Octavio Vinces

Jeringas para la misericordia

Jeringas para la misericordia
Octavio Vinces
29 de agosto del 2014

Cómo unos pocos lucran gracias a los obstáculos que pone el chavismo 

«Mejores jeringas para inyectarte veneno». Así califica el economista venezolano Luis Vicente León a la medida anunciada recientemente por el presidente Nicolás Maduro, que consiste en la implementación de sistemas biométricos en los establecimientos de venta de alimentos a fin de contar con un sistema pretendidamente eficaz de racionamiento, que además frene las compras excedentarias que salen del país como contrabando. La frase no puede ser más gráfica. Durante años el régimen chavista ha procurado corregir las distorsiones que su modelo genera, fortaleciendo —acaso sofisticando— precisamente aquello que no hace más que incentivarlas.

El régimen de control de cambio, por ejemplo, ha ido sembrando cada vez mayores límites y cortapisas a las personas y empresas que buscan de manera legal obtener las divisas que necesitan. Como contrapartida, las ganancias de quienes lucran con un mercado paralelo en el que el dólar se cotiza hasta en más de diez veces por encima de su valor oficial, siguen siendo estratosféricas. Estos límites y cortapisas no hacen más que incentivar a quienes están dispuestos a embarcarse en la aventura del llamado «mercado negro». Lo dice el propio León: «Es evidente que un sistema económico que mantiene un tipo de cambio artificial y absurdo por debajo de su valor es una tentación permanente para que los productos salgan como contrabando de extracción o se vendan en mercados negros. Y si a eso, además, se agregan los controles de precios, que impiden que se recojan los incrementos en los costos en los precios de las mercancías, la venta ilegal de esos productos (por el contrabando o en el mercado informal) se convierte en una actividad más rentable hasta que el tráfico de drogas. Y por eso es imposible evitarlo».

Esto es evidente, como el mismo Luis Vicente León lo señala, pero no por eso menos ilustrativo. Durante años el régimen chavista viene fomentando la ilicitud en magnitudes diversas, pero bajo un denominador común: la complicidad del estado. Desde los traficantes de alimentos y medicinas, pasando por los contrabandistas de gasolina, hasta llegar a los llamados «boliburgueses» o «bolichicos» (enriquecidos con la especulación en el mercado negro de divisas y la connivencia de funcionarios públicos), el chavismo ha sentado las bases para que unos pocos lucren de los obstáculos que el régimen impone a los ciudadanos de buena voluntad. Vivir de acuerdo a la ley resulta demasiado oneroso, por lo que vulnerarla siempre será rentable.

Pero además, la sanción raramente llega. Esto me recuerda que el filósofo Slavoj Zizek afirma que todo régimen totalitario es en realidad un régimen de la misericordia, porque sus leyes suelen ser tan absurdas que su cumplimiento resulta imposible. Y así el ciudadano vive en el permanente riesgo de ser encausado y condenado. Pero como ningún estado está en capacidad de enviar a la cárcel a la mayoría de su población, entonces el ciudadano tiene que sentirse de algún modo agradecido. «Trasgredo la ley pero no soy condenado, luego mi gobierno es benevolente», sería el razonamiento consecuente.

«Me arrebatáis la vida cuando me arrebatáis los medios que me permiten vivir», clama el judío Shylock en «El mercader de Venecia», una de las cumbres del teatro isabelino. Hay muertes pretendidamente dulces. O misericordiosas. Las jeringas para inyectarse veneno, pueden también representar la misericordia del estado que prohíbe, pero que no siempre sanciona. Si esto llega a internalizarse en la conciencia de los venezolanos —tal como, de manera lamentable, está dentro de la de muchos cubanos— el proyecto hegemónico del chavismo habrá obtenido una gran victoria.

Por Octavio Vinces

 

Octavio Vinces
29 de agosto del 2014

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