Hugo Neira

Escuchando a De Soto

Y un triste adiós a unos amigos

Escuchando a De Soto
Hugo Neira
24 de enero del 2021


I

Las agendas a veces las hace el azar. Comentaré el primer mitin virtual de Soto que quienes lo siguen han llamado «Gran mitin virtual. Hernando entra a la cancha». Fue en la noche del viernes pasado, 22 de enero, a las 7 pm. Pero creo necesario recordar que el 24 de noviembre se nos fue Pedro Cavassa, entre amigos, Quino. Fue de un momento a otro. Y en estos días, también Carlos Tapia. Ambos temas no tienen relación alguna. Salvo lo que dijo un filósofo: «la vida tiene sorpresas mientras te empeñas en hacer planes». 

Comentaré ahora el programa de Hernando de Soto. Fue mucho mejor de lo que podíamos esperar. A la primera o segunda frase, salté a buscar mi lapicero para tomar notas. Le escuché decir que «el Estado está maniatado». Todos los peruanos lo sabemos, el exceso de normas («28 mil al año» y «1439 que pertenecen a grupos pequeños»), lo llamamos «la tramitología». Ciertamente, no hay Estado sin leyes y reglas, pero bueno es culantro pero no tanto. Se comprende que es una manera de frenar la corrupción, pero la medicina ha resultado peor que la enfermedad. Las pequeñas coimas se reproducen en función del tropiezo y el enredo. Unos cuantos soles, y el expediente camina. Esa invitación a la sencillez, no solo es posible sino que es un buen proyecto tanto popular como para las grandes empresas. Primer acierto. 

De Soto comenzó con ese tema y dirigiéndose a diversas instituciones sociales, propone inyectar en los dos primeros años de presidente —«si usted tiene la amabilidad del voto»— unos 37 mil millones de dólares, para que los que llamamos por ahora informales puedan obtener un capital y salir del círculo vicioso de la baja ganancia de sus pequeñas empresas. ¿Qué propone de Soto? Nada menos que «cerrar la brecha entre los sectores A/B y los C/D/E. Es decir, su proyecto, que proviene de su equipo de trabajo (citó algunos), cubre los intereses de las grandes empresas, obviamente, pero también abarca la gran parte de los empleos, gente, y producción de los productores medianos y populares con enorme potencial. 

En su exposición, estuvo sereno, sonriente, además de proponer un nuevo paradigma para eliminar los obstáculos del Perú y dirigiéndose a «los jóvenes cuyo horizonte se ha perdido» (referencia a los estragos de la pandemia), habló de la importancia de las empresas y la historia del terrorismo: «fuimos el solo país que venció algo tan grave como Sendero Luminoso, pero por lo visto, no hemos aprendido nada». ¿Qué es lo que no hemos entendido? Sencillamente que «el Perú es un país con informales que no tienen cómo ingresar al mercado mundial, y un sistema que trabaja para los formales». El sistema actual protege las desigualdades. De Soto intentaría formalizar ese potencial gigantesco que está bloqueado. Millones que no gozan de la legalidad de sus propiedades. Y no se trata solo de propiedad sino de lo que llama «securitizar» para que «sus derechos de su activo puedan generar capital en las bolsas y mercados financieros global». (Esta explicación proviene de una entrevista en el diario Expreso). En efecto, hubo una reunión de 50 mil pequeños mineros de las federaciones nacionales de la pequeña minería artesanal, que representan a 500 mil mineros informales que trabajan la tierra sin papel alguno. De Soto les dice: el tener propiedad, es tener moneda. El misterio del capital es que les falta paquetes de información y acreditación, o sea, el «pasaporte» para entrar en los eslabones del sistema internacional. Según De Soto, «hay unos US$ 800,000 millones en proyectos bloqueados en el Perú». En suma, se trata de darles a los mineros informales la identidad legal. Y entonces, no solo sale favorecida la gran empresa extractiva sino los productores medianos, los gobiernos regionales y central (más tributos). El Perú no es pobre. Está desconectado. Clase por clase, valle por valle. 

