Javier Agreda

LA CRÍTICA LITERARIA DE J. C. MARIÁTEGUI

LA CRÍTICA LITERARIA DE J. C. MARIÁTEGUI
Javier Agreda
01 de febrero del 2017

Los dos principios que rigen las valoraciones literarias del Amauta

Los escritos que José Carlos Mariátegui (1894-1930) dedicó al arte y la literatura constituyen no sólo una parte importante de su obra (aproximadamente el 40% del total), además son aquellos en los que se manifiestan mejor sus poco comunes dotes para el ensayo: agudeza del pensamiento, firmeza en sus ideas y convicciones personales y, especialmente, una íntima comprensión de su objeto de estudio. Por eso, en sus juicios a obras y autores no temía oponerse al consenso crítico de su época, como sucedió con los escritores J. S. Chocano, César Vallejo o José M. Eguren. En todos esos casos, el tiempo se ha encargado de darle la razón y sus opiniones mantienen hasta hoy plena vigencia. En estas líneas queremos señalar aquellos principios básicos que permitieron al autor de los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana hacer una crítica literaria tan acertada y duradera.

A pesar de ser uno de los principales difusores del marxismo en América Latina, Mariátegui no aceptaba las categorías o criterios que el marxismo “oficial” intentaba imponer (a partir de Lenin y Zhdanov) en la crítica literaria. En el ensayo “El proceso de la literatura peruana” afirma: “No intentaré sistematizar este estudio conforme a la clasificación marxista en literatura feudal o aristocrática, burguesa y proletaria”. Más que por estos esquemas, Mariátegui parecía remitir sus juicios a los principios mismos del materialismo histórico, tal como lo haría algunas décadas después Arnold Hausser en su Sociología del arte; es decir como una búsqueda tras las obras artísticas y literarias de aquellas “condiciones económicas y sociales” en que se originaron. En El alma matinal, Mariátegui confiesa tener, en literatura y arte, “el gusto de las explicaciones históricas, económicas y sociales”. Por eso, afirmaba que “el gran artista se caracteriza siempre por su aptitud espontánea para reflejar un estado de ánimo y de conciencia de la humanidad”.

Entre estos “grandes artistas” que supieron expresar a la humanidad de inicios del siglo XX, Mariátegui incluye a Diego Rivera, Charles Chaplin y César Vallejo. Sobre el poeta peruano escribe: “Vallejo es el poeta de una estirpe, de una raza... interpreta a la raza en un instante en que todas sus nostalgias, punzadas por un dolor de tres siglos, se exacerban”, para añadir poco después que la poesía de Vallejo “no sólo pertenece a su raza, pertenece también a su siglo, a su evo”. La misma sintonía con el pueblo y con su época encuentra en Mariano Melgar, un autor que él rescata y que pone como ejemplo peruano del “artista que en el lenguaje del pueblo escribe un poema de perdurable emoción”.

A diferencia de los críticos marxistas “ortodoxos”, Mariátegui podía apreciar también la calidad de aquellos escritores que expresaban el estado de ánimo decadente de la aristocracia y burguesía de su tiempo. En “El caso Pirandello” escribió: “Arte de una decadencia, arte e una disolución; pero arte vigoroso y original el de Pirandello, es en el cuadro de la literatura contemporánea el que más debate merece”. De igual modo valoró a autores tan opuestos a la estética marxista como el alemán Rainer M. Rilke (“En Rilke la unidad sustancial y formal es completa. No ha empañado los cristales de su arte el hálito de una revolución”), y en el Perú a José María Eguren, escritor que “no comprende ni conoce al pueblo”, pero que él propone como uno de los poetas más originales y valiosos de su tiempo.

Otro criterio importante en las valoraciones artísticas y literarias de Mariátegui parte de lo que los especialistas han denominado su “romanticismo revolucionario”. Según Michel Löwy: “Durante su estadía en Europa, Mariátegui asimiló simultáneamente el marxismo y ciertos aspectos del pensamiento romántico contemporáneo: el idealismo italiano (Croce, Gentile), Nietzsche, Bergson, Sorel”. De estos últimos autores, Mariátegui heredaría una abierta admiración por los aspectos míticos y religiosos del arte, aquellos que le permitirían influir en la sociedad del futuro: “El arte no ha sido nunca grande cuando no ha facilitado una iconografía para una religión viva”. El arte y la literatura deberían mostrarnos, aún en la más oscura decadencia social, “El alma matinal” (título de uno de sus libros, que reúne artículos dedicados a estos temas) que anuncie un futuro mejor.

Ese romanticismo revolucionario, que él denominaba “idealismo revolucionario”, también le permite valorar positivamente el experimentalismo y la búsqueda de lo nuevo de los movimientos de vanguardia. Si bien entre estos movimientos hubo algunos, como el surrealismo, que se adscribían al compromiso político de izquierda, la mayoría de ellos sólo eran grupos de artistas y escritores ensayando y renovando ciertos recursos formales. Como en el caso del dadaísmo, esos ensayos podían llegar hasta el disparate puro, razón por la que eran considerados por los marxistas como frívolos y decadentes. Mariátegui supo apreciar la importancia literaria incluso de ese disparate: “Para una tesis sobre la poesía contemporánea, cuyos materiales estoy allegando en mis horas de recreo, he concebido tres categorías: épica revolucionaria, disparate absoluto y lirismo puro”.

El propio Mariátegui estaba muy consciente de los dos criterios básicos, el materialismo histórico y el idealismo revolucionario, que empleaba en sus valoraciones artísticas y literarias. Así, con respecto a un escritor que él admiraba especialmente, escribió: “Su obra prueba concreta y elocuentemente la posibilidad de acordar el materialismo histórico con un idealismo revolucionario”. La vigencia que hasta hoy mantienen sus críticas y valoraciones literarias demuestra que esa fue una muy acertada combinación.

Por Javier Ágreda
Javier Agreda
01 de febrero del 2017

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