Martin Santivañez

Universidad y verdad

Conocimiento verdadero para erradicar la violencia y la mentira

Universidad y verdad
Martin Santivañez
27 de junio del 2018

 

Discurso pronunciado por Martín Santiváñez Vivanco, Decano de la Facultad de Derecho y Relaciones Internacionales de la Universidad San Ignacio de Loyola, con ocasión del Doctorado Honoris Causa otorgado a D. Jaime Mayor Oreja (España)

 

La universidad tiene como misión la búsqueda de la verdad. La universidad no se comprende sin esta relación fundamental. Por eso, la irrupción del relativismo en la vida universitaria atenta contra la esencia de esta institución tutelar de la comunidad social. El relativismo trastoca las prioridades de la vida universitaria e introduce en el lugar consagrado a la búsqueda del conocimiento el vendaval peligroso de las ideologías. Las ideologías son interpretaciones de la realidad, no la realidad en sí misma. Con frecuencia, la interpretación ideologizada es una distorsión que no solo contradice a la verdad; también pretende suprimirla.

Cuando la universidad renuncia a la búsqueda de la verdad y abre las puertas al relativismo traiciona su misión fundacional y contamina el conocimiento científico. Este quiebre en su espíritu repercute directamente en toda la comunidad política. La universidad es el arca del conocimiento y cuando la ideología expande su influencia en la institución universitaria, cuando la academia es asaltada por los partidos y las banderías de la política, la búsqueda de la verdad pasa a un segundo plano. De esta forma, la transmisión del conocimiento se transforma en un acto de propaganda, bajo la pátina de un cientifismo cuyo objeto es la promoción de un cuerpo concreto de opiniones políticas que se hacen pasar por episteme. De ser un centro promotor de la verdad, la universidad se convierte en el polo propagador de un nuevo orden mundial cuyo relativismo se decanta por un discurso “políticamente correcto”. La destrucción de la verdad equivale a la liquidación de la auténtica vida universitaria con el consiguiente deterioro de la sociedad. Porque, sin una universidad que produzca un conocimiento verdadero, ¿qué tipo de sociedad se puede desarrollar? La deconstrucción de la verdad genera caos y polarización. De estos factores, tarde o temprano emerge la violencia y la mentira, actualmente promovida como posverdad.

Necesitamos que la universidad peruana sea depurada de ideologías extranjerizantes para que así retorne al estudio de la realidad nacional. Esto implica, por supuesto, fortalecer universidades peruanistas y dotarlas de programas que se comprometan con la solución de los grandes problemas nacionales. Ahora bien, apostar por universidades peruanistas no implica eliminar la internacionalización de nuestra academia. En absoluto. Una universidad peruanista no es una institución autárquica. Pero sí es un centro de saber superior dónde lo mejor de la academia global es interpretado en función a nuestra realidad. Es decir, la teoría se adecua a la realidad y no al revés: la realidad no puede tergiversarse por amor de la teoría.

Para esto es imprescindible que se respete la ecuación fundamental de la universidad en tanto comunidad que busca la verdad. Esa ecuación está formada por dos variables esenciales: el profesor y el alumno.

El gran jurista Alvaro d’Ors decía que la universidad es, esencialmente, un juego de preguntas y respuestas verdaderas: pregunta el que puede (estudiante) y responde el que sabe (el profesor). En efecto, en la vida académica, solo puede preguntar el alumno, quién tiene potestad para hacerlo (potestas), y solo ha de responder la persona con autoridad (auctoritas, sabiduría) depositaria de un saber socialmente reconocido (normalmente, el académico). Esta distinción clásica entre el poder y la autoridad ha sido fundamental para construir, a lo largo de la historia, universidades competitivas, auténticas comunidades académicas capaces de transformar el derrotero científico de la humanidad. Así, el que tiene potestas pregunta, indaga y espera que la autoridad académica (el académico) responda con sabiduría, desde una posición de servicio.

De esta forma, es posible afirmar que la relación fundamental en una universitas es la relación entre quien pregunta (el alumno) y quien responde (el profesor). De allí que a lo largo de los siglos la academia haya sido considerada el lugar esencial de encuentro entre alumnos y profesores. Esta relación primordial de autoridad y potestad no elimina la existencia de otro tipo de relaciones. Pero, en concreto, todo lo que existe en una universidad tiene que estar en función a la mejora de la relación específica entre los alumnos y los académicos. Si un procedimiento facilita esta relación, estamos ante un proceso positivo. Si un procedimiento ralentiza esta función, nos encontramos ante un incentivo perverso. En suma, la universidad no es un “procedimiento”. La universidad es, siempre, conocimiento. Difundir conocimiento, no procedimientos, es el objeto de la relación universitaria.

