Carlos Rivera

El señor de las historias

La peculiar historia de José Alvear Corimanya

El señor de las historias
Carlos Rivera
10 de marzo del 2025


Ryoki Inoue es un cirujano brasileño de 62 años que ostenta el récord Guinness de obras que marcan un total monstruoso de 1,086 novelas y se le
reconoce como el escritor más prolífico del mundo. El inmenso escritor y poeta francés, Víctor Hugo escribió alrededor de 150 obras. En nuestro país el polifacético Luis Alberto Sánchez escribió cerca de 100 obras que abarcan desde biografías, crítica literaria, historia, política, periodismo y una variedad de temas culturales. Nuestro Premio Nobel de Literatura del 2010, Mario Vargas Llosa, alcanza con hidalguía la suma de 60 libros logrados a sus 88 años.

Que estos asombrosos datos no los confundan o crean que ahí quedó la cosa. En Arequipa frente al Centro Comercial La Gran Vía, entre la continuación de la calle Mercaderes y la pequeña Plaza 15 de agosto y revestido de una dignidad y honor que ya la quisiera un decoroso caballero inglés, está el escritor José Alvear Corimanya con su ambulante quiosco, sus libros y salpicando anécdotas a sus conspicuos transeúntes y fervorosos lectores contra el lluvioso día, una tarde melancólica con vientos tibios o un sol metafísico ocultándose en el horizonte.

Sencillo, modesto, pero nunca humilde, Corinmanya desafía cualquier data literaria con sus 88 obras publicadas (y quizás más). Respira como escribe. Y además regala su maravillosa historia personal: la de un hombre con una pasión inconmensurable por las palabras y la estoica misión de hacer leer a todo público como un Quijote de nuestra posmoderna realidad regionalista. De pie, que vamos a intentar una silueta de su vida. Que Cervantes nos guíe y proteja.

Abrió los ojos por primera vez al mundo en el hospital Goyeneche de Arequipa en 1954, es vegetariano y ateo. Estudió en la Escuela Fiscal “Jorge Polar” N°951. Ex alumno de la Gran Unidad Escolar “Mariano Melgar” y en ese colegio fue alumno de una leyenda del fútbol arequipeño, Roberto “Ponciano” López Dávalos (1925-2005). Vivió en la calle Sucre del Cercado de Arequipa. Fue atleta desde sus inicios escolares. En el año de 1971 fue elegido por el Círculo de Periodistas Deportivos como el deportista destacado en la categoría ciclismo. Fue mimo, profesor de teatro, artesano, estudió sociología en la Universidad Nacional de San Agustín, fue maestro de escuela. De la bicicleta pasó a la moto por las peripecias del cuerpo y del destino. 

Cultiva la religión de la palabra en su sano ejercicio eucarístico de liberación, pregona la noble voluntad de los oprimidos y aspira al paraíso de la paz social como Eduardo Galeano o Paulo Frei. Nació pobre pero tuvo la alegría inocente de los juegos en “mancha” que hacen olvidar el hambre y las penas económicas. Tiene cuatro hijos y dos matrimonios fallidos. Y con la última mantiene una cordialidad necesaria para la armonía de su alma. José es un hombre orquesta al mismo estilo del más cotizado salsero como Tito Puente. Es autor, editor, promotor de sus propias obras, agente literario, recepcionista y relacionista público de su imagen. Además de dirigir la operación de tomar las hojas en blanco, la cartulina e imprimir cada uno de los ejemplares que pronto estarán listos para sus lectores. Lo que su corazón imagina luego sus manos modelan con agraciada caridad de artista y literato.

Siempre me lo crucé en los buses y le compraba algunos cuentos por cómodas sumas de menos de un sol. Maravillado por este trovador yo también quería contarle que amaba la literatura. Armado de valor y con un noble espacio periodístico decidí el año 2002 hacerle un reportaje para el diario Arequipa al día. Preparé mi cuestionario y estaba listo para abordarlo. Lo encontré en un paradero de la avenida Goyeneche con Paucarpata, esa turbulenta zona repleta de ruidos de motores donde grupos de gentes agilizan el paso para cruzar rápidamente de un lugar a otro. Estaba con su morral y un paquete de libros en su brazo izquierdo esperando subirse a una unidad. Lo detuve presentándome como periodista y con el deseo de hacerle una nota. Me dijo que estaba trabajando y que podríamos reunirnos luego en la Galerías Santa Fe por la calle Pizarro, cerca de las 6 de la tarde de un jueves.

