Javier Agreda
Franz Kafka
Autor de desconcertantes parábolas ateas
De pocos escritores se puede decir que han dado origen a un adjetivo tan universalmente conocido como Kafka. No necesita explicarse lo que significa “kafkiano”: lo absurdo, lo siniestro, lo opresivo. Esas son precisamente las características del universo narrativo de este escritor checoslovaco, que reflejan en gran medida las angustias y problemas del hombre en el mundo moderno. Por eso Kafka, a pesar de haber muerto hace menos de un siglo, es considerado todo un clásico de la literatura universal, un autor cuya influencia es notoria en los más diversas escritores de nuestro tiempo, desde Borges y Rulfo hasta los más jóvenes narradores.
Franz Kafka nació en Praga el 3 de julio de 1883 en el seno de una familia de judíos checos del sur de Bohemia. La problemática relación que tuvo con su autoritario padre marcaría toda su vida y sería determinante para su obra. Estudió derecho en la Universidad Alemana de Praga, entre 1901 y 1906; y desde 1907 trabajó en diversas compañías de seguros. Mantuvo varias tormentosas relaciones de pareja, especialmente con Felice Bauer, con quien estuvo a punto de casarse dos veces (de esta relación ha quedado como testimonio una muy extensa correspondencia). En 1917 le diagnosticaron tuberculosis y pasó los últimos años de su vida en sanatorios, acompañado únicamente por su hermana menor Ottla. Murió el 3 de junio de 1924 en Viena.
Aunque sus primeros escritos literarios los hizo a los 15 años, fue a partir de su amistad con el escritor Max Brod, a quien conoció en 1902, que comenzó a desarrollar su obra. En 1904 escribió su primer relato conocido, Descripción de una lucha. En 1908 publica en la revista Hyperion ocho prosas sueltas bajo el título de “Contemplación”. A esa primera publicación sigue un período especialmente creativo en el que comenzó a redactar sus más importantes novelas. Pero Kafka no parecía tener ningún apuro en publicar sus textos. Recién en 1915 aparecería La metamorfosis, su relato más conocido, mientras que sus novelas –El proceso, América, El castillo- fueron publicadas póstumamente por su amigo Max Brod.
El tema central en casi todas las obras de Kafka es el del poder y la autoridad en sus más diversas expresiones. La autoridad del padre es el centro de muchos de sus relatos, como en La condena, y la institución familiar es seriamente cuestionada en La metamorfosis. Pero en este aspecto resulta verdaderamente emblemática la novela El proceso, en la que el protagonista es detenido, juzgado y condenado por una autoridad desconocida. Los personajes de Kafka parecen aceptar temerosos los designios de esas autoridades porque en el fondo se saben culpables de delitos que no son necesariamente los mismos de los que son acusados. Se trata más bien de una especie de culpa existencial. Habría que recordar que Kafka leyó con entusiasmo y admiración a Soren Kierkegaard, el precursor del existencialismo.
Pero lo más peculiar en esta narrativa es la forma en que esta temática es tratada. Kafka da a sus relatos un cierta atmósfera irreal y opresiva al combinar sucesos cotidianos y rutinarios con otros de carácter sumamente extraño y hasta inverosímil. En La metamorfosis el protagonista Gregorio Samsa se despierta una mañana cualquiera convertido en un “monstruoso insecto”. Ni el narrador ni los personajes intentan explicarse esta transformación, simplemente la aceptan y tratan de mantener las rutinas familiares a pesar de ella. En los aspectos técnicos también resulta peculiar esta narrativa: descripciones completamente realistas y un narrador casi flaubertiano sirven para presentar elementos de gran contenido simbólico dando, como resultado esas extrañas parábolas ateas, abiertas a múltiples y hasta contradictorias interpretaciones.
La obra de Franz Kafka mantiene hasta ahora toda su vigencia y su misterio. Y su lectura es hoy una de esas pocas experiencias estéticas que pueden marcarnos para el resto de nuestras vidas.
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