Darío Enríquez

La seguridad como antónimo de la libertad

El totalitarismo explota temores e incertidumbres

La seguridad como antónimo de la libertad
Darío Enríquez
15 de diciembre del 2021


Estos tiempos de crisis sanitaria, pandemias y vacunas, han logrado convertir a nuestro planeta en el más grande campo experimental tanto biológico como de control social. Por primera vez en nuestra historia se ha tenido posibilidad de enfrentar científicamente una pandemia. La gripe española de hace un siglo nos encontró en un incipiente desarrollo de las vacunas y sin que conozcamos aún antibióticos como la penicilina ni el amplio espectro de antivirales, analgésicos y antipiréticos con que contamos hoy.

La explotación de temores e incertidumbre para reducir cada vez más los espacios de libertad que los gobiernos permiten a sus ciudadanos, va más allá de la crisis sanitaria, aunque esta ha sido el pretexto perfecto para perpetrar tal explotación. Un aprovechamiento infame. Quebrando el principio de que la Libertad no es algo que se permite o prohíbe, sino que se reconoce por ser inherente a nuestra dignidad humana, pasamos de ciudadanos a siervos. Cuidado. No se trata de encontrar el punto de equilibrio entre la seguridad ciudadana y la libertad individual, como algunos afirman. Peor aún, hablar de libertad “individual” nos lleva al fangoso terreno de asumir la existencia de una libertad “colectiva”, lo que termina siendo una perversión si se pretende que ésta surja y subsista liquidando a aquélla.

Parafraseando a una de las mentes más lúcidas del siglo XX: si pones la seguridad por encima de la libertad, tendrás muy poco de ambas; si pones la libertad encima de la seguridad, tendrás mucho de ambas. 7,500 años de civilización proporcionan abundante evidencia de ello. Pero no aprendemos, y al parecer ni queremos hacerlo.

Hablemos de libertad y economía, citando el caso de dos países en la cuenca del Río de la Plata, que debieron tener un destino similar, pero en el último medio siglo, siguieron rumbos divergentes. Argentina ultra-estatista, en los últimos 50 años ha visto crecer el aparato estatal cuatro veces y curiosamente, la pobreza ha crecido en esa misma proporción, en vez de reducirse. Es que en ese país, especialmente con el peronismo (kirchnerista) en el poder, se apela a la "seguridad" del subsidio estatal, frente a la incertidumbre y satanización del emprendimiento; Uruguay, estatista al principio, asimiló los sinsabores de esa economía ficción y viró hacia una economía (social) de mercado. En otras palabras, simplemente no interfirió la libertad de emprendimiento y solo en algunos casos favoreció la intervención estatal pero acompañando la libertad de empresa, no castigándola ni demonizándola. Por añadidura, los cambios políticos solo definían ciertas variantes, pero el modelo base se mantenía. ¿Resultado? Es próspero líder en la región.

Es la vieja historia de la humanidad, unos que siguen el buen camino de la libertad y otros que persisten en el error estatista. En medio de esta diabólica persistencia, el totalitarismo  explota los temores y la incertidumbre de la vida diaria para enraizarse en el poder. Por eso, tanto servidumbre como esclavitud, en muchas momentos, no han surgido como consecuencia de un poderoso que somete a otros, sino que esos otros se someten y cobijan bajo la seguridad del “buen amo”, renunciando a su libertad. En un zoológico, todos son "felices" mientras haya quienes paguen las facturas y la carne venida “de fuera” tranquilice la voracidad de las fieras. Si esta metáfora es infeliz ignórela, querido lector. Se agradece. 

En caso de confusión, siempre hay que invocar los principios y ser escéptico frente a "reglas prácticas" y más aún, si las proponen políticos "con buenas intenciones". Eso es un boleto de ida al infierno. Se aduce que si bien la libertad se aplica como regla general, debemos atender lo específico de ciertas situaciones en que debemos ceder ante reglas prácticas que nos permiten mayor seguridad. Se olvida que un exceso de estas reglas prácticas puede liquidar el principio general. La sopa de rana es consecuencia de aceptar la regla práctica de "un poquito de calor no hace daño" y de olvidar la advertencia general: “la sopa caliente siempre es tibia al comienzo”. Cuando quieras saltar de la olla, será muy tarde.

Es claro que la libertad tiene necesariamente una responsabilidad inherente. Muy pocos discuten sobre ello. Hay sin duda una dimensión social, pero no liquidando la individualidad, sino respetándola y rechazando cualquier intento de colectivización forzosa. La "discrecionalidad" desde el poder es totalitarismo, no importa cuán buenas sean sus intenciones. Los peligros aumentan exponencialmente cuando se renuncia a principios y nos entregamos a "reglas prácticas" al antojo del poder. Cuidado. Ser condescendientes con estas tendencias tiránicas nos llevan al vil papel de echar zanahoria, apio, sal y pimienta a la sopa ciudadana (de rana). El poder siempre debe estar limitado, con vigilancia permanente y eficaz.

Darío Enríquez
15 de diciembre del 2021

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