Manuel Bernales Alvarado

Rebelión en la granja

En Nicaragua, el somocismo se ha recreado en la pareja presidencial

Rebelión en la granja
Manuel Bernales Alvarado
13 de junio del 2018

 

Ví una entrevista a Bianca Jagger, ex del Rolling Stone, junto con Erika Guevara Rosas, directora de Amnistía Internacional para las Américas, sobre el drama del pueblo nicaragüense. Me transportó a inicio de los ochenta, cuando yendo a auxiliar a mi amigo Rafo Roncagliolo, de visita en Managua, casi tropezando, la conocí en el ascensor del Intercontinental Managua. Ya entonces eran evidentes las tendencias del Gobierno a copiar el régimen castrista, en plena gloria, aunque los cuadros económicos nicaragüenses se capacitaran en satélites de la URSS y en el INCAE, ¡escuela de Harvard con sede en Managua!

El triunfo sandinista (1979), se dio con tres tendencias organizadas, por momentos encarnizadas, como cada vez es más de público conocimiento. Vino la etapa del mito fundacional, el “agitprop”, y el culto a la “Dirección Nacional, ordene!”. En cada tendencia había importantes líderes y cuadros no comunistas ni marxistas, lo que se evidenció con la ruptura gradual del FSLN, hasta su masiva quiebra en 1995.

El régimen de Ortega y Murillo —o, según varios analistas, cada vez más viceversa—, trajo a mi mente La rebelión en la granja (Animal farm), exitosa alegoría de George Orwell que desnuda al estalinismo, sucesor de Lenin que interpretó a Marx liderando la Revolución Rusa en medio de una guerra interna y otras externas.

Algunos regímenes de izquierda no son partos de guerra, pero todos siguieron el modelo de dictadura del partido sobre la sociedad y el Estado. Aplicaron, hoy también lo hacen, normas y prácticas semejantes a las de otras dictaduras, como la nazi, en lo civil, policial y militar: no en lo económico, ni en su discurso ideológico.

La pareja presidencial ni siquiera tiene el discurso marxista-leninista-castrista que pretendió embelecar a un pueblo muy católico, con fundadores y antecesores del sandinismo de acendrado catolicismo social, como Carlos Fonseca Amador, y con pocos conversos a una marxología arropada por una literatura teológica liberacionista. estilo Tomás Borge Martínez. Son explicables esas tendencias a fusionar una visión escatológica dogmática del catolicismo tradicional policlasista (“fuera de la iglesia ninguno se salvará”), con la idea fuerza del paraíso comunista en el fin de los tiempos.

En menos de medio siglo, algunas dictaduras de partido y su “centralismo democrático”, con sus “organizaciones de masas” para muchas ONG en nuestra América, devino en culto a la personalidad, según tradiciones arraigadas: excepcionalismo hispánico, otoño del patriarca o despotismo asiático, quizás con la singularidad de los herederos de Ho Chi Minh y Nguyen Giap.

La pareja presidencial y sus operadores económicos, políticos, periodísticos, legales y no legales, evidencian su opción preferencial no por los pobres, sino por el poder absoluto que les ha corrompido absolutamente. Debo confesar, sin embargo, que no encuentro explicación al soporte que le dan personas como el “ministro secretario privado para políticas públicas”, destacado politólogo cuya amistad valoro, con quien trabajamos en los ochenta y luego fue un responsable funcionario en el sistema de las Naciones Unidas.

Es vox populi que el somocismo se ha recreado en la pareja presidencial. Muchas personas, algunas mencionadas, temen que el diálogo que el Gobierno ha tenido que aceptar sea como el acaecido con Somoza: que mate una insurrección social no violenta y dé paso a otra guerra, indeseable para el pueblo. El temor a esta facilita la manipulación de Murillo-Ortega, familia y socios internos y externos, incluido el operador chino de la concesión canalera, a lo Hong Kong del siglo XIX. La energía social desatada por la juventud clama por un liderazgo con visión de Estado, de nicaragüeñidad solidaria, de capacidad de gobierno y ética a toda prueba.

 

Manuel Bernales Alvarado
13 de junio del 2018

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