Javier Agreda
La caverna de Saramago
La culminación de la trilogía iniciada con Ensayo sobre la ceguera

Cuando José Saramago (1922-2010) recibió el Premio Nobel de Literatura de 1998 se encontraba trabajando en una novela con la que culminaría la que él ha denominado su “trilogía involuntaria”, un ambicioso proyecto de análisis de la sociedad del siglo XX del cual se habían publicado ya dos libros: Ensayo sobre la Ceguera (1995) y Todos los nombres (1997). Los compromisos y homenajes que el Nobel suele acarrear, fueron postergando la culminación de esa novela. Hace exactamente 20 años, y justo antes del final oficial del siglo XX, Saramago presentó –simultáneamente en versiones en portugués, español, inglés e italiano– su novela La caverna (Alfaguara, 2000), la tan anunciada parte final de esa trilogía.
La novela cuenta la historia de Cipriano Algor y su familia, su hija Marta y su yerno Marcial. Es una familia que durante generaciones se ha dedicado a la alfarería, la fabricación de platos y vasijas de barro cocido. Si lo tradicional está representado por los Algor, la modernidad lo está por el Centro, un conjunto urbano que es a la vez una poderosa empresa y un centro habitacional. Todas las actividades económicas y laborales parecen estar regidas por ese Centro: Marcial trabaja como guardián ahí y hasta Cipriano le vende la totalidad de su producción. Los problemas para los Algor comienzan cuando el Centro decide dejar de comprar los platos de barro. Los inútiles esfuerzos de Cipriano para encontrar otro producto que vender al Centro, especialmente piezas artísticas con figuras humanas, son el eje de la narración.
Como casi todas las de Saramago, esta también puede ser considerada una novela alegórica o parábola de largo aliento. La caverna del título aparece sólo al final y es, por supuesto, una alusión al mito con el que Platón explicaba el carácter irreal del mundo en el que vivimos. La enseñanza de la parábola de Saramago es que el hombre moderno está en la misma situación que aquellos personajes de Platón: pasa la mayor parte de su tiempo encerrado en pequeñas habitaciones, observando imágenes en pantallas y alejado del contacto real con la naturaleza o con sus semejantes. Por eso, ante la perspectiva de dejar la alfarería y mudarse a vivir al Centro, la familia Algor opta por abandonarlo todo y salir en “un viaje que no tenía destino conocido y que no se sabe ni cómo ni dónde terminará” (p. 452).
A partir de esta simple historia el autor desarrolló una extensa novela apelando a sus reconocidas cualidades literarias. La abierta denuncia social, una constante en su obra, se une a la sutileza con que se presentan las emociones de los personajes y la riqueza de las descripciones de las situaciones cotidianas, a las que siempre se les da un cierto carácter mágico, ya sea el soplar las figuras humanas recién salidas del horno para sacarles el hollín o la llegada de un perro vagabundo (infaltable en las novelas del autor) para integrarse a la familia. La madurez y maestría literaria alcanzadas por Saramago se notan especialmente en su particular manejo de las técnicas narrativas, con recursos que ya son toda una marca propia: diálogos sin elementos indicadores, cambios constantes de punto de vista, autorreferencialidad del discurso.
Sin embargo, no podemos dejar de sentir que estamos ante una repetición, un libro que se debe más al oficio y la constancia que a la originalidad y necesidad expresiva. No hay ninguna novedad ni cambio notable, nada que no esté ya, y mejor realizado, en alguno de los libros anteriores. Por todo eso, La caverna resulta una novela menor dentro del conjunto de la obra de su autor; pero tratándose de Saramago, uno de los mejores escritores del siglo pasado, no deja de ser un libro interesante y valioso.
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