Hugo Neira

Macera: un rebelde íntegro y claro

Sobre el gran historiador peruano

Macera: un rebelde íntegro y claro
Hugo Neira
12 de enero del 2020


Ciertos libros me obligan a concentrarme y dejar Lima por un cierto tiempo. Pero llegan noticias del Perú, no necesariamente afortunadas. En el lugar en que me encierro, entra Claire, con una cara que daba miedo. «Macera se ha muerto», me dice.  

No me voy a hacer ahora el amiguito del fallecido, como hacen muchos. Lo cierto, no nos frecuentamos. Son cosas que pasan. Después de todo, he pasado gran parte de mi vida fuera del Perú. Sin embargo, lo cierto es más sencillo, con Pablo y también con Carlos Araníbar nos veíamos cuando trabajábamos en la casa Colina para el maestro Porras. También Mario Vargas Llosa, un tiempo antes de ir a Europa. 

Colina 398. Hacíamos fichas para el senador Porras, de libros, de documentos. Nos daba un salario el editor Juan Mejía Baca. Francamente, cuatrocientos soles me parecía una fortuna, el último empleo que tuve antes de la casa en Colina, eran cien soles por dictar clases en un colegio privado de secundaria, en el centro de Lima, que aceptaba adolescentes flojos que no podían concluir el quinto año de media. Cuento esta historia porque, de golpe, entré a donde nunca pensé entrar, al paraíso intelectual de Porras y de sus últimos discípulos. Los porristas —por llamarlos de alguna manera— fueron centenares, pero no formamos ninguna secta. Acaso Porras nos daba una silenciosa lección: ser liberal en el sentido de aceptar al otro, aun si no se coincidía.

En fin, en la casa Colina vuelta taller, yo era el más joven y el más pobre. Y además, comunista. Los de antes, no de izquierda, eso es una coquetería que vino cuando las clases altas comenzaron a tener hijos atrevidos que tomaban esa corriente para seguir mandando. No soy de esos. Y en el resto de mi vida, no me olvidé ni de Porras, ni de Macera o Araníbar. Cuando pude, en los años que fui Director de la Biblioteca Nacional, el azar hizo que Luis Valera, de izquierda, diagramador en la BNP y muy culto, fuera un vínculo entre Macera y Araníbar, gracias a lo cual publicamos diversos ensayos suyos en las revistas de la biblioteca. 

Estoy escribiendo esta nota para El Montonero. Es de noche, una espléndida noche de luna llena en Santiago de Chile, que es ciudad andina, un poco como Arequipa, de cielos despejados. La muerte de Macera y este artículo me quitan realmente el sueño. No tengo más remedio que ponerme a escribir. Y librarme de un poema del Siglo de Oro que me trota en la cabeza: «¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son». La culpa la tiene Puccinelli y su texto de literatura para el quinto de media en colegio fiscal. Qué bien ha hecho a la nación el profesor Vexler, de evitar a varias generaciones de jóvenes peruanos conocer a Jorge Manrique, Góngora, Lope de Vega, Quevedo. ¿Para qué? ¿Acaso no somos los primeros en la prueba PISA

Volviendo a Pablo Macera, ocurre que estando en Santiago para concluir un libro sobre los pensadores en el Perú, acababa de releer sus libros. O sea, esta no es una nota funeraria. Ahora bien, como entenderá el amable lector, lo que he escrito sobre Pablo Macera ya no es mío, sino de los editores. Tenía la ilusión de hacerle llegar ese libro. Pero el ángel de la muerte no ha querido que sea así. 

La producción intelectual de Pablo Macera es un legado enorme. Es hecho conocido, está en Wikipedia, «hacía historia, pero historia económica, historia del arte, historia de la alimentación». Pero seré sincero, no me he ocupado de todos sus escritos. Glosaré lo que ya está en mi próximo libro, todavía no editado. Mi modesta hipótesis es que tanto Macera como Basadre, no solo fueron grandes historiadores sino también ensayistas. A Basadre no lo olvidamos no solo por los tomos de La República sino por Perú, problema y posibilidad. O sus Meditaciones sobre el destino histórico del Perú, que es de 1947. Donde hace esta pregunta: ¿por qué se fundó la República? Excelente cuestión, porque hasta ahora, la res publica, la ley para todos, no se aplica.