Vuelvo a eso de evitar la brecha entre sectores A/B y los C/D/E. ¿Cómo llamar esa estrategia? Diría que es lo que nosotros los sociólogos llamamos conexionismo. Es decir, grande, mediano o pequeño, cada uno es un valor. Eso significaría una filosofía política fraterna y amigable. De Soto no es que no crea que exista clases sociales —las hay—, pero lo que está claro es que la sociedad peruana no es una sino varias. No hemos salido de la situación colonial. Ahora bien, debo decir que a De Soto lo conocí por lectura, cuando escribí, antes de volver al Perú, Hacia la tercera mitad, tuve que ocuparme del enorme fenómeno de lo informal. Encontré tres interpretaciones: la de Carlos Franco, la de Matos Mar y la de De Soto, a quien no conocía. El primero, Franco, la «plebe urbana». Matos Mar, «el desborde». Pero preferí la versión que los tomó como los verdaderos empresarios. Lo hice pese a que Franco era más que un amigo, un hermano, y Matos, mi maestro en antropología. Preferí lo real, lo que envolvía la totalidad de la vida peruana. Después nos conocimos, y en estos últimos años, nos encontramos, no regularmente porque él suele viajar al extranjero y yo también. Pero hemos conversado a cada rato.

Ahora bien, el De Soto de hoy es alguien más que esa persona calificada mundialmente como teórico de los derechos de propiedad y acaso porque ha conocido 30 presidentes que lo han reconocido y porque el ILD ha sido elogiado por Milton Friedman, el Nobel de Economía. Lo veo esta vez más político que tecnócrata. Escuche bien, amable lector, ha articulado una federación de grupos sociales de trabajadores en la cual no solo hay mineros sino todo tipo de vendedores, gente de diversos oficios, cosa que no tienen otros candidatos presidenciales. No estoy diciendo que tiene un gran partido sino que lo acompañan entidades laborales casi invisibles hasta la fecha. 

Pero es necesario que diga que no busco un puesto en el Estado. Nunca he sido mermelero. Uso mi libertad. Y seré igualmente claro y desinteresado para todos los otros aspirantes a entrar en Palacio. Por lo demás, no tengo criterios maniqueos. Alguna vez un pensador francés dijo: «la historia no es enteramente racional, ni enteramente absurda» (Merleau-Ponty). 


II

Cuando un amigo se va a ese lugar que es insondable, uno pierde algo de su propia vida.

Cuando venía a Lima desde las islas de la Polinesia Francesa tras 25 años de vida fuera del Perú, traía las pruebas de Hacia la tercera mitad. Publicarlo no hubiese sido posible sin Mati y Marcos Caplansky, sin Moisés Lemlij que buscó a Salomón Lerner. El libro lo había terminado en Papeete, 760 páginas, y la coordinadora era Dana Cáceres y Quino. Y no puedo olvidar cómo me ayudaron. Luego hubo otros libros. Quino estuvo trabajando conmigo cuando estuve en la Biblioteca Nacional. Hicimos libros no solo valiosos. Amábamos a fondo la escritura y estábamos convencidos de que los libros deben ser hermosos. Y sin tanto floro, al diablo, vaya a ver amable lector, Garcilaso, testigo de vista, y Sueño y pasión por el Perú. Apuntes sentimentales. En ambos, Pedro Cavassa. Ocurre que Quino estudió antropología en la PUCP y a la vez, se dedicó a un oficio artesanal, la diagramación. Ahora bien, hubo un momento en que salí de la BN —y no quiero ni acordarme de mis razones— y me dediqué a dar clases y escribir libros. Así, salieron ¿Qué es República? y ¿Qué es Nación? editados por la USMP. Incluso otro libro posterior, Civilizaciones comparadas, editado gracias al banco BBVA, lo dedico «a la memoria de Mario Brescia», y agradezco a Carlo Reyes, a Claire «por su escrupulosa revisión de los originales« y a Quino, «que ha hecho lo imposible para que este libro sea correctamente editado». Pero está también un lujoso libro, que es Joyas de la Biblioteca Nacional del Perú, gracias a la ayuda del Banco Central de Reserva y de Julio Velarde. Ese libro tiene una infinidad de imágenes de los libros-tesoros que guarda la Biblioteca, y fue diagramado por Pedro Cavassa, esta vez, editor ejecutivo. ¿Se entiende por qué lo echo de menos?

