia de Bachelet se parece demasiado al legado que han dejado el nacionalismo y los yerros del presidente Kuczynski.
¿Por qué han sucedido semejantes cosas en Chile? En el país del sur los defensores de la economía de mercado, de una u otra manera, abandonaron la ofensiva ideológica y permitieron que la izquierda organizara los sentidos comunes sobre las fallas en el modelo de crecimiento. En vez de movilizar a la sociedad en la profundización de las reformas y el aliento a las inversiones, tal como ha sucedido en todas las sociedades que han alcanzado el desarrollo, la izquierda impulsó movimientos antimercado en la educación, el sistema de pensiones, la legislación laboral; incluso ensaya la posibilidad de aprobar una nueva Carta Política de tufillo chavista.
Chile es la mejor demostración de que nunca hay un fin de la historia, y de que uno de los combustibles más poderosos que mueve a las sociedades abiertas es la guerra ideológica. El fin de las ideologías que proclamó la izquierda, luego de la caída del Muro de Berlín, no es sino una estratagema de la zurda para emboscar a la economía de mercado y luego tragarse a la democracia, como ha pasado en los regímenes chavistas. Piñera, pues, debe salvar a Chile y detener la ofensiva antimercado.
COMENTARIOS