Entonces, en el caso de Pablo Macera me atrevo a sugerir que un libro claro y crítico es Las furias y las penas, editado por Mosca Azul, en 1983, uno de sus libros más personales. Y otro que a mí me parece muy interesante, La nueva crónica del Perú del siglo XX. Tiene notas cortas muy suyas, «una pluma incisiva» dice el Diccionario biográfico de Milla Batres, allá en los lejanos años setenta. La gracia es que por imitar a Huamán Poma de Ayala, sus notas se acompañan de dibujos ilustrativos de Miguel Vidal. Edición del 2000. Miren lo que dice de algo tan corriente como es la televisión. «Mucha gente tiene televisión, la ventana preferida de la casa. Quiere escapar de la realidad que no ofrece mayores opciones. Un poblador de un pueblo joven decía en 1983 de su televisión, 'es el único artefacto que se ve limpio y derecho. Fuera de él, todo es oscuro, sucio, feo'.» 

¿Qué era Macera? Un intelectual sincero. Pese al deporte de la ambigüedad en el país del «quedamos en que veremos» tan practicado en Perú como los trineos para nieve de los esquimales. Se ha muerto Macera y el mejor homenaje que podemos hacer es intentar ser tan sinceros como él lo ha sido. No soy muy optimista, hay una cultura del cálculo y la hipocresía que es dominante. Perú mercantilizado. 

A Macera, ser crítico no le impedía una serie de socializaciones. Uno de sus mejores libros, a mi parecer, Conversaciones con Basadre. Y por otra parte, todo lo que hizo por San Marcos. Había dirigido un departamento de ciencias histórico-sociales y un seminario de historia rural andina. Ahora bien, desde la mitad de los setenta, y luego en los ochenta, se hizo famoso. Normal, a tal señor, tal honor. Pero cuando yo volvía a Lima, muchas veces escuchaba esta frase, «como dice Macera». Era sobre todo en la gente de izquierda. Los 90 fueron diferentes. Fujimori. Cuando pregunté qué había pasado entre la izquierda y Macera, me dijeron que había aspirado a ser Rector. La verdad es que no me pareció algo absurdo, al contrario. Pero, según parece (yo no vivía en esa época en el Perú), lo maletearon. Y Pablo tenía carácter. Ya saben, congresista.

A Macera el sincero, lo vamos a echar de menos. Cuando lo visita Manuel Burga y le hace algunas preguntas, le dice dos cosas enormes. La primera, «el Perú se indianizó en los últimos años». Y la segunda, «la República es una estafa para las mayorías». Macera y el arte de decir todo en pocas palabras. Ya estaba en exilio en su propio país. El premio paradójico al talento y la honestidad intelectual. 

Como Nietzsche, tenía su «amor fati», o sea, la libertad de ser uno mismo. Si quieren saber cómo era cuando conversaba, busquen en Internet «el adiós de Pablo Macera» escrito por Rodrigo Núñez de Carvallo. No lo conozco, para mí eso no cuenta. Narra con calidad un encuentro con Porras. Macera, cómo se criticaba él mismo: «en 1995 me equivoqué, y en el 2000 mis yerros fueron mayores». Cuenta que apreciaba que Fujimori lo llamase a su despacho para conversar, «me sentía importante. Fui muy ingenuo». ¿Conoce el amable lector algún peruano que diga que se ha equivocado? No creo en los milagros, pero ese sería uno. Son las cinco de la madrugada.

Hugo Neira
12 de enero del 2020

NOTICIAS RELACIONADAS >

Después de Mariátegui: la progresiva emergencia de la nación mestiza

Columnas

Después de Mariátegui: la progresiva emergencia de la nación mestiza

El presente texto forma parte de una investigación inédi...

15 de abril
La Independencia como revolución popular, incluyendo mujeres

Columnas

La Independencia como revolución popular, incluyendo mujeres

El doctor Rivera Oré tiene la amable costumbre de enviarme libr...

01 de abril
Micaela: de las blancas azucenas de Abancay a la libertad

Columnas

Micaela: de las blancas azucenas de Abancay a la libertad

Me ha pedido usted unas breves líneas para prologar su libro. A...

18 de marzo