A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
En este portal asumimos una clara definición ideológica a favor del capitalismo porque la democracia y las libertades no se pueden entender, no se pueden concebir, al margen de este modelo económico. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el capitalismo es el único modelo económico que le resta poder al Estado en la economía y lo traslada a la sociedad, a los privados y a los empresarios. Desde el monarca español absoluto hasta los partidos comunistas de la ex Unión Soviética, las libertades fueron imposibles cuando la economía era propiedad de una casa real; o cuando, a nombre de un colectivismo, el partido y los burócratas controlan el poder económico.
De allí, por ejemplo, que ante la pregunta de si existe una democracia longeva sin capitalismo la respuesta sea negativa. Puede haber capitalismo sin democracia (como en China), pero a la larga el poder económico de los privados termina erosionando la concentración de poder político. En este contexto, en América Latina —como en el resto del planeta— se sigue librando una feroz lucha entre el avance del capitalismo y el anticapitalismo, una realidad que parece configurar una guerra fría singular en la región. El Perú no es ajeno a esta realidad. No obstante que nuestro país es uno de los que cuenta con mayor cantidad de TLC firmados, se ha convertido en uno de los más burocráticos y sobrerregulados. Esto como resultado de las estrategias del radicalismo ecológico y las plataformas “en defensa de los consumidores” que promueven, por ejemplo, las ONG de izquierda.
Una expresión de esta feroz tensión entre los dos modelos económicos en la región se expresa en la proyección de crecimiento en el presente año de 1.5% para América Latina, mientras el mundo se expandirá en 3.7%. Es decir, Latinoamérica empieza a ser la Cenicienta de la economía mundial. La explicación: los proyectos estatistas, proteccionistas y controlistas, basados en un excesivo gasto social y en el Estado empresario, han pasado la factura a Venezuela, Brasil y Argentina, entre las tres economías más grandes de la región. Con diversos énfasis, en estas tres sociedades el anticapitalismo triunfó y se acrecentó el poder del Estado para controlar la economía.
Las proyecciones señalan que el PBI de Venezuela caerá en 12% en el 2018, luego de que desde el 2013 (año en que Maduro asumió el poder) se contrajera en alrededor de 50%. Increíble. Las reformas de Macri en Argentina no rinden frutos porque el gradualismo no es suficiente para enfrentar el hiperestatismo dejado por el peronismo y el kirchnerismo. Argentina no sale de la crisis y este año su PBI se reducirá en 0.3%. De otro lado, la economía brasileña crecerá en 1.6% en el 2018, luego de que en el 2017 apenas se expandiera 1%, y el 2016 y 2017 cayera en 3.5%.
Si América Latina no tendrá números rojos este año solo se explica por el buen desempeño de las economías más libres y menos sobrerreguladas; es decir, más procapitalistas. El Perú, por ejemplo, crecerá en algo más de 3.5%, una cifra insuficiente para absorber la demanda de empleo de más de 250,000 jóvenes que se incorporan anualmente a la economía. En otras palabras, nuestro país podría volver a aumentar pobreza, tal como sucedió en el 2017. ¿Cómo explicar este horizonte nublado?
El anticapitalismo en el Perú —camuflado en las ONG ambientalistas, de derechos humanos, de supuestas defensa del consumidor, de defensa de las cuestiones de género—, de una u otra manera, ha logrado postergar las urgentes reformas que necesita el país para relanzar el crecimiento y el proceso de reducción de pobreza. En vez de ese impulso reformista, las sobrerregulaciones se han multiplicado a tal extremo que vuelven letra muerta todos los criterios desreguladores establecidos en la Constitución, las leyes y los TLC. ¿Por qué hablamos de anticapitalismo? Por la sencilla razón de que la sobrerregulación solo ahoga a la inversión privada y las iniciativas de la sociedad. Y todos sabemos que cuando se detiene el crecimiento la demagogia colectivista puede prosperar.
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