De Antifa al asalto del Capitolio

El mundo y la historia del republicanismo moderno ayer se estremecieron cuando miles de manifestantes se congregaron en los alrededores del Capitolio de Estados Unidos y, finalmente, asaltaron el histórico recinto de la Cámara de Representantes y el Senado de la gran unión estadounidense. El planeta se quedó abismado. 

De pronto, más de doscientos años de constitucionalismo en Estados Unidos eran agrietados por un acto violentista en el Capitolio, en el preciso momento en que ambas cámaras del Congreso se reunían para ratificar o no la decisión del Colegio Electoral. Finalmente, las dos cámaras estadounidenses y el vicepresidente Mike Pence confirmaron el triunfo del demócrata Joe Biden por 306 grandes electores frente a los 232 del presidente saliente. Poco después  Donald Trump anunció que existirá una transición ordenada desde el próximo 20 de enero. 

Desde su derrota en las elecciones pasadas, Trump ha alegado que hubo fraude. Sin embargo, estas denuncias no pudieron ser demostradas, y horas antes de la decisión del Capitolio, de alguna manera, el presidente saliente alentó las manifestaciones en Washington. La violencia que se desbordó en el Capitolio no solo fracturó una tradición impecable de constitucionalismo, sino que tendrá repercusiones decisivas en el futuro electoral de Trump. Algunos sostienen que su carrera política se ha acabado.

Sin embargo, como suele suceder en el mundo globalizado de hoy, la progresía mundial comenzó a construir un relato sobre las causas de la polarización institucional y la guerra política que comienza a erosionar la institucionalidad de la primera república moderna de la humanidad. En este relato Trump se convierte en el único y solitario responsable.

Unos meses antes de las elecciones, en este portal se sostuvo que esas elecciones eran de las más polarizadas de la historia republicana de Estados Unidos. Y que los enfrentamientos, y la falta de entendimientos y puentes, comenzaban a parecerse demasiado a las experiencias latinoamericanas. Y si bien esta situación tenía mucho que ver con el estilo confrontacional y populista de Trump, también era un reflejo directo de la guerra ideológica que el llamado multiculturalismo había desatado en el espacio público, las élites y las instituciones estadounidenses.

El llamado multiculturalismo llegó incluso a sostener que las instituciones de la gran Unión son intrínsecamente excluyentes, racistas y estadounidenses-centristas. Es decir, que existen para sostener el imperio del hombre blanco que, con más de doscientos años de revolución industrial, ha destruido la viabilidad ecológica del planeta. Igualmente, el señalado relato sostiene que el dominio del hombre blanco selogró aplastando a las culturas nativas, periféricas y oprimidas, y que la base de esa dominación es la familia nuclear patriarcal.

En las últimas elecciones, los movimientos Antifa y Black Lives Matter, de una u otra manera, homogeneizaron el ala izquierda y, con la juventud del Partido Demócrata, convirtieron determinadas avenidas en Washington en “territorios liberados”, mientras impulsaban manifestaciones para derribar las estatuas de los padres fundadores de Estados Unidos –por el esclavismo de la primera etapa de la Unión– y en contra de cualquier vestigio del legado occidental. De pronto, las estatuas de Jefferson, Cervantes y Churchill eran mancilladas, mientras los bustos de Lenin y el Che Guevara permanecían impertérritos en suelo estadounidense.

La cruenta guerra ideológica que se desató en Estados Unidos incluso llegó a cuestionar al templo del constitucionalismo de la gran Unión: la composición de la Corte Suprema. Algunos sectores demócratas llegaron a proponer que se amplíe el número de nueve integrantes del máximo tribunal que, durante dos siglos de republicanismo, fue el guardián de la constitucionalidad. Llegado a este punto, sin lugar a dudas, se puede afirmar que la política estadounidense se estaba pareciendo a la política latinoamericana, en donde los jefes de Estado y los caudillos convocan a asambleas constituyentes para perpetuarse en el poder y “reforman" las instituciones para controlarlas políticamente. En este contexto deben leerse los exabruptos y las guerras del trumpismo que, finalmente, parecen haber terminado con el triste asalto al Capitolio.

Sin embargo, hay que precisar que la gran Unión no se parece en nada a las realidades latinoamericanas. Siempre vale recordar que republicanos y demócratas son los herederos de la Guerra Civil de Secesión, que ensangrentó a la Unión, y que ambos movimientos fueron capaces de superar la guerra, las muertes y la polarización –con todos los problemas conocidos– para construir la institucionalidad republicana más sólida en el mundo moderno. ¿Por qué entonces los partidos Republicano y Demócrata no van a ser capaces de superar esa feroz polaridad, alejarse de los extremos y reconstruir la política estadounidense? Casi estamos seguros de que las cosas avanzarán en ese sentido.

La intelectualidad republicana y demócrata y los think thanks de ambos partidos reaccionarán con firmeza frente al asalto ideológico del llamado multiculturalismo, y reconstruirán la gran política estadounidense. Finalmente, a diferencia de los latinoamericanos, la gran Unión no solo es una arquitectura institucional y política, sino también económica y capitalista. Sigue siendo el Imperio del planeta. Y esa dialéctica imperial y republicana, que se entremezcla en la historia estadounidense, servirá para encontrar una salida a la guerra política.