Carlos Adrianzén

Recuerdos inventados

¡Chino, contigo hasta la muerte (económica)!

Recuerdos inventados
Carlos Adrianzén
03 de julio del 2024


Recordar a una dictadura militar como la de 1968, enfáticamente corrupta e inepta, parecería un sinsentido. Pero no lo es. Y no lo es porque mucha gente la ha idealizado. Se le ha idealizado y maquillado a tal extremo que una porción –si no la mayor parte– de los peruanos cree que fue un periodo justiciero, honesto y hasta dinámico. 

En estas líneas no referiré ningún nombre, ni el de sus tontos útiles, ni el de sus beneficiarios. Solo descubriré lo que hizo la dictadura y su Constitución, mostrando sus datos. Suficiente vergüenza arrastra quien se enriqueció con ella y/o quienes mienten cada día, justificando y hasta defendiendo un cuadro de desastre económico y corrupción burocrática generalizada. Algo tan destructivo como sus dos periodos. El de su vigencia directa (1968-1979) y el de la indirecta, a través de su ilegítima influencia constitucional (1980-1993). 

Veinticinco largos años

Vayamos por lo borrado. Por aquellos aciagos, fueron asesinados, desaparecidos u omitidos de todo registro oficial, un número indeterminado –posiblemente millones– de compatriotas por (1) la acción represiva; (2) la irracionalidad económica de sus manejos y/o por (3) desatenciones estatales o privadas (causados por la dictadura y sus gobiernos secuela).

No olvidemos que tanto de salida la dictadura impuso sus ideas e institucionalidad tanto en la Constitución Política de 1979; cuanto que los gobiernos que la sucedieron (Belaunde II y García I). Regímenes que no se atrevieron a hacer significativos cambios de rumbo en materia económica e institucional. Estos últimos básicamente combinaron, tímidas reversiones con algunas profundizaciones, en términos del sello ideológico (mercantilista-socialista) heredado de la dictadura y su “educación”. 

Pero volvamos al punto. Hoy se repite que esta hedionda y destructiva dictadura fue algo casi maravilloso. Y quien no repita esto, por miedo, por interés o por ideología, será cancelado. Pero esto es algo tremendamente falso. Y dibuja también el verdadero motivo de divertimento de estas líneas.

Algo muerde. La dictadura tuvo efectos destructivos y persistentes. Hasta el día de hoy sufrimos su toxicidad económica e ignoramos a sus –posiblemente– millones de cadáveres por eliminación, postración o desatención. Y también, hasta el día de hoy sufrimos el veneno de sus aprendices. Esos candidatos, curitas, docentes, blogueros o periodistas, quienes hoy, a nombre del pueblo y la justicia social la venden. Y lo peor es que la venden justamente porque prefieren el camino fácil para ser ricos, asesinos y dictadores. Para oprimir. 

Esclavos de ideas socialistas y mercantilistas que ni siquiera han estudiado o comprenden, pero usan con una retórica machacona. 

Torturemos a los datos

Posiblemente no existe un estadístico económico más relevante, poderoso y útil que el PBI (Producto Bruto Interno). Captura simultáneamente, la idea de cuánto valor agregado produce un país en un lapso dado –Oferta Agregada en equilibrio–; cuánto gasta en bienes finales –Demanda Agregada también en equilibrio–; y el flujo de Ingreso Nacional (neto de depreciación e impuestos indirectos netos). El Producto, el Gasto y el Ingreso. Grosso modo, cuanto producimos, crecemos y gastamos y cuál es nuestro ingreso. En el tiempo –y comparativamente– contrasta cuán dinámicos, o pobres somos. Y viceversa.

Como al socialismo-mercantilista (o si usted prefiere, la izquierda, la centroizquierda o el senderismo) es económicamente destructivo –desestabiliza, empobrece, estanca y corrompe– mis amiguitos de izquierda odian monitorear la evolución del producto por habitante. Hasta han inventado desde índices sui generis de Desarrollo Humano, hasta de Felicidad en el infierno.

Aquí nos referiremos hacia lo que sí sirve para medir el Producto, el Gasto y el Ingreso. Sus dinamismos y –comparativamente– sus niveles de crecimiento y desarrollo económico. Y lo haremos con las mejores intenciones buscando descubrir –desaprensivamente– como le fue a la dictadura setentera y sus gobiernos moldeados consecutivos. Y la data peruana, otra vez, resulta muy clara. Difícil de refutar. 

