Mariana de los Ríos

Estado eléctrico: una distopía sin alma ni rumbo

Reseña de la más reciente película de los hermanos Russo

Estado eléctrico: una distopía sin alma ni rumbo
Mariana de los Ríos
19 de marzo del 2025

 

Netflix sigue apostando por la ciencia ficción de gran presupuesto con Estado eléctrico (The Electric State), una adaptación de la novela ilustrada de Simon Stålenhag, dirigida por los hermanos Anthony y  Joseph Russo, los responsables de las mejores películas del Universo Cinematográfico Marvel (desde El Capitán América y el Soldado del Invierno hasta Avengers Endgame). Con un reparto liderado por actores tan conocidos como Millie Bobby Brown (Stranger Things), Chris Pratt (Guardianes de la Galaxia) y el gran Stanley Tucci, el film es una aventura retrofuturista cargada de nostalgia y también una reflexión sobre la relación de la humanidad con la tecnología. 

La historia nos sitúa en una versión alternativa de los años noventa, en la que el mundo ha sobrevivido a una insurrección robótica, tras la invención de una tecnología que permite a las personas controlar a los robots mediante cascos de realidad virtual. Michelle (Brown), una adolescente huérfana, recibe la inesperada visita de un robot que asegura ser la conciencia de su hermano fallecido. Esto la impulsa a embarcarse en un viaje para descubrir la verdad, en compañía de un mercenario de dudosa moralidad, Keats (Pratt), y su inseparable compañero robótico.

A pesar de la riqueza del material original, la película parece reducir la narrativa a un pastiche de historias ya vistas en el cine de ciencia ficción. Las referencias a Star Wars, Toy Story, Guardianes de la galaxia y la filmografía de Steven Spielberg se sienten menos como homenajes y más como un intento desesperado por apelar a la nostalgia del espectador. Brown hace lo posible por sostener la historia, pero su personaje carece de profundidad, limitado a una simple misión de reencuentro con su hermano, y sin mayor desarrollo emocional. Chris Pratt, por su parte, repite su eterno rol de antihéroe gracioso, sin aportar matices nuevos.

A nivel visual, Estado eléctrico es un deslumbrante despliegue de efectos digitales, aunque lejos de sumergirnos en un mundo envolvente, estos efectos solo refuerzan la sensación de artificio. La mayoría de los personajes secundarios son creaciones generadas por computadora, lo que, irónicamente, resta peso emocional a una historia que supuestamente exalta lo tangible sobre lo virtual. Incluso el diseño de los escenarios, poblados de centros comerciales en ruinas y ferias abandonadas, parece más una excusa para el fanservice que un recurso narrativo con un significado claro.

El villano, interpretado por Stanley Tucci, es una caricatura del magnate tecnológico al estilo Steve Jobs. Su amenaza nunca se siente real, ni su plan resulta lo suficientemente inquietante como para generar tensión. Su presencia en pantalla, aunque elegante, no deja huella alguna en la historia, convirtiéndolo en un antagonista desechable. La película tampoco se molesta en explorar la naturaleza de los robots: ¿son seres vivos con conciencia propia? ¿Son simples herramientas? ¿Pueden morir? Preguntas interesantes que la trama ignora en favor de secuencias de acción y chistes reciclados.

Uno de los problemas más evidentes del film es su falta de coherencia. La película oscila entre la crítica al abuso tecnológico y la exaltación de la cultura pop y el consumismo. Por un lado, plantea la idea de que la tecnología nos ha alejado de lo que realmente importa en la vida; pero por otro, sus robots protagonistas están diseñados con la estética de caricaturescos íconos comerciales. Este doble discurso hace que la película se sienta vacía y contradictoria.

Estado eléctrico podría haber sido una exploración genuina sobre nuestra relación con la tecnología y la nostalgia; lamentablemente se diluye en un collage de referencias huecas y una estética de franquicia genérica. Con un guion flojo, personajes sin desarrollo y un mensaje contradictorio, la película se queda a medio camino entre la aventura y la distopía, sin lograr destacar en ninguno de los dos frentes.

 

Mariana de los Ríos
19 de marzo del 2025

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