Miguel Rodriguez Sosa

Ideología o liderazgo alfa

El Perú desde Madrid (I)

Ideología o liderazgo alfa
Miguel Rodriguez Sosa
10 de junio del 2024


Según parece, el 2026 habrá elecciones generales en el Perú. Escribo en condicional porque en mi ahora, y por unos días, distante país poco es verdaderamente previsible en la escena política: en los últimos seis años hemos tenido seis presidentes, dos de ellos encargados y uno de estos por sólo una semana, más tres representaciones parlamentarias diferentes.

Hay augures empeñados en profetizar que será un período de campañas electorales muy marcado por la polarización ideológica, en el que se distinguirá lo que aparece como el martillo extremista del etnonacionalismo más brozno, cutre y confuso enarbolando la candidatura presidencial de Antauro Humala. Un intento de años que, de concretarse, con seguridad golpearía primero a la izquierda radical y a su comparsa progresista, debilitadas en su opción por ser participantes en el desastre de los 500 días de Pedro Castillo.

De hecho, candidaturas como las de un Guido Bellido o un Guillermo Bermejo son ilusiones evanescentes y hay parte de la izquierda progresista intentando edificar una opción electoral menos polarizante en el lado que tiende al rojo en el espectro, con personajes como Jorge Nieto Montesinos o Alfonso López Chau, tal vez con el recurso a una suerte de coalición con etiqueta nueva para la gastada pancarta del social-liberalismo.

En el extremo ideológico de las consideradas derechas la situación está menos definida. El prematuro lanzamiento de la candidatura de Rafael López Aliaga sólo ha generado hasta ahora impacto disociador en esa fuerza política de reclutamiento que es Renovación Popular. La adhesión de Fernando Cillóniz al Partido Popular Cristiano parece sólo un paso para articular una plataforma amplia que podría rememorar el Fredemo de los noventa. Entre observadores cunde cierto desconsuelo por el faccionalismo que caracteriza a este sector de la clase política y en correspondencia hay augurios fatalistas acerca de que la desunión podría favorecer una opción contrapuesta nuevamente preferida por el voto visceral e irresponsable como lo fue el que favoreció a Castillo el 2021. Pero está la parte del fujimorismo, cuya fuerza electoral indudable lo ha llevado a tentar la presidencia tres veces consecutivas.

Nadie objetará que el fujimorismo sea reconocido como una derecha popular, aunque no luzca la etiqueta y sólo por el hecho de que concita el repudio de cualquier posición de izquierdas. Pero es difícil o carente de fundamento argüir que el fujimorismo porta una identidad propiamente ideológica, ¿cuál sería?; ¿es el fujimorismo una opción aglutinante de las fuerzas políticas opuestas a las de izquierdas?, esta es también una pregunta para la que las respuestas aparecen hoy inciertas y más allá de la cuestión que apunta Carlos Meléndez en El Comercio, de que Keiko Fujimori intentó establecer un partido fujimorista democrático, no autoritario, y sin embargo, “la mitad más uno de los peruanos no le ha creído”.

En perspectiva, la anunciada polarización ideológica de las elecciones del 2026, entre izquierdas y derechas, aparece ahora fuertemente matizada por tonos centrífugos del radicalismo en ambos lados del espectro y también por iniciales esfuerzos coaligantes de las facciones con esos tintes ideológicos. La presencia de Antauro Humala es, más que otra cosa, un fenómeno mediático generado y nutrido por la conveniencia de construir opciones que, en definitiva, se distingan de su rusticidad vintage, resentida y agresiva. El personaje, más allá de los tópicos de su discurso demodé, no presenta propuestas realistas para un escenario político nacional ganado por el hiperrealismo del emprendimiento como verdadero culto de masas.

En ese cuadro, el oficial del ejército que fue con rango de medianía, aun cuando celebre en abigarrada confusión el ultraliberalismo de la informalidad nativa junto con el estatismo neovelasquista, nunca ha mostrado los rasgos del político que apunte a ser el candidato fuerte que apabulle en el terreno a sus contendores con un mensaje en el que se fusionen sus propuestas con los anhelos de los electores, eso que se llama liderazgo identitario y que es capaz de sustituir una plataforma política por el nombre del caudillo. No hay, pues, un antaurismo con enraizamiento social y, definitivamente, Antauro Humala no es un outsider político convocante; no tiene el perfil del Político Alfa, aunque juegue al nombre de su partido con el propio. Ya lo intentó el patético Pedro Castillo Terrones tratando de erigir en dos versiones e infructuosamente un partido político con la sigla PCT.

Tal vez la distancia geográfica me sea conveniente para observar el escenario político y su deriva electoral en el Perú y es así como recojo lo que un analista en Madrid, Javier Brandoli, ha denominado “el arrollador placer de votar a líderes alfa” como el recurso de los electores a sepultar la ideología en su decisión ante las urnas, llevados a optar por los liderazgos que devoran posiciones ideológicas y también estructuras partidarias, porque encarnan en sus personas la “fuerza del hacer”, que es lo que hoy las sociedades demandan a sus gobernante asegurando que debe ser la esencia de su quehacer: efectividad. El valor que sustituye a cualquiera otro del vademécum político de nuestro tiempo.