Convoqué a una joven periodista(la chica de ojos color caramelo que repletan mis historias y ficciones) con la finalidad de ayudarme con las fotografías mientras yo desplegaba mi ingenuo cuestionario. Hallé un hombre sencillo y feliz, preocupado por el día a día, pero también con una inquietud social admirable (“El arte tiene la ventaja de hacer pensar más allá de la obra” le respondió a la periodista Luz Victoria Carrasco Guevara.), un coraje por la educación peruana y la realidad de nuestros políticos. Yo le trataba de llevar por los cauces estrictamente literarios pero él reafirmaba su postura ideológica y sus devaneos partidarios en los cuales había sucumbido alguna vez. Poco a poco nos iba contando cómo nacieron sus historias y como se había convertido en un referente de aquellas tradiciones arequipeñas como “El cura sin cabeza”, “Mónica”, “El demonio de la Catedral”, “El puente diablo”, o historias de amor que él había escrito con laboriosa solemnidad literaria ahora plasmadas en obras pequeñas al alcance de todos.

La conversación se tornaba interesante, pero nos pidió detenernos un momento y que debía cumplir con el recojo de unos libros (obras que él mismo compilaba, pegaba y realizaba los acabados) invitándonos a que lo acompañemos por ese periplo media cuadra más arriba. Nos fue contando que como mimo pudo conocer al legendario maestro de este arte, Jorge Acuña, artista callejero de la Plaza San Martín en Lima de quien se puede ver una foto histórica con su cara pintada de blanco, unos ojos afligidos y en sus manos levantando un letrero con una frase de José Carlos Mariátegui: “La burguesía quiere del artista un arte que corteje y adule su gusto mediocre.” y a sus espaldas una multitud que lo contempla estupefacto y fue él quien contagió a nuestro escritor su interés por el arte del teatro gestual. Corimanya más que un revolucionario es un rebelde a lo Camus, un ciudadano sin revolver y con la cacerina fulminante de sus libros para lograr ese gran cambio. 

“El compromiso es un acto, no una palabra” decía el filósofo Jean Paul Sartre y José parece tomar nota a pie de juntillas este apotegma que asume como un valor auténtico del artista. Nunca ha claudicado en su pensamiento ni ha renegado de sus ideales sociales. Se resigna con dignidad si algo le sale mal pero no es rencoroso ni le gustan las pulgas del chisme barato y simplón. Lo suyo es la conversa amena, la cháchara de anécdotas repletas de humor. Es “inmensamente rico” en la voluntad de vivir estoicamente sin que su arte caiga en el contrabando de un acomodaticio servilismo. Lo dice sin aspavientos retóricos: “Cada día forjo versos y prosas en el yunque del pensamiento.”

Las calles de Arequipa tienen sus encantos y rituales, su comida y su pampeña, sus personajes destacan en la ciencia, el arte, la cultura o la política y han marcado el destino de las nuevas generaciones. Detrás de sus majestuosa arquitectura cobija a un escritor que se entrega a su tierra con su pluma fulgurante. Recorrió la ciudad subiendo micros y hablando de la importancia de leer, luego en los últimos años lo aquejó una dolorosa enfermedad y perdió cierta movilidad en los pies. Tuvo que quedarse en un punto de referencia y seguir con la venta de sus libros en la calle Mercaderes, San Camilo o en otros lugares como el descrito líneas arriba. Traté durante más de dos décadas a José Alvear Corimanya y nunca me habló desde un púlpito de vanidad; siempre me trató como un amigo, un colega con el cual uno puede divertirse compartiendo historias. 

Larga vida a este juglar arequipeño que cuando en el año 2021 recibió en su domicilio, en una móvil ceremonia pública de manos de los funcionarios de la Municipalidad Provincial de Arequipa, el reconocimiento como “Arequipeño del Bicentenario” y al empezar a hacer uso de la palabra se le acercó un perrito negro juguetón de nombre “Ringo” y al cual Corimanya acarició con la ternura de su mano creadora y continuó con su discurso sin perder el hilo de su mensaje. La literatura tiene esas cosas extraordinarias y nuestra Arequipa tiene la gratitud de regalarnos a uno de sus hijos predilectos. Como el texao o una melodía hermosa de Ballón Farfán, José Alvear, será parte de esa iconografía mestiza que los nuevos hombres y mujeres cantarán como la gloria de sus héroes que forjaron nuestra identidad.

Carlos Rivera
10 de marzo del 2025

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