Además, otros nexos con Quino. Por una parte, descendía de italianos, Cavassa. Lo mismo yo, mi padre Neira Damiani. (O sea un abuelo italiano que aterrizó de pronto en la Arequipa del siglo XIX. Y el bisabuelo se casó con una arequipeña chacarera y tuvieron una nube de hijos. En Arequipa los conocen, unos macizos mestizos). En cuanto a política, Quino fue trotskista. Por mi parte dejé el marxismo cuando conocí la URSS. Pero ante la política peruana, solía conversar por teléfono y le anticipaba a Quino mis ideas, y me respondía con una versión sensata y sutil. Entendía perfectamente hasta los partidos que no le gustaban. Era un don, algo especial. Al «otro» no lo despreciaba. 

Sí, pues, confieso esa suerte de inesperada soledad que emerge cuando de la noche a la mañana se va el amigo y con ello, una copiosa parte de tu vida. Quizá porque cuando se va teniendo una vida más bien longeva —que es mi caso– la muerte o la «tiznada» como dicen los mexicanos, se complace en llevarse a los íntimos, incluyendo los amigos. Cómo no ponerse un tanto melancólico. Pero no lo tomo como solo un asunto patológico, como lo ha vuelto el psicoanálisis. Sin la melancolía no habríamos tenido poetas. Una suave tristeza cubre innumerables poemas. Es un sentimiento, duelo y melancolía, y aquí un poema de Gómez de Avellaneda, español: «Venid todos los que el ceño airado..., los que no esperáis consolación alguna, ... Venid también, espíritus ardientes, que en ese mundo os agitáis sin tino». No es poema del Siglo de Oro, sino del XIX, pero la cultura peruana se ha distanciado de lo hispano. Cueto, en El Comercio, se acuerda de que hace un decenio que nos dejó el maestro Cisneros. Dice que le enseñó la diferencia entre Habla y Lengua. Pero hace 30 años que no hay asignatura de castellano en los colegios del Estado (¡!). Vamos Cueto, di algo.

El otro amigo es Carlos Tapia, ya no está en este valle de lágrimas. Con él no tuve actividades comunes, pero en los 90, escribí un libro titulado Cartas Abiertas y le dediqué una «en torno a guerrillas y grupos de presión armados». Luego, nos conocimos. Aprecié su maneras de ver las cosas, era de izquierda pero sin deseos de despotismo. No era el único y si Alfonso Barrantes hubiese llegado a Palacio, no habría cometido ese error de quedarse en el poder para siempre, como en la Cuba de Fidel y la Venezuela de Maduro. Pero no cambiamos nosotros sino la historia. A la caída de la URSS, un giro feroz de un capitalismo destructor de sindicatos, sociedades y Estados, se impuso en el fin del siglo XX, hasta nuestros días. Hay una fecha en que Cotler cree que era posible «afirmar la Democracia», era el año 80. Pero entonces, afuera, el socialismo colapsa. Y en el Perú, Sendero es sangre y matanza de campesinos, arruinando a las diversas izquierdas de esos días. Por algo Basadre dejó un libro que deberíamos conocer, El azar en la historia. Y ya está bien, hasta el próximo lunes.

Hugo Neira
24 de enero del 2021

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