La relación entre la auctoritas y la potestas académica, entre el saber de los académicos de prestigio y el “poder para preguntar” de los alumnos que aspiran a la excelencia puede verse afectada por un Estado interventor que desconoce la realidad de la educación universitaria peruana y aplica el voluntarismo sesgado para beneficiar a instituciones concretas bajo el prurito reformista. La universidad peruanista reconoce las deficiencias de la realidad y aborda los problemas bajo una óptica, la del posibilismo. La amenaza principal contra el principio constitucionalmente consagrado de la autonomía universitaria no es una amenaza legal per se. No se trata de una ley concreta, de una reforma estructural, de organigrama o de control. El que no comprende que la destrucción de la autonomía universitaria tiene una raíz ideológica, no diagnostica correctamente la gran guerra cultural que atraviesa el país. La autonomía universitaria se funda en la dualidad clásica del poder y la autoridad. En teoría, la universidad es autónoma porque tiene una auctoritas concreta, un saber socialmente reconocido. En la práctica, la auctoritas de las universidades varía; y es precisamente en base a esta variación de la calidad que los partidarios de la destrucción de la autonomía encuentran su argumento más utilizado: es preciso intervenir estatalmente en las universidades públicas y privadas para asegurar la calidad.

La intervención en las universidades solo puede estar justificada si nos encontramos ante una causa de fuerza mayor. Pero una reforma nunca es una causa de fuerza mayor. Una reforma es un proceso consensuado en el que los stakeholders son convocados para lograr un acuerdo en base a equilibrios. El posibilismo es el principio fundamental en el que debe basarse toda reforma, no la imposición unilateral disfrazada de control imparcial. La destrucción de la autonomía universitaria concentra un poder enorme en el Estado (un Estado ineficiente), que viene a reemplazar la libertad del claustro por el control político de organismos parcializados ideológicamente. Es sencillo rastrear a qué sector ideológico-partidista favorece el excesivo reglamentarismo y por quién doblan las campanas en el sector educativo. Conviene, además, denunciar cómo se pretende que la autoridad libre de numerosos claustros de calidad se someta ante un poder político infatuado, que pretende reformar las universidades aniquilando el principio clásico de la autonomía. Después de todo, en la educación universitaria libre, moderna y de calidad se juega el futuro inmediato de todo el Perú.

La academia se caracteriza por el posibilismo, no por el voluntarismo. El académico transforma realidades con políticas basadas en el conocimiento, no con demagogia, subvenciones y falsas promesas de control. Quis custodiet ipsos custodes? Por eso, la universidad peruana solo saldrá adelante reafirmando su compromiso con la búsqueda de la Verdad y aplicando estrategias de innovación. La innovación facilita la competencia, atrae al talento y promueve cadenas de valor. Además, la internacionalización de la academia peruana es fundamental para consolidar cualquier cambio relevante. Necesitamos crear universidades globales capaces de transformar nuestras realidades sin anatopismos asfixiantes. La clave del desarrollo académico es el principio de diferenciación. La uniformización siempre es contraproducente en el cosmos universitario. De la misma forma en que los profesores tratamos de distinta forma a los alumnos en función a sus capacidades, el Estado debe comprender que la complejidad del mundo universitario peruano es el reflejo cierto de un Perú caótico y que el caos nunca se resuelve a decretazo limpio. Esto, lo saben los estudiantes de primero de Derecho.

Hay que potenciar ciertas universidades peruanas para convertirlas en centros de referencia en la región. Para eso es preciso internacionalizar la educación superior y formar una nueva generación de universitarios dispuestos a fusionarse plenamente con el mundo. El maestro Rafael Domingo siempre nos dijo a sus discípulos “dime cómo son tus universidades y te diré cómo es tu país”. Si aspiramos a regenerar el Perú tenemos que abrazar como política de Estado la globalización de la universidad peruana: la internacionalización del claustro, la inserción global del alumno y la innovación que supera el procedimentalismo asfixiante. No hay otro camino si aspiramos a una educación con auténtica calidad. La universidad, gran cooperadora de la verdad, es la constructora de la peruanidad. El bicentenario de la República nos invita a reencontrarnos con la verdad en su hogar intelectual: la universidad peruanista, la única capaz de transformar el Perú.

 

Martin Santivañez
27 de junio del 2018

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