Juan Carlos Llosa

Ramón Castilla: Almirante Honorífico

Y Gran Protector de la Amazonía

Ramón Castilla: Almirante Honorífico
Juan Carlos Llosa
13 de septiembre del 2020


Recientemente se han conmemorado 223 años del natalicio del Gran Mariscal del Perú don Ramón Castilla y Marquesado, nacido en el otrora departamento peruano de Tarapacá, el 31 de agosto de 1797. Castilla ha sido, a juicio de muchos, el gobernante peruano más preclaro, un estadista como pocos, que llevó a cabo políticas modernizadoras y visionarias en áreas estratégicas como la educación y la defensa nacional. Concibió la primera política marítima, después de que San Martín fundase la Marina de Guerra. Fue artífice de nuestro poder marítimo, como más tarde lo sería Leguía. Dominó el mar e hizo enseñorear nuestra escuadra en la América del Sur, proyectándola hasta California y hacia la Amazonía, que gracias a él se integró al resto del país. 

Aquella política marítima suele sintetizarse en la conocida frase “si Chile compra un barco, el Perú debe comprar dos”, idea cargada de pragmatismo realista. Esta máxima que registra nuestra historiografía a través de la tradición oral, puede haberse originado en la participación del notable tarapaqueño, con los emigrados peruanos encabezados por general Agustín Gamarra, en la segunda Expedición Restauradora, al mando general del chileno Manuel Bulnes y que acabó con la Confederación Perú-Boliviana en Yungay, en 1839. Fue clave del éxito de aquella operación combinada la libertad de acción de la fuerza naval chilena en mares peruanos y bolivianos, por estar prácticamente desprotegidas aquellas aguas.

Ese hecho debe haber llevado a Castilla a reflexionar sobre la necesidad imperiosa de obtener un poder combatiente relativo en el mar a nuestro favor. Esto en razón a que el Protector de la Confederación Perú-Boliviana, el Mariscal don Andrés de Santa Cruz, había cometido el mismo pecado que Napoleón y Bolívar –tan caro al primero de los nombrados merced a Trafalgar–; es decir, menospreciar el factor crítico, y hasta a veces decisivo, del poder naval en la guerra, tal como lo revelan las consecuencias de la batalla naval de Jutlandia de 1916 a propósito de la derrota alemana al final de la Primera Gran Guerra. Se sumaba a ello, la desconfianza que producía la Armada en Santa Cruz, por considerarla de fuste salaverrino –cosa cierta, como más tarde también sería civilista y leguiísta– de ahí que la desarmó, como también lo haría Balta. 

En un artículo titulado La Política Naval del presidente Castilla, aparecido en la obra Antología de Castilla, estadista y soldado (1945), publicado por el Instituto Libertador Ramón Castilla, el Capitán de Fragata e ilustre historiador Teodosio Cabada Porras (1896-1978) señala que “la obra de Castilla a favor de la formación de una Marina de Guerra para el Perú, es tanto más admirable cuanto que ha sido el primero de los gobernantes que puso decidido empeño en tal sentido”. No se equivocó. Pero desaparecido Castilla, su visión marítima quedaría huérfana de interés político.

Fue el Gran Mariscal asimismo, parte de la familia naval por su hijo, el capitán de corbeta Federico Castilla Villegas (1833-1860), quien fue a su vez medio hermano del Sargento Mayor Juan Castilla Colichón, quien murió heroicamente en la Batalla de Miraflores, el 15 de enero de 1881. 

Por ser unos de sus más notables benefactores, y de los presidentes más empáticos con nuestra institución, la Marina de Guerra del Perú siempre ha rendido homenaje al gran estadista, y ha dado su nombre a importantes buques de guerra, tanto en el teatro de operaciones navales en el Pacífico, como en el teatro de operaciones fluviales en la Amazonía. esa tradición hoy está representada por el BAP Castilla, moderna cañonera fluvial que salvaguarda nuestra soberanía en las cuencas de los ríos Amazonas y Putumayo.

Castilla puso orden en una república que adolecía de múltiples enfermedades infantiles. Supo convocar a conservadores y a liberales, hilando fino entre sus disputas irreconciliables, en provecho de la gobernanza del país. Y a despecho de la mayoría, no hizo del odio su leitmotiv para la política. Pero como hijo de su tiempo, el libertador de los esclavos fue un caudillo que no generó partido, y por ello su áurea se extinguió en las pampas del Tamarugal en Tarapacá, el 30 de mayo de 1867. Ese día murió cabalgando con la idea de salvar otra vez a su Patria de caer en un nuevo laberinto. No superó esta vez la fatiga. Tenía 69 años, y las fuerzas de Ayacucho, Yungay, La Palma y de la campaña naval contra el Ecuador lo abandonaron en medio del agobiante desierto sureño. Al morir muy pocos avizoraron la fatalidad que su pérdida significaría para el país, porque el Gran Mariscal habría de hacernos mucha falta 12 años más tarde. Realmente cuánta falta nos hizo en 1879. 

Gran Bretaña tuvo la fortuna de contar con Churchill en 1940, cuando la clase política británica parecía doblegarse ante el aplastante poder del Tercer Reich, en la hora más oscura del envejecido gran imperio marítimo. No tuvo esa misma suerte Francia en aquel momento cumbre, ni tampoco el Perú en 1879. El carácter indomable de Castilla, su fuerza titánica y sus habilidades, muy superiores al montón de desorientados que conducían el timón de la Nación por aquella época, hubiesen hecho de él, aún octogenario, la Línea Maginot que Guderian jamás hubiese podido flanquear.

En estos tiempos los buenos peruanos deberíamos ser más castillistas. Porque más allá del coronelote socarrón o del político sagaz, hubo en él un excepcional gestor, un estratega geopolítico adelantado y sobretodo un peruano que, como escribiera el historiador y sacerdote jesuita don Rubén Vargas Ugarte, en una de las mejores –de las no muchas– biografías que del estadista se han escrito: "Amó ante todo a su Patria, y por ella estuvo pronto a hacer cualquier sacrificio” (Buenos Aires, 1962).

Por ello, además de estadista visionario y soldado de la ley, fue don Ramón Castilla Almirante Honorífico y Gran Protector de la Amazonía.

Juan Carlos Llosa
13 de septiembre del 2020

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