Hugo Neira
Las Memorias de Pruvonena (II)
Riva Agüero y sus recuerdos de la historia del Perú
Seguimos con las Memorias de José Mariano de la Riva-Agüero, San Martín y su Protectorado, y continuamos con "Los Congresos", un extracto que corresponde al Capítulo V, páginas 114-118, del primer volumen sobre las "causas del mal éxito que ha tenido la independencia del Perú". Ahí cuenta cómo llegó a ser Presidente del Perú. Sería destituido prontamente, el 23 de junio de 1823. La razón salta a la vista. De quedarse habría llevado al Congreso a unas conversaciones con el virrey La Serna. La misma idea fija, el reconocimiento del Perú sobre la base de la coronación de un infante español, “y la celebración de un tratado permanente y constitucional de alianza y comercio con la Metrópoli”. La prisa por sacarlo de su cargo es que, en el norte, de Guayaquil a Caracas, había nacido un poderoso factor de poder y de energía militar, las tropas grancolombianas que dirigirían Bolívar y Sucre. Hay, pues, en el Congreso de ese año, una facción —no podemos hablar, para esa época, de partidos— pro Bolívar. Algunos que lo habían repudiado anteriormente, como el cura Luna-Pizarro, ahora lo admiten y luego, veneran. Y luego de Ayacucho, formarán parte de los que quieren deshacerse de los libertadores. La política republicana peruana nace inestable desde la cuna (El águila y el cóndor, 2019, p.338).
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"La persecución incesante que hizo San Martín a los españoles avecindados en el Perú, atrajo al país la total pobreza, porque siendo éstos en quienes estaba el numerario, extrayéndolo del Perú para la Europa, había precisamente de suceder esto. Una buena política habría procurado al contrario, infundir confianza á los capitalistas españoles, para que no sacasen sus considerables capitales, pues éstos eran el alma de la nación, que por esta falta quedó, y quedará por algunos años más, en un esqueleto; sucediéndole al Perú lo que á la España cuando expulsó de ella á los judios. Como estos españoles, probablemente hubieran muerto dentro de pocos años, por ser los más ya viejos, sus hijos los habían sustituido; y he aquí que esas fortunas habían quedado en la nación siempre, y en giro progresivo; con las que los peruanos habían comenzado á hacerse capitalistas, trabajadores, industriosos, navegantes y hombres de mundo; pero era lo que menos se quería. [...]
Queriendo San Martín dominar el país, creyó poder afirmar su usurpación destruyendo el patriotismo, y apoyándose solamente en las tropas de los Andes y de Chile. Se deshizo pues, por los medios más reprobados, de los mejores patriotas, y licenció a las partidas de guerrillas, que habían casi diezmado á esa fecha al ejército español. Anulado así totalmente el patriotismo, es fácil concebir que quedó San Martín de dictador y árbitro de los destinos del Perú. No emanando su dominación del voto de los pueblos, sino de la fuerza extranjera en que estaba apoyado, no fué capaz de resistir esa dominación violenta al choque terrible de la opinión pública; que si se declaró contra el gobierno español, fué solamente con la mira de mejorar sus instituciones, y no de cambiar de amo. Por esto es que, la causa del rey, volvió á afirmarse en el Perú á los pocos meses que San Martin se situó en Lima (cap. III, pp. 66-68)."
