Javier Agreda
Prosas apátridas cibernéticas
Reseña crítica del libro “Canon de cámara oscura”, de Enrique Vila-Matas

Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) vuelve a internarse en los terrenos de la literatura sobre literatura con Canon de cámara oscura (Seix barral, 2025), una novela que se presenta, desde sus primeras páginas, como una de sus propuestas más extremas. A medio camino entre la ficción narrativa y el ensayo literario, el libro desafía las categorías habituales: es un conjunto de “prosas apátridas”, como las calificaría nuestro Ribeyro (a cuya obra está dedicado todo el capítulo 17). El protagonista, Vidal Escabia, es un androide que vive en un presente suspendido, en un piso de Barcelona. Heredero del escritor Antonio Altobelli —apodado El Fracasista—, se ha propuesto elaborar un “canon literario desplazado” a partir de una selección de 71 libros. Cada día, Escabia extrae un fragmento al azar y lo incorpora a ese canon secreto, cuya coherencia reside en afinidades, intuiciones y resonancias personales.
Este gesto —rescatar fragmentos de libros y reordenarlos en una constelación nueva— articula toda la novela. Pero no se trata solo de una operación estética. A medida que avanza la lectura, se vuelve evidente que el canon que Escabia construye no solo organiza su biblioteca, sino también su propia vida. En su aislamiento, los textos reflejan su manera de pensar, de sentir e incluso de escribir. La literatura resulta, en ese contexto, no un saber sino una forma de supervivencia.
Como en otras obras de Vila-Matas, la línea entre narración y reflexión es deliberadamente borrosa. El argumento sirve más como pretexto que como eje de las acciones porque lo fundamental es la experiencia de lectura: una secuencia de glosas, citas, microensayos y recuerdos fragmentarios que van formando un tejido de referencias cruzadas. Aparecen figuras consagradas como Kafka, Borges, Musil, Montaigne o Walser, junto con autores marginales y hasta inventados; como ese Mateo Menard quien, a la manera de su pariente borgiano, ha reescrito El hombre sin atributos. El resultado es un mapa literario personal y excéntrico, en el que cada nombre citado sugiere una idea, un problema.
Canon de cámara oscura dialoga con El mal de Montano (2002) una de las novelas más importantes de Vila-Matas. En ambas, el protagonista construye una especie de canon secreto mientras se pierde en digresiones sobre literatura, enfermedad, pérdida y memoria. Pero si en El mal de Montano se conservaba el pulso narrativo, a través de la neurosis del protagonista, de un malestar literario anclado en la historia y en lo biográfico, Canon de cámara oscura se instala definitivamente en la abstracción. Escabia, por ser androide, carece de una infancia, de un trauma o de un origen. Y es precisamente esa carencia lo que convierte a su voz en una especie de zona cero desde la que la literatura habla. La apuesta es más radical, pero también más fría. Montano suscitaba una cierta empatía melancólica, Escabia se mueve en una atmósfera fría y mecánica.
Hay en este nuevo libro momentos de lucidez y de humor. Vila-Matas brilla en algunas líneas en las que su juego intelectual se manifiesta a través de paradojas e ironías. Pero a pesar de sus hallazgos, la novela también exhibe con claridad las limitaciones de una poética que el autor ya ha llevado hasta sus últimas consecuencias. La acumulación de citas, los guiños literarios, la fragmentación deliberada, el narrador desarraigado, la fusión entre vida y literatura: todo esto ha sido explorado, con mejores hallazgos, en sus libros anteriores. Incluso el personaje del androide, que podría haber servido para explorar con mayor profundidad cuestiones sobre la conciencia, la memoria o el lenguaje, termina siendo apenas un dispositivo narrativo para justificar una voz despojada, sin biografía y, por lo tanto, más “pura”.
El canon que Escabia construye está hecho de luces y sombras, de epifanías y repeticiones. Y el libro que lo contiene comparte esa ambivalencia: tiene algunas páginas interesantes, pero también largos tramos donde la escritura se encierra en sí misma, como si Vila-Matas ya no pudiera —o no quisiera— salir de su propia cámara oscura. Para los lectores fieles, el viaje seguramente tiene sentido: sigue siendo una celebración de la literatura como forma de vida. Pero para quienes esperaban una respuesta sobre el sentido de escribir hoy, esta novela puede resultar decepcionante.
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