Efectividad, como la demostrada por Nayib Bukele en El Salvador, como la demandada a Daniel Noboa por los ecuatorianos, a Javier Milei por los argentinos; que es la efectividad preferida por los votantes de Narendra Modi en India y por los de Claudia Sheinbaum en México. Al margen de las grandes diferencias entre estos personajes; independientemente de que Bukele sea un líder arrollador como lo son Milei y Modi, mientras que Sheinenbaum sea la heredera de un caudillo como López Obrador, lo que resalta en el perfil de ellos es que aparecen ante sus electores como la personificación de quien sabe hacer, tiene la fuerza personal para hacer y puede hacer.

No interesa en ellos –los políticos efectivos– cuál sea su ideología sino su efigie típica, la de Político Alfa, el líder que mayorías en sus sociedades creen que es el portador del empeño y la energía para afrontar los grandes problemas del país sin cortapisas ideológicas, sin las ataduras o compromisos de estructuras partidarias o de coaliciones de fuerzas políticas que limiten su energía; el individuo que es valorado como capaz de cortar nudos gordianos sin escrúpulos “políticamente correctos” para desatarlos dentro de las reglas del juego; el artífice del lateral thinking creativo y audaz que se justifica, precisamente, por ser efectivo y donde el fin valida los medios.

Para el Perú visto desde la distancia e iluminado con las situaciones políticas de países distintos en los que florece la idea del Político Alfa como realidad o como promesa electoral, es diáfano que Antauro Humala no cuenta con el perfil y nadie tampoco lo tiene en las izquierdas desmigajadas del extremo radical; asimismo no lo hay en el sector de las izquierdas progresistas tan arropadas ellas con los parámetros del democratismo liberal y su red de activistas y oenegés. Sobre “Coco” Nieto pesa su pasado reciente de vinculación con la corrupción de Susana Villarán y su hueste, que Alfonso López corteja; por otro lado está la presencia reptante del dizque centrismo ahora con camiseta de Lo Justo y otras que aparecerán en el partidor cuando se defina la pista de carreras electoral. En el bando derechista Cillóniz puede jugar sus opciones desde el PPC compitiendo por preferencias con “Porky” López Aliaga y tal vez desde el cazurro avispero del aprismo salga Roque Benavides a confrontar otra opción propiamente empresarial como la de Carlos Añaños. Cualquier visión de estas posibilidades es ahora prematura.

Con sagacidad se puede apuntar que si la nostalgia por el ejercicio resolutivo y eficaz de la autoridad en antaño es buena base para la opción por la efectividad como plataforma electoral del futuro próximo, el Político Alfa cuya figura se dibuja en el escenario peruano es Alberto Fujimori, “unos añitos mayores que Joe Biden, nada más”, dice Carlos Meléndez, con sorna, quien lanza al ruedo la cuestión candente: “¿Puede ser tan potente la nostalgia autoritaria para que las actuales democracias elijan a un viejo autócrata?”. Bueno, él es dueño y responsable de los calificativos que le endilgue al exmandatario, de quien dice “como indican sondeos privados, continúa teniendo arrastre electoral suficiente para pasar a una segunda vuelta”.

Lo que este analista llama “comeback distópico” es, efectivamente, un dato incómodo de la realidad peruana que la República Caviar ha malgastado durante un cuarto de siglo terminando por resucitar electoralmente a Fujimori, y la verdad monda es que él no se agota en registrar su legado y se muestra activo en la escena política. Si fuera candidato -posibilidad que desvela a todos los actores en escena, incluso a los representantes del fujimorismo que él no reclama como propio- el patriarca aparecería aureolado con los atributos del Político Alfa: el que sabe y puede hacer sin que le tiemble la mano, con resolución, el gobernante efectivo que cada vez más peruanos parecen recientemente recordar (extraño fenómeno el de la memoria colectiva, ¿no?).

El escenario electoral en el que un puñado de fuerzas políticas consiguen cada una el 10% o más de los votos en primera vuelta el 2026 y entre ellas se arreglaría un resultado otra vez polarizante de segunda vuelta, podría verse frustrado si aparece el real outsider del momento, el intruso, como se ha llamado a sí mismo Alberto Fujimori, que lleve a los votantes a elegir por fuera de ideologías de izquierda y derecha, al margen del sistema de partidos (¿incluso de Fuerza Popular?) ejerciendo, otra vez y con fruición, ese placer de votar por el Político Alfa sin competidores de su estatura y a quien, con seguridad le serían condonadas todas las culpas que se le hayan imputado porque –y este es otro dato de la realidad en el presente– hay un flujo arrasador de la oferta de mano dura y efectiva a nivel mundial.

Miguel Rodriguez Sosa
10 de junio del 2024

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