Y como la primera figura acá nos muestra, la dictadura fue un desastre. Luego de la farra, con sus ideas y corrupción institucional, retrocedimos el producto por persona de 1957. Nos hundimos una década. La irracionalidad de las reformas dizque estructurales, las finanzas inflacionarias, el quiebre de la propiedad privada, la estatización del país y la prostitución de sus instituciones nos pasaron la factura. 

Y sí, parafraseando un eslogan de la época: el (nuevo) patrón –burócrata o mercader– si comió de la pobreza del campesino. Al final de su influencia dos tercios de la población cayeron debajo de la línea de pobreza. Una pregunta aquí cae de madura: ¿Cuántos millones asesinaron?

Pero esto no fue todo. La destrucción económica fue persistente (ver Figura II). 

El crecimiento económico peruano de la posguerra se desvaneció y configuramos a nuevo africano (léase: otro país con indicadores macroeconómicos y sociales deprimentes) en Latinoamérica.

A los peruanos se nos educa enfocando episodios macroeconómicos. Ciclos populistas (i.e.: déficit, embalses et al), versus Ciclos de Ajuste Correctivo (i.e.: superávit, desembalses, et al). Pocas veces se enfoca la perspectiva de largo plazo. Se cuenta –parafraseando a un inglesito muy famoso– que en el largo plazo estaremos muertos. Nunca se nos cuenta que las naciones que carecen de una visión de largo plazo… desaparecen.

Y las tendencias de largo plazo del Perú durante la dictadura nos dañaron severamente (ver Figura III). Los peruanos volvimos a ver la película “Lo que el viento se llevó” (el crecimiento de la plaza).

Chino, contigo hasta la Muerte (económica)…

La figura aludida es cruel. Nos alejamos severamente de las aspiraciones a niveles de vida dignos o de primer mundo. No se atrevían a decirnos, como hoy hacen ciertos líderes latinoamericanos, que la pobreza es algo bueno (y la riqueza algo, per se, malo). Pero nos decían que la pobreza era “estructural”. 

De hecho, las reformas estructurales cumplieron la promesa. Muchos murieron por violencia, hambre o desatenciones básicas. Hasta la muerte fue.

Al mismo tiempo, casi desaparecimos del mapa económico mundial.

Mientras en el Perú nos tomamos un largo tiempo en tratar de cambiar de rumbo hacia un manejo económico más inteligente, en Chile –un vecino con productos por persona similares, con alguna ventaja histórica para los sureños– la fiesta económica y la reducción de pobreza asociada al libre mercado explosionaba. 

Fue una goleada económica, gracias a la dictadura, sus sucesores u otros esbirros (ver Figura IV).

Recordemos también, los peruanos –nación de ciudadanos pobres y negocios estancados– visitaban Santiago de Chile con sanas –y supongo también, insanas– envidias. 

Para no aburrirlos con guarismos, la dictadura que tantos añoran hoy en el Perú caviar y filo senderista, llegó en un momento a triplicar el producto por persona de un peruano. Cualquier afán bélico revanchista local hubiera generado una carnicería de peruanos.

Pero todo lo recordado hasta acá no resulta tan gráfico como lo que nos recuerda la quinta figura. ¿se imagina cuantos murieron por desempleo y desatención por los efectos de la dictadura de marras?

Nos hundieron económicamente. Nos jodieron, diría un marqués arequipeño. 

Destruyeron las bases institucionales peruanas –mercantilistas tibiamente socialistas– con nuevas y más corruptas bases: el socialismo-mercantilista peruano. 

No fueron justicieros. Tuvieron una clara visión de destrucción y empobrecimiento. Y tuvieron éxito… en lo negativo. Fuimos –y por sus secuelas, aun somos– un país muy retrasado y muy pobre. Y todavía algunos extrañan este infierno….

Las mentiras quedan

Pero no es curioso su irreal buen recuerdo. La mentirosa visión actual de ese periodo es solo resultado de un efectivo mercadeo político. Pero si nos ponemos sensatos, las cifras no dan para mayores debates o controversias. El Velascato fue un desastre social.

Sin embargo, seríamos ilusos si no reconocemos el diligente y persistente trabajo de difusión y proselitismo de sus docentes, corporativos, dirigentes gremiales, burócratas, curitas, etc.

Recordar, pues, esta dictadura es algo muy, pero muy útil para comprender el Perú actual. Y superarlo.

Carlos Adrianzén
03 de julio del 2024

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