Cecilia Bákula

La hispanidad en perspectiva

No se ha hecho un ponderado análisis del significado del descubrimiento de América

La hispanidad en perspectiva
Cecilia Bákula
21 de octubre del 2024


En los años escolares, cada 12 de octubre recordábamos, con especial alegría y sentimiento, el descubrimiento de América. Y de acuerdo a la edad, iban dándose representaciones en las que se recalcaban las virtudes y arrojo de Cristóbal Colón: la capacidad que tuvo para convencer y comprometer a la reina Isabel la Católica, su visión de lo que entendía como la redondez de la tierra y la importancia de lo que la conclusión de ese viaje, arribando a la isla La Española, significó para el mundo entero.

Poco a poco una reinterpretación antojadiza y muy lejana a los hechos de la historia misma, pretende desvirtuar el significado de esa hazaña marítima. Hay que ir a ver las reproducciones de las tres carabelas para entender la magnitud de la empresa emprendida por el navegante genovés, que creyó descubrir una nueva ruta que no sólo daría poder al reino de Castilla y Aragón, con Fernando e Isabel en la corona, sino que también facilitaría el acceso a muy ansiados productos, necesarios en la Europa de entonces.

Hoy en día ya no celebramos propiamente ni de manera exclusiva el descubrimiento de América, sino que a esa fecha se le ha dado un sentido de mayor vinculación cultural y hoy celebramos lo que se denomina como el Día de la Hispanidad. Ya al conmemorarse el quinto centenario de ese hecho, histórico en sí mismo que, sin requerir conjeturas, explicaciones o versiones con distorsionada voluntad, es una realidad inolvidable e inocultable, se señaló que se debía recordar y valorar el “encuentro de dos mundos”.

En los últimos tiempos, surgen y parece que se afianzan –por una conducta complaciente y facilista de muchos– nocivas corrientes antihispanistas que tienen por objeto casi fundamental, rechazar la importancia de ese descubrimiento o encuentro para criminalizar a los españoles por el hecho de haber llegado al continente americano en 1492. Esa visión sesgada de la historia, que no resiste análisis alguno, busca desacreditar y tergiversar la relación que hubo entre el Perú y España para proponer una visión localista de los hechos.

Creo que hay que decir la verdad y proponer una visión transparente y cierta de los hechos; no hubo una invasión española tal y como se quiere mostrar la realidad de la presencia europea en nuestro territorio americano. No dudo que hubo grandes intereses económicos y de poder que jugaron un papel decisivo para fortalecer la presencia española en estas latitudes; en ese momento se debía consolidar el poder castellano por encima del lusitano, del británico y/o del holandés; la lucha por la conquista de territorios, rutas comerciales y acceso a materias primas, fuera del continente europeo, fue en muchos casos una ruta sin cuartel. De no haber llegado los españoles, lo habrían hecho los ingleses, los portugueses o los holandeses, pues el espíritu de expansión y conquista está en el ADN del género humano y no es un fenómeno del siglo XV. En cualquier caso, debemos conocer que el siglo XIV fue muy duro para Europa y la búsqueda de nuevos horizontes era una necesidad para la supervivencia.

Es verdad que luego de la consolidación española en estas tierras, lo que aconteció fue la designación de autoridades, representantes o de aquellos que debían asentar los reales y el poder de España en los territorios descubiertos. Pero eso no convierte a Pizarro y a sus huestes en genocidas. No quiero decir que no se registraran abusos ni excesos; el que los haya habido y que se puedan explicar, seguramente no los justifica, pero es necesario indicar que los primeros conquistadores encontraron en esta región andina una realidad que no podemos desconocer; hubo grupos de poder tanto en nuestro actual territorio como en diversas regiones del universo descubierto que estaban en franco proceso de deterioro y descomposición.

El 26 de julio de 1529 se suscribió la Capitulación de Toledo que se convirtió en el documento que “legalizaba” la conquista española; se suscribió entre Francisco Pizarro y la corona española, determinando la extensión de territorio bajo autoridad del trujillano, a quien se le dio la condición de gobernador y capitán general del Perú. Hoy podríamos preguntarnos, con mucha altanería e ignorancia por la autoridad de España para otorgar esa Capitulación, pero ello de pretender ver con la moral y las costumbres de hoy, la realidad de hace cinco siglos, solo permite confusión y está siendo utilizada por quienes no se percatan que, “usar” la historia en favor de la falsedad, solo agrava la supuesta dignidad de aquellos a los que dicen representar o defender.

Cuando se señala que la conquista implicó miles de muertes, veo con ojos de horror la doble moral con que se expresan, pues muchos de quienes reclaman por la conquista cierran sus ojos a la gravedad inmensa de los muertos por el aborto como fatal tendencia y que es también una especie de exterminio. En el Perú se cierra los ojos a situaciones tremendas como la de los cadáveres aparecidos en Pataz o por las decenas de víctimas a manos de los grupos terroristas que quisieron conquistar a nuestra patria, en beneficio de ideologías de muerte o, las decenas de fallecidos so pretexto del covid-19 y el tema de las vacunas que llevaron a miles de compatriotas a ser víctimas fatales.

No se ha hecho un ponderado análisis de las riquezas y significado de ese encuentro entre dos mundos. América y concretamente el Perú, salvaron a Europa de una grave hambruna; productos como las especies, la canela, el ají, el cacao, el maní, la papa y sus miles de variedades, los tubérculos, el oro, la plata, la finísima lana de nuestros auquénidos, fueron un aporte sustantivo, incluyendo la tradición de la colosal arquitectura pétrea, la delicada cerámica, los tejidos en los que quedaron bordadas imágenes de la cosmovisión de esos pueblos, la capacidad para dominar el desierto y el manejo de pisos ecológicos a través de los andenes; el uso adecuado del agua como vemos aún hoy en día en Tipón, además del sorprendente sistema vial andino que conocemos como el Qapaq Ñan, entre otros. Y junto a ello, recibimos la riquísima lengua castellana, el arte, la cultura milenaria de pueblos y, sobre todo, la fe cristiana y católica, extraordinario don y aporte que no bien llegó, caló en el alma de los nativos y se ha convertido en elemento fundacional de nuestra esencia nacional, presente en el arte, la arquitectura, la tradición, el sentir y el actuar.

Lo cierto es que la nuestra es una identidad mestiza que combina lo indígena con lo hispano y hoy en día, más del 5% de nuestra población es y se considera orgullosamente mestiza. Y eso desde los tiempos del Inca Garcilaso de la Vega quien jamás ocultó la dignidad de ser en parte, es decir, mestizo, originario y heredero de lo que aquí hubo y de lo que se nos compartió. No podemos odiar a aquello que es lo sustantivo y fundamento de nuestra esencia e intentar imponer esa visión triste y poca de nuestra historia, en nada ayuda a afianzar la identidad nacional de la que cada vez carecemos más.

No todo en la vida puede ser blanco o negro y en los matices de los siglos XV y XVI hay más luces que sombras. No podemos ocultar que, a ojos del mundo, el descubrimiento de América así como los logros del Renacimiento con todo el trasfondo de desarrollo humano espiritual e intelectual y la caída del imperio Romano son hechos sustantivos, objetivos, valorados y reales en nuestra historia universal. Y para hacernos dueños de esas riquezas compartidas, hay que respetar el valor de la hispanidad que nos llega, la importancia de los aportes que hicimos y entender que no es posible entender ni juzgar la historia desde la perspectiva de la contemporaneidad.

Cecilia Bákula
21 de octubre del 2024

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