Jorge Morelli

El secreto de la Trener

El secreto de la Trener
Jorge Morelli
18 de junio del 2014

Una experiencia innovadora lejana que hoy podría ser muy útil

Cuarenta años atrás –brillantes profesionales hoy en todas las actividades no me dejarán exagerar- existió en el Perú uno de los experimentos educativos más extraordinarios, un producto del talento y la disciplina de muchos. La Academia Trener creó de la nada un sistema educativo infalible.

El objetivo era el ingreso a la Universidad en una época en que, a diferencia de ahora, las universidades eran pocas y las vacantes muchas menos que los postulantes. La competencia por el ingreso era dura. A las universidades privadas ingresaba uno de cada cuatro. La Academia logró alcanzar y sostener por varias décadas una tasa de ingreso de seis (en casos ocho) de cada diez.

El sistema es el que hizo la diferencia.

Existía una prueba semanal de resultados, construida de manera casi exactamente igual