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"Separado del Perú el general San Martin, quedó el primer Congreso Constituyente, ejerciendo en toda su extensión los poderes legislativo y ejecutivo. Para administrar el ejecutivo eligió a tres personas de su seno, bajo la inmediata inspección del Congreso. Estos tres individuos eran diputados suplentes: uno era peruano, otro colombiano y el tercero de la república argentina. Ninguno de ellos había prestado el menor servicio a la causa de la independencia; y antes por el contrario, el uno, el general Lamar, que presidía esa Junta, apenas hacía un año que había capitulado en la plaza del Callao, de la que era gobernador por el gobierno español. ¿Cómo pues con semejantes personas, podía esperarse que prosperase la causa de la independencia? Esta Junta Gubernativa se contrajo exclusivamente á destruir todas las providencias que se habían dictado para asegurar la tranquilidad interior, tanto con respecto á los realistas, como para con los ladrones que infestaban las poblaciones y los caminos. Desde entonces estalló el desorden más completo: se hacían levas en las calles de la ciudad y se encarcelaban a los ciudadanos más respetables, con el pretexto de alistarlos de soldados: se denigraba y perseguía á los más ilustres patriotas que habían prestado servicios muy distinguidos: parecía que se procuraba en fin, por todos los medios posibles, que el Perú volviese á la dominación española, de la que se consideraban adictos á dos de los vocales de la Junta. Con semejantes medidas no podía existir el patriotismo, y así se vió que en pocos meses quedó casi extinguido; y el desorden y el disgusto se propagaron de un modo asombroso. [...]
Fué en el 20 de Setiembre de 1822 que se instaló este primer Congreso Constituyente del Perú, y en cuyo día el general San Martín depuso en él su autoridad, persuadido de que esa asamblea lo confirmaría en el mando supremo, que él se había tomado por sí mismo: pero el Congreso le admitió inmediatamente la dimisión que él hizo del mando, y dirigió en seguida, por conducto de sus secretarios, una nota oficial al Presidente del departamento, coronel D. José de la Riva-Agüero, autorizándolo para que continuase haciendo observar el órden, como único jefe del Estado, entre tanto procedia á eligir el Poder Ejecutivo. Nombró al general San Martín de Generalísimo de las armas, y dispuso que se le diese el dictado de Fundador de la Libertad del Perú. El 23 a las once de la noche se decretó por el Congreso que le pertenecía á él, ejercer también el Poder Ejecutivo, y al efecto nombró de su seno una Junta Gubernativa compuesta de tres diputados suplentes, de la que ya hemos hecho mención. El 24 se la dió á reconocer á la nación. Ya el día anterior se había hecho a la vela el general San Martín con dirección para Chile, luego que vió el chasco que se había llevado; renunció antes el empleo de Generalísimo, y se reservó solamente los honores de este empleo.
Antes de pasar adelante, debemos decir aquí que apenas se instaló el Congreso cuando cometió la anomalía, de elegir por su Presidente al Dr. D. Francisco Javier Luna-Pizarro, uno de aquellos intrigantes desprovistos de carácter y de patriotismo, que no atienden á otra cosa que á su provecho particular. Éste se declaró inmediatamente en un demagogo frenético, y olvidando, o queriendo hacer olvidar, que él había sido hasta entonces un enemigo de la independencia, trató de hacerse el árbitro de los destinos del Perú; como desgraciadamente lo fué por mucho tiempo. La historia lo presentará como el ser más perjudicial que ha tenido el Perú; y como el agente más activo de sus desgracias y anarquía. El nombramiento de Presidente del Congreso en este intrigante demagogo, es uno de los fenómenos ó anomalías que hacen ver, lo que, con razón los mas sabios de la antigüedad han atribuido al pueblo, su veleidad é inconsecuencia, figurándolo un animal extraño con muchas cabezas, de baja, servil y mecánica condicion, que aprueba y desaprueba en un instante una misma cosa: que la confusion le hace desear el órden, y que cuando lo consigue le desagrada; porque no quiere la paz ni el reposo, sino que siempre haya mutacion, trastorno y novedad; y que él corre siempre de un extremo contrario al otro: que es muy ingrato con sus benefactores, siendo siempre la recompensa de todos aquellos que han merecido sus aplausos y reconocimiento público, un destierro una calumnia, una conspiración ó la muerte. Sócrates, Arístides, Phocion, Licurgo, Demóstenes, Themistocles, y tanta multitud de otros esclarecidos ciudadanos, que han sido víctimas de la ingratitud é inconsecuencia del pueblo, comprueban esta verdad. Tácito, Ciceron, Salustio, Séneca, Tito-Livio y tantos otros autores opinan así; y la historia de todos los tiempos confirma esta aserción. Para manifestar la absurdidad de ese nombramiento de Presidente del Congreso, en la persona de Luna-Pizarro, presentamos en las piezas justificativas un documento dado por él en 30 de mayo de 1820, publicado entonces en la «Gaceta del Gobierno Español».
