Luis Enrique Cam
Pedro Marieluz, el mártir peruano del secreto de la confesión
Murió fusilado el 23 de septiembre de 1825
Este 2025 se conmemora el bicentenario del martirio de Pedro Marieluz Garcés, un personaje que la historia oficial y las autoridades de la Iglesia católica en el Perú han dejado pasar inadvertida. Aquí un repaso de su vida y legado.
La independencia del Perú fue el resultado de una guerra civil, y como en toda guerra hubo héroes y villanos en ambos bandos. Familias e instituciones se encontraron divididas por idearios políticos opuestos: el virreinato o la independencia, la monarquía o la república. Dentro del clero también hubo división de opiniones. Algunos religiosos se unieron a la causa patriota y otros prefirieron la obediencia al rey de España, como el padre Pedro Marieluz Garcés
Pedro Marieluz, de padres españoles, nació en Tarma en 1780, el año de la rebelión de Túpac Amaru II. A los 16 años ingresó al convento de los padres de la Buena Muerte en Barrios Altos, congregación religiosa dedicada al cuidado de los enfermos y moribundos, fundada por San Camilo de Lellis en el siglo XVI. Su hábito negro lleva en medio del pecho una cruz roja por lo que se les conoce también como “crucíferos”. En el noviciado fue acusado de integrar el grupo de los “quejosos” por lo que su ordenación fue denegada. Gracias a la intercesión de un amigo de su padre fue readmitido en el noviciado de los Camilos. Fue ordenado sacerdote en 1806 en la iglesia de San Agustín y pasó luego a la comunidad de Santa Liberata ubicada en la famosa Alameda de los Descalzos del Rímac.
El Padre Marieluz siempre fue realista. Era conocido por ser un sacerdote ejemplar abocado a su misión pastoral con los pobres y enfermos. Muchos lo consideraban santo por su caridad.
Luego de la declaración de la independencia en la Plaza Mayor de Lima en 1821 el Padre Marieluz junto a otros tres religiosos dejaron el convento de la Buena Muerte para unirse a las tropas realistas. Fue nombrado por el virrey La Serna como capellán castrense del batallón Gerona y por esta labor asistió a muchos heridos en los campos de batalla. Regresó con las tropas virreinales que tomaron Lima y fue nombrado vicario castrense del Castillo del Real Felipe en el Callao.
Luego de la victoria en Ayacucho por los patriotas el 9 de diciembre de 1824, los ocupantes del Real Felipe al mando del brigadier José Ramón Rodil, se acantonaron en el fuerte a la espera de refuerzos españoles que vinieran por el mar.
Los meses pasaban sin que llegaran los auxilios esperados. La vida en el Real Felipe se volvió un infierno: el hambre, la peste, el escorbuto y un sistema de terror diezmaron a la población del castillo. Durante el estado de sitio, el Padre Marieluz cumplió fielmente su deber prestando ayuda espiritual a la desesperada población del castillo.
Ante la dramática situación de nueve meses de asedio, la conspiración emergió entre algunos de los oficiales sitiados. Pero en el Real Felipe nadie podía fiarse de nadie, la delación y el espionaje estaban al acecho. El comandante Rodil recibió la denuncia de una inminente sublevación y decidió el arresto de trece ocupantes del castillo. Trató de sacarles los detalles de la conspiración a través de terribles torturas. Al no obtener ninguna revelación de los insurrectos ordenó que los fusilaran. Antes de la ejecución los condenados pidieron que el Padre Marieluz los confesara.
A pesar del feroz castigo, Rodil no estuvo tranquilo. Pensó que durante la confesión sacramental los conspiradores habrían revelado los planes y demás cómplices. Nadie estaría más enterado de la sublevación que el Padre crucífero. De inmediato lo mandó a llamar. “Padre Marieluz, en nombre de su majestad el rey Fernando VII le intimo a que diga usted todo nombre y detalle que le hayan contado los penitentes que acaban de ser ajusticiados” le ordenó sacrílegamente el brigadier.
El Padre Marieluz sorprendido por semejante pedido respondió: “Mi general, me pide un imposible, porque jamás sacrificaré la salvación de mi alma revelando el secreto de un penitente, aun cuando me lo impusiese el Rey, a quien Dios guarde”. Rodil, llenó de ira, tomó del brazo a Marieluz y le espetó: “¡Fraile! O me lo dices todo o te fusilo”.
El Padre Marieluz se negó rotundamente a revelar el secreto de la Confesión: “Si a los que usted ha fusilado no han revelado ni una palabra no estando obligados por el sigilo sacramental ¿cómo yo podré revelar el secreto de confesión, que traicione mi sagrado deber? ¡Jamás!”.
Rodil, enfurecido por la negativa del religioso, ordenó su inmediato fusilamiento. Era el 23 de septiembre de 1825.
En la sacristía de la iglesia Conventual de Santa María de la Buena Muerte en Barrios Altos se puede apreciar una impresionante pintura del preciso momento del martirio del Padre Pedro Marieluz. Sentado en el ataúd que portaría sus restos mortales con los brazos extendidos frente al piquete de cuatro soldados, esbirros de Rodil, a punto de darle muerte. En el fondo, el castillo del Real Felipe con el pendón español.
Además, en la capilla de la Fortaleza del Real Felipe se puede apreciar una infografía que recuerda la valentía del sacerdote peruano.
Pedro Marieluz modelo de los novicios de San Camilo, a quien Ricardo Palma le dedicara una de sus Tradiciones. Y el humanista Luis Antonio Eguiguren narró el acto heroico en su biografía a José Olaya. Pero Marieluz aún no ha sido reconocido oficialmente como mártir del secreto de la confesión.
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