Editorial Economía

Minería moderna: Michiquillay como motor de un nuevo modelo regional

La última oportunidad de Cajamarca para salir de la pobreza

Minería moderna: Michiquillay como motor de un nuevo modelo regional
  • 06 de junio del 2025

 

En el corazón de la sierra norte del Perú, el distrito de La Encañada, en la región Cajamarca, se ubica Michiquillay, un proyecto minero que, más que una operación extractiva, se perfila como una apuesta por un nuevo modelo de desarrollo regional. A cargo de la empresa Southern Perú, Michiquillay ha despertado expectativas por su dimensión y por su momento: aparece cuando la región —y el país— necesitan motores de crecimiento que trasciendan el corto plazo. En la región con mayores índices de pobreza del Perú, el desafío no es solo extraer cobre, sino generar bienestar. Y hacerlo sin repetir errores del pasado.

Cajamarca lleva décadas atrapada en una contradicción: alberga algunos de los yacimientos minerales más valiosos del Perú, pero es también uno de los territorios con mayores carencias. El crecimiento económico no ha llegado al grueso de su población, en parte por la inestabilidad social que ha paralizado megaproyectos como Conga. En este contexto, Michiquillay representa una oportunidad distinta. No solo por su tamaño, sino porque parte con aprendizajes claros. Entre ellos, la necesidad de construir legitimidad social desde el primer momento.

Lo que distingue a Michiquillay no es solo su capacidad de producción —que se estima en cientos de miles de toneladas de cobre por año— sino su potencial como pieza clave de un ecosistema económico más amplio. Ya no se trata solo de perforar cerros, sino de activar cadenas productivas, impulsar infraestructura moderna y fomentar industrias complementarias. La mirada estratégica apunta a articular un clúster minero con otros proyectos cercanos como Galeno y La Granja. Este enfoque permitiría reducir costos operativos mediante sinergias logísticas y tecnológicas, pero sobre todo abriría el camino a una diversificación productiva que ha sido esquiva en la región. Un eje ferroviario que conecte esta zona con el puerto de Bayóvar no es un lujo: es una necesidad para hacer viable esa visión.

Una de las claves para el éxito de Michiquillay será su capacidad de integrarse a un sistema regional de producción. El modelo que se quiere replicar es el de Antofagasta, en Chile: una ciudad que pasó de ser una zona minera más a convertirse en un polo industrial y tecnológico gracias a una política deliberada de desarrollo regional. Eso implicaría impulsar proveedores locales, atraer inversión en servicios técnicos, capacitar a la mano de obra local y establecer condiciones para que las universidades y centros de investigación respondan a las necesidades del sector. La minería dejaría entonces de ser un enclave para convertirse en catalizador.

Cajamarca no ha olvidado los conflictos que marcaron el intento fallido de sacar adelante Conga. Consciente de eso, Southern Perú ha implementado el Fondo Social Michiquillay, una herramienta que busca canalizar parte de los beneficios del proyecto hacia el desarrollo de las comunidades vecinas. Sin embargo, no bastan las transferencias: la inclusión de las comunidades en las decisiones clave, la transparencia en la ejecución de los recursos y el respeto a los tiempos sociales serán esenciales.

Otro punto crítico será el manejo ambiental. La operación de Michiquillay debe demostrar que es posible extraer recursos sin destruir el entorno. Cajamarca es una región de alta biodiversidad y fuentes hídricas sensibles. Y al respecto, el Estudio de Impacto Ambiental aprobado por el proyecto es un sólido punto de partida. La minería moderna no se permite improvisaciones ni negligencias. Las tecnologías de bajo impacto, el monitoreo permanente y la participación ciudadana en la fiscalización son parte del nuevo estándar.

El mercado internacional juega a favor. La transición energética global está elevando la demanda de cobre, y los precios reflejan esa tendencia. Perú tiene una ventana de oportunidad para recuperar protagonismo en el mercado global, pero esa recuperación solo será sostenible si se construye desde dentro, con legitimidad social y solidez técnica.

Michiquillay tiene todo para ser el símbolo de ese nuevo enfoque: un proyecto que no solo aporte al PBI, sino que también transforme realidades concretas en una de las regiones más postergadas del país. Pero esa requiere liderazgo, diálogo genuino, cumplimiento estricto de los compromisos y una visión que ponga a la gente en el centro del desarrollo. Cajamarca necesita un proyecto que marque un antes y un después, y Michiquillay tiene la oportunidad de serlo.

  • 06 de junio del 2025

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