Como Luna-Pizarro fué el que dirigió exclusivamente el Congreso, y á su sombra se hizo el árbitro del Perú por medió de un club de demagogos exaltados, hemos hecho mención de este documento.
Volviendo al asunto; esto es, de la elección de la Junta Gubernativa, ó comité de la asambleanacional, diremos que, entre todas las injusticias é inconsecuencias, ninguna se hace más sensible en el corazón del hombre que aquella que le atrae el menosprecio y le abate con vilipendio. La elección de las personas que la componían no podía merecer la aceptación pública, porque la opinión estaba muy pronunciada en toda la nación a favor de aquellos campeones que se habían hecho célebres durante la lucha encarnizada de la independencia. La resolución del Congreso se sobrepuso á toda justicia, y al deber de respetar la opinión pública y obró en abierta oposición con el deber de apoderados de los pueblos. Vulneró el mérito no solamente de las personas á quienes la nación entera tributaba el homenaje que le imponía la justicia; sino que se ofendió á todo patriota, de los muchos que tenían prestados servicios á la independencia. Las cicatrices que conservaban en sus cuerpos, la memoria de haber pasado años enteros en calabozos horribles, y que no faltaban algunos que hubiesen salvado sus vidas, puede decirse, al pié del suplicio: todos estos por consiguiente con mayores luces y prestigio que los elegidos para la Junta. Con esto se hizo, pues, una contra-revolución á la de la independencia, y se atrajo sobre el Perú ese conjunto de males que han llovido sobre él; y que han convertido este país, antes tan rico, en el más pobre y anarquizado de la América. ¿Podrian, los servidores de la independencia, ver con sangre fría ocupar el mando de la república, á los que no la habían prestado el menor servicio; y sí muchas ofensas? El Congreso puso pues en evidencia con esta resolución, que en el Perú se entiende todo á la inversa que en el resto del mundo: que lo que en todas partes se considera bueno en aquel se clasifica malo: que no hay premio para el mérito, ni diferencia entre la ofensa y el beneficio: ni entre el patriotismo y el indiferentismo, ó enemigos del país.
Esta lección dada por el primer Congreso Constituyente, ha sido seguida después sin interrupción por las demás cámaras legislativas que se han sucedido. La virtud ha sido castigada, y premiado el crimen. El mérito y honradez se han proscrito, la incapacidad, mala conducta y crímenes se han hecho la escala para llegar á la cumbre de los honores, de la riqueza y del poder. De este primer error del Congreso han provenido todos los desastres que experimenta el Perú; porque si hubiese procedido en el acto de su instalación á dividir los poderes y no á reasumirlos en sí, entonces seguramente habría recaído el Poder Ejecutivo en una persona que por sus aptitudes lo hubiese desempeñado bien; y entonces la guerra de la independencia se habría concluido en muy poco tiempo y con honor; y no se hubiera experimentado la vergüenza de terminarla despues con auxiliares; y la de que estos se hiciesen los amos, y saqueasen, corrompiesen la moral y envileciesen el pais. Era ciertamente imposible que una situación tan lamentable como en la que se hallaba el Perú, dejase de experimentar la pérdida total de lo principal del ejército, que se hallaba entonces sobre las costas del departamento de Arequipa, a las órdenes del general Alvarado. Efectivamente sucedió así: en Torata y Moquegua fué deshecho completamente por el ejército real"[...]