Algunos días después de la APEC, poco a poco, el Per&uac...
El destructivo gobierno de Pedro Castillo promulgó tres decretos laborales que, de una u otra manera, modificaron las bases del modelo económico. Las tres señaladas normas, incluso, se promulgaron sin considerar el criterio tripartito (Estado, trabajadores y empresa) que se establece en los tratados internacionales para legislar en asuntos laborales. El Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo (MTPE), bajo conducción castillista, no consideró la posición de los empresarios y se estableció la prohibición de la tercerización laboral, se fomentó la sindicalización artificial por fábrica, rama y grupo empresarial; y se liberalizó en extremo el ejercicio del derecho a huelga.
Los gremios empresariales entonces se retiraron del Consejo Nacional del Trabajo del MTPE y la propia Organización Internacional del Trabajo (OIT) criticó la medida. Sin embargo, luego del fallido golpe de Pedro Castillo y las olas de violencia insurreccional, ni el gobierno de Dina Boluarte ni la mayoría de las bancadas del Congreso que enfrentaron el golpe de Castillo se atreven a derogar las señaladas normas laborales que fomentan el enfrentamiento entre trabajadores y empresas. Es decir, son abiertamente anticapitalistas.
En Estados Unidos –un país procapitalista, que ha alcanzado el desarrollo y el bienestar y que es el sueño de todos los trabajadores que emigran de países con legislaciones laborales como la peruana– sucede todo lo contrario. Donald Trump y el Partido Republicano bajaron el impuesto corporativo de las empresas de 35% a 21%, mientras el Partido Demócrata amenazaba con incendiar la pradera señalando que la baja de impuestos se hacía para favorecer a los ricos. Sin embargo, luego de que Joe Biden y el Partido Demócrata llegaron al poder no se atrevieron a subir el impuesto corporativo. Los beneficios para la sociedad, la inversión, el empleo y los trabajadores, han sido superlativos.
Los dos hechos arriba mencionados pueden servir para explicar por qué el Perú es un país subdesarrollado, con más del 60% de su economía en informalidad y cerca del 30% de la población en pobreza. En nuestro país los políticos, los partidos –dentro y fuera del Congreso– y los medios de comunicación, de una u otra manera, han asumido el criterio marxista de que los trabajadores crean la riqueza y que “los empresarios solo buscan la explotación y la ganancia a costa de los demás”. De allí la imposibilidad de derogar tres normas laborales que atentan contra el crecimiento de la inversión privada y los mercados.
En Estados Unidos, por el contrario, los políticos, los intelectuales y el sistema de dos partidos políticos está tan estrechamente vinculado al desarrollo del capitalismo, a la inversión privada y el proceso de innovación empresarial, que las alas izquierdas y progresistas del Partido Democrática todavía carecen de fuerza para impulsar una medida abiertamente anticapitalista o anti empresarial como el incremento de los impuestos.
Es evidente, pues, que una de las razones del bloqueo actual de la sociedad, de la crisis institucional, del bajo crecimiento y del aumento de pobreza en el Perú, tiene que ver con la falta de una cultura y una política a favor del capitalismo. Allí reside la mayor victoria en el largo plazo de las izquierdas anticapitalistas.
Si así no fuese la realidad, el Ejecutivo, el Congreso, las corrientes políticas de buena voluntad, estarían embarcadas en reformas para desatar todas las fuerzas constructivas e innovadoras del capitalismo. Se buscaría acabar con el Estado burocrático que frena inversiones y crea informalidad, se apuntaría a una reforma tributaria para simplificar la recaudación y bajar impuestos. Y también se buscaría una reforma laboral para establecer la flexibilidad en los contratos de trabajo, se reformarían los sistemas de educación y de salud para tener trabajadores y generaciones enteras capaces de innovar y competir en globalización, y se acabaría con todos los problemas de infraestructuras que afectan a la sociedad.
Una sociedad, inevitablemente, se desarrolla o no por su relación a favor o en contra del capitalismo y la empresa. Una verdad incuestionable que todos reconocen, pero pocos verbalizan y defienden.
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