Editorial Economía

El cobre en el Perú: una riqueza en disputa

Puede ser el motor de una nueva era de desarrollo para el país

El cobre en el Perú: una riqueza en disputa
  • 13 de junio del 2025

 

En el corazón de la economía peruana late un metal: el cobre. Con sus extensos yacimientos y una ubicación privilegiada en el mapa geológico mundial, el Perú debería estar disputando el liderazgo global en la producción de este mineral estratégico. Sin embargo, lejos de avanzar con paso firme, el país ha sido desplazado del segundo lugar mundial por la República Democrática del Congo, y buena parte de su potencial minero sigue dormido bajo tierra, atrapado entre conflictos sociales, falta de visión política y el avance sin freno de la minería ilegal.

El cobre representa alrededor del 10% del PBI del Perú y cerca del 30% de sus exportaciones totales. No es exagerado decir que el cobre financia buena parte del Estado peruano. Y su importancia no hace más que crecer en el contexto global actual, en el que la transición energética hacia fuentes limpias ha disparado la demanda de este metal esencial para los autos eléctricos, paneles solares y redes eléctricas. En este escenario, el Perú tiene todo para ganar. Posee algunas de las mayores reservas de cobre del mundo y una cartera de proyectos con la que podría duplicar su producción en pocos años.

Hoy, el país produce cerca de 2.7 millones de toneladas métricas finas al año, una cifra menor a los 3.3 millones que produce el Congo. Pero el potencial está allí: solo en Cajamarca, cuatro grandes proyectos —Michiquillay, La Granja, Galeno y Conga— podrían aportar hasta 1.5 millones de toneladas adicionales cada año si se pusieran en marcha. Entre estos proyectos, Michiquillay destaca por su nivel de avance. Adjudicado a Southern Perú en 2018, este yacimiento alberga más de 2,200 millones de toneladas de mineral con una ley promedio de 0.43%. Se proyecta que producirá 225,000 toneladas métricas de cobre por año, además de molibdeno, oro y plata. La inversión estimada supera los US$ 2,500 millones y generaría más de 80,000 empleos directos e indirectos.

Pero más allá de las cifras, su verdadero valor está en lo que podría desencadenar: un ecosistema productivo regional articulado en torno a la minería moderna. La clave no está solo en extraer minerales, sino en pensar en grande: desarrollar infraestructura compartida, corredores logísticos, formación técnica especializada y una red de proveedores que multiplique el valor agregado. Si se materializa un clúster minero en Cajamarca, se podría romper el histórico ciclo de pobreza de la región —hoy con el mayor índice de pobreza del país— y transformarla en una potencia productiva.

Mientras los grandes proyectos formales enfrentan años de postergación por conflictos sociales y trabas políticas, la minería ilegal avanza sin freno. El año pasado, más de 12,000 camiones transportaron mineral robado en Pataz, una zona declarada en estado de emergencia donde, en la práctica, mandan mafias que se aprovechan del desgobierno. En Las Bambas, uno de los principales proyectos de cobre del país, la minería ilegal ha invadido concesiones y retrasado operaciones clave como el tajo Chalcobamba.

El problema no es solo ambiental. La minería ilegal no paga impuestos, no genera empleo formal y está profundamente ligada al crimen organizado. Sin control estatal, se convierte en un cáncer que mina las bases del desarrollo. Y lo más grave: su expansión está directamente relacionada con la parálisis de la minería formal. Donde el Estado no logra mediar y desbloquear proyectos, otros actores —ilegales— llenan el vacío.

El Perú tiene dos caminos por delante. Uno lleva al estancamiento: seguir cediendo terreno ante competidores como el Congo, perdiendo oportunidades mientras se multiplica la minería ilegal, los conflictos sociales y la pobreza en regiones ricas en recursos. El otro camino exige liderazgo, visión y acción: impulsar con decisión proyectos como Michiquillay, establecer acuerdos sociales sostenibles, invertir en infraestructura logística como la vía férrea hacia Bayóvar, y construir un clúster minero competitivo que articule a proveedores, universidades y comunidades.

La historia reciente demuestra que no basta con tener minerales bajo tierra. Se necesita una estrategia que convierta esos recursos en riqueza real para el país. Chile lo hizo en Antofagasta. Perú también puede hacerlo, pero tiene que decidir si quiere liderar el futuro de la minería o seguir atado a sus viejas fracturas.

La demanda global de cobre seguirá creciendo. El precio del metal es alto. Las oportunidades están puestas sobre la mesa. Pero si el Perú no actúa con rapidez y claridad, seguirá viendo cómo su riqueza se convierte en conflicto, y cómo sus ventajas comparativas se diluyen frente a países que sí supieron aprovecharlas. El cobre puede ser el motor de una nueva era de desarrollo, pero solo si se elige el camino correcto.

  • 13 de junio del 2025

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