La farsa de la secesión

Cuando Pedro Castillo triunfó en la segunda vuelta, algunos trolls de derecha en las redes sociales pidieron, medio en broma, la separación entre el norte y el sur del país. Los bienpensantes progresistas pusieron el grito en el cielo, denunciando otra muestra de «ceguera», «antipatriotismo» y «discriminación» de «Lima» respecto del interior del país. Ahora, uno de los dirigentes de la asonada castillista en Arequipa, el antiguo «ultrafujimorista» Felipe Domínguez habló aprobatoriamente de la propuesta de crear una república del Sur, que contaría con un «98% de apoyo». Los bienpensantes reaccionaron ahora no señalando ceguera o antipatriotismo algunos, sino con «preocupación» y echándole la culpa, como no podía ser de otra forma, a «Lima». Demás está decir que el grueso de bienpensantes de Twitter respiran el aire húmedo de esa capital y no tienen el gusto de disfrutar a diario con las ocurrencias de dirigentes y autoridades de la calidad de Domínguez. 

Lo primero que llama la atención de esta propuesta es que no es más que una confesión indirecta del fracaso del golpe castillista de diciembre que, como sabemos, tuvo dos fases: la palaciega, que terminó con Castillo preso en la Prefectura de Lima; y la callejera, que tuvo un resultado fatídico. El golpe buscaba la desaparición del Congreso y la convocatoria a una asamblea constituyente y nada de eso se ha logrado, porque Lima y el norte se mantienen impertérritos ante las asonadas. Así que la cháchara sobre la secesión no es más que un reconocimiento de que, a diferencia de la asonada caviar-izquierdista contra Merino, la asonada etno-mao-izquierdista contra Boluarte ha fracasado. 

En segundo lugar, cabe señalar el nulo apoyo real que esta propuesta tiene en el Sur, más allá de algunos berrinches y resentimientos en las redes sociales por parte de algunos sureños ofendidos profesionales, significativamente porque a la lumpen burguesía involucrada en actividades extralegales o paralegales que financia a los extremistas no le conviene para nada.

Es necesario reconocer lo obvio: si el Perú no se escindió en momentos de menor comunicación vial y de mayores conmociones, nada hace indicar que se escindirá ahora. La razón de ese «milagro de la unidad nacional» del que hablaba Víctor Andrés Belaunde no es tan milagrosa: es la geografía. El Perú no es más que un conjunto de valles pequeños o incluso muy pequeños, separados por accidentes geográficos difíciles como desiertos y cordilleras. Y ninguno de esos valles tenía el hinterland y la capacidad demográfica suficiente para constituirse en un poder lo suficientemente poderoso para alejarse de la vieja unidad histórica originada en el Incario y el Virreinato. Es más, todo lo que pudo separarse, ya lo hizo (el Alto Perú, Quito, Nueva Granada, Buenos Aires y la Capitanía General de Chile). Esa fragmentación geográfica y demográfica más bien favorecía a que algún valle ubicado en la zona central, a 75 kilómetros de la cordillera y cercano al mar, acabase prevaleciendo administrativamente y tendiese a gobernar de manera centralista al resto de microvalles dispersos por ese inmenso territorio: ese era el valle del Rímac. 

Por último, imaginemos cómo sería la nueva república. Tomemos el caso de Arequipa, la región del sur con mayor institucionalización y sofisticación educativa y económica. Ha terminado el año 2022 con un gobernador regional preso luego de miles de pantagruélicas hazañas que van desde la embriaguez consuetudinaria, las acusaciones de violación y la impersonation de Charly García (Elmer Cáceres Llica) y con un alcalde fugado, actualmente en la clandestinidad (Omar Candia). Ni siquiera pueden pagar planillas. Simón Bolívar, en una de sus últimas cartas en 1830, decía que «si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América». De producirse la secesión, el sur del Perú sería un lugar privilegiado para el cumplimiento pleno y perfecto de esta profecía.