Mariana de los Ríos
La ballena: una inmersión en los abismos de la sinceridad y la redención
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En el mundo del cine contemporáneo, pocos directores como Darren Aronofsky (Nueva York, 1969) logran diseccionar la condición humana con tanta crudeza como sensibilidad. En La ballena (The Whale, 2022), Aronofsky nos sumerge en un espacio claustrofóbico, donde el cuerpo, la mente y el alma de su protagonista, Charlie (un descomunal y conmovedor Brendan Fraser), se convierten en un campo de batalla entre la culpa, el amor y la necesidad de encontrar sentido a una existencia fracturada. Con esta película –actualmente una de las más vistas en el Perú, a través del streaming) el director reafirma su maestría para explorar los rincones más oscuros y luminosos del ser humano, dejando al espectador con una experiencia desgarradora y profundamente reflexiva.
La acción de La ballena transcurre casi en su totalidad dentro del departamento de Charlie, un hombre con obesidad mórbida que, consciente de que su salud está al borde del colapso, intenta reconectar con su hija Ellie (Sadie Sink). Este espacio cerrado, cargado de objetos que reflejan una vida de aislamiento y autodestrucción, se convierte en un microcosmos donde confluyen los temas centrales de la película: la sinceridad, la redención y las relaciones humanas marcadas por el dolor.
Desde el inicio, la figura de Charlie se impone. Su cuerpo, afectado por su condición física, no es solo un reflejo de su enfermedad, sino también un símbolo de su carga emocional: una culpa abrumadora tras el suicidio de su pareja sentimental y el abandono de su familia. Sin embargo, lo que hace de Charlie un personaje tan fascinante no es solo su tragedia, sino su inquebrantable insistencia en la sinceridad. A lo largo de la película, pide a su hija, a sus estudiantes y a todos los que lo rodean que sean honestos, incluso cuando la verdad resulte hiriente o difícil de enfrentar.
La sinceridad como eje temático
Uno de los grandes logros de La ballena es cómo Aronofsky aborda el tema de la sinceridad, no como una virtud sencilla, sino como una herramienta que puede tanto sanar como destruir. Para Charlie, la sinceridad es la única forma de redimirse y dar sentido a su existencia. Su insistencia en que sus estudiantes escriban algo honesto y que Ellie enfrente su propia verdad es, en última instancia, un reflejo de su deseo de dejar algo puro y real antes de morir.
Sin embargo, la película también explora los límites de esta virtud. Ellie, con su brutal franqueza, es un espejo distorsionado de la filosofía de su padre. Su sinceridad carece de empatía y, en su búsqueda de exponer las verdades de los demás, no duda en causar daño. A través de ella, la película plantea una cuestión crucial: ¿es suficiente decir la verdad, o importa también cómo y con qué intención se dice?
La respuesta parece llegar en la escena final, cuando Charlie, en el momento de su muerte, "regresa" simbólicamente a una playa donde compartió un momento de conexión genuina con Ellie cuando era niña. Este recuerdo, evocado con ternura y nostalgia, encapsula la tesis de la película: la verdad, expresada con amor y vulnerabilidad, es lo único que puede perdurar y redimir.
Un elenco brillante y una puesta en escena minimalista
El corazón de La ballena es, sin duda, la interpretación de Brendan Fraser. Su actuación es un tour de force que combina una fragilidad devastadora con una calidez conmovedora. Fraser logra transmitir el dolor físico y emocional de Charlie con una autenticidad que evita cualquier atisbo de sensacionalismo. Es una interpretación que marca un regreso triunfal para el actor y que, sin duda, quedará como una de las más memorables de su carrera.
Sadie Sink, como Ellie, ofrece una actuación feroz que captura la complejidad de una adolescente atrapada entre el resentimiento y el anhelo de amor. Hong Chau, como Liz, la enfermera y amiga de Charlie, aporta un contrapeso emocional con una mezcla de compasión y frustración contenida. El elenco se completa con Ty Simpkins como Thomas, un joven misionero cuya llegada a la casa de Charlie introduce una reflexión sobre la fe y el juicio moral.
La dirección de Aronofsky, junto con el guion de Samuel D. Hunter, basado en su obra de teatro homónima, utiliza el espacio cerrado del departamento para intensificar la tensión dramática. La cámara, casi siempre cercana al protagonista, enfatiza su aislamiento y vulnerabilidad, mientras que los destellos de luz que se filtran a través de las ventanas sugieren una esperanza tenue pero persistente.
La ballena no es una película fácil de ver, y mucho menos de digerir. Su enfoque en temas como la culpa, el amor, la sinceridad y la redención es implacable, y su protagonista es una figura que desafía tanto la empatía como el juicio del espectador. Sin embargo, en esta dureza reside también su belleza. Aronofsky no ofrece soluciones fáciles ni finales completamente felices, pero sí entrega una obra que celebra la complejidad de lo humano y la posibilidad de encontrar verdad y conexión incluso en las circunstancias más difíciles.
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