Carlos Hakansson

Procesos electorales y posible mundo orwelliano

Los comicios democráticos demandan un compromiso con los principios y normas constitucionales

Procesos electorales y posible mundo orwelliano
Carlos Hakansson
11 de marzo del 2025


A pocos días de convocarse las elecciones generales de 2026, la reforma electoral ha provocado una proliferación de partidos políticos que pueden dividirse en tres bloques distintivos. El primero agrupa a los partidos tradicionales, representativos del siglo XX y herederos de unos líderes que son parte de nuestra historia republicana. El segundo incluye a organizaciones vinculadas a corporaciones educativas privadas y empresas emergentes que actúan como grupos de presión en el siglo XXI. Finalmente, el tercero está compuesto por partidos que representan a mineros informales, cocaleros y sectores ideológicos extremistas. Aunque hay más de cuarenta partidos y listas parlamentarias, todos se reducen a estos tres bloques cuyos intereses son diversos y algunos, en gran medida, desvinculados del bien común.

La diferencia fundamental entre los dos primeros bloques y el tercero radica en su organización: mientras este último exhibe una estructura más sólida entre sus militantes, el primero manifiesta resistencias para renovar sus cuadros clásicos y el segundo es un conjunto de outsiders y noveles políticos con diversa formación personal. Si los pronósticos no fallan, los dos primeros bloques competirán por un lugar en la segunda vuelta electoral, mientras que el tercero ya tiene asegurada su participación en el ballotage gracias al respaldo de ciertos sectores del país.

Es imperativo reflexionar sobre los riesgos de apoyar a los partidos del tercer bloque. Su presencia en el sistema político no garantiza un ejercicio genuino de la democracia tras alcanzar el poder. La polarización política ha abandonado el centro ideológico, como se observó en junio de 2021, y se ha desplazado hacia extremos inquietantes. Una eventual victoria de este bloque representaría un paso hacia el totalitarismo, amenazando los principios democráticos y constitucionales.

Este escenario evoca la distopía de 1984 de George Orwell, que alerta sobre los peligros del pensamiento único, la intolerancia a las críticas, la manipulación mediática y la imposición de normas bajo el lema: «para mis amigos, todo; para los demás, la ley». Orwell describe los efectos de un totalitarismo ideológico impulsado por un partido único, resumido en frases como: «la guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza». Son consignas que reflejan diferentes estrategias de control: la necesidad de enemigos comunes –como el Congreso u otros opositores– para consolidar el poder; la intervención del Estado en derechos fundamentales, como la vida y la familia, tradicionalmente reservados a los individuos y las comunidades; y el bombardeo mediático que distorsiona la realidad y oculta problemas prioritarios.

Los comicios democráticos demandan un compromiso con los principios y normas constitucionales durante todo el mandato presidencial y parlamentario. Sin embargo, una ciudadanía desinformada, que acepta titulares sin cuestionarlos, alimentada con narrativas diseñadas para perseguir enemigos políticos mediante el Lawfare. Este fenómeno, una sofisticada forma de golpe de Estado técnico, actúa en democracias con instituciones frágiles desacreditando oponentes, manipulando el sistema judicial y promoviendo reformas bajo la apariencia de construir un país más justo. Como anticipó Orwell, el control ciudadano no es cosa del pasado. En Rebelión en la granja, analizó el totalitarismo tras la Segunda Guerra Mundial, mientras que 1984 proyectó un régimen sustentado en avances tecnológicos, medios de comunicación y redes sociales que erosionan las libertades de forma casi imperceptible. Ambas obras siguen siendo espejos incómodos de nuestra realidad y alertas sobre el futuro de las democracias en cada proceso electoral.

Carlos Hakansson
11 de marzo del 2025

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