Según el reporte Mineral Commodity Summaries 2025, publ...
Como ya sabemos el Perú acaba de ser desplazado por el Congo como segundo productor mundial de cobre por dos años consecutivos. El 2024 el país africano produjo 700,000 toneladas métricas de cobre fino (TMF) más que nuestro país, no obstante que el Perú tiene mayores reservas del mineral rojo y, según todas sus potencialidades, podría estar disputando con Chile el primer lugar en la producción mundial de este metal clave de la IV Revolución Industrial.
¿Por qué el Perú perdió el segundo lugar mundial en la producción de cobre? Es evidente que no se trata de falta de reservas, potencialidad de producción y ausencia de cartera de proyectos. La única explicación tiene que ver con la falta de Estado de derecho e imperio de la ley en la sociedad y en las regiones mineras. Un solo ejemplo que sacude la conciencia de cualquiera: en la provincia de Pataz, en La Libertad, la alianza de los mineros ilegales y el crimen organizado ha puesto en jaque a las empresas mineras formales que pagan impuestos y preservan el medio ambiente. Algo parecido sucede en el corredor vial del sur, en donde los mineros ilegales invaden las concesiones de las empresas que producen el 40% del cobre nacional, más allá de que el crimen organizado todavía no haya sentado sus reales en la zona.
¿Por qué el Estado se ha puesto de espaldas a la minería? ¿Por qué el Estado de derecho colapsa en diversas regiones mineras? Desde dos décadas atrás las oenegés anticapitalistas comenzaron a desarrollar narrativas y relatos que demonizaban a la inversión minera como enemiga de los recursos hídricos para el consumo humano y la agricultura. Con esas fábulas lograron movilizar a algunos sectores de la sociedad para bloquear proyectos como Conga y detener gran parte de nuestra cartera de inversiones mineras. Por ejemplo, la última gran megainversión que se conoce es la de Quellaveco, no obstante que el país se había convertido en una potencia minera mundial acumulando varios megaproyectos en los últimos años.
Las narrativas antimineras fueron tan determinantes que los medios de comunicación y los políticos asumieron estas fábulas. Por ejemplo, en uno de los legislativos pasados -que no estaba dominado por bancadas antisistema -se aprobó una ley de cabeceras de cuenca que prohibía inversiones mineras desde los 3,000 metros sobre el nivel del mar. Vale señalar que el 80% de los proyectos de cobre del país están sobre los 3,000 metros. En base a una leyenda se pretendió señalar que el agua para el consumo humano y el agro estaba en peligro ignorando que el agua viene de las lluvias y que, por lo tanto, si se trata de cosechar el líquido elemento se deben construir represas y reservorios. La ley no avanzó porque nunca se reglamentó.
Pero eso no es todo. La narrativa antiminera desencadenó una feroz burocratización del Estado en contra de la minería. Se multiplicaron sobrerregulaciones y oficinas como vallas y murallas para bloquear las inversiones mineras. De alrededor de 15 procedimientos se pasaron a más de 265, una situación que se pretende corregir en la actualidad.
De otro lado el wokismo cultural impuso la narrativa acerca de que las comunidades campesinas eran pueblos originarios a pesar del intenso mestizaje que se desarrolló durante tres siglos de virreinato y dos centurias de proceso republicano. El objetivo era simple: sustraer a las comunidades del marco general de la Constitución para colocarlas debajo del Convenio 169 de la OIT, que establece regímenes especiales para los pueblos originarios (en el caso del Perú solo en las comunidades de la selva no hubo mestizaje). Y de allí proviene la idea de la consulta previa, incluso, para exploraciones mineras que los movimientos antisistema suelen utilizar para enfrentar a las poblaciones con las empresas mineras.
Es evidente, pues, que, en la falta de Estado de derecho en las regiones mineras, en el desarrollo de un Estado repleto de sobrerregulaciones y oficinas para bloquear inversiones mineras y en los conflictos para desarrollar nuevas exploraciones está la cultura y la ideología que desarrollaron las oenegés anticapitalistas, el progresismo y todos los neocomunismos que pretenden bloquear la inversión privada en recursos naturales. Y he allí también la explicación de por qué el Congo desplazó al Perú del segundo lugar en la producción mundial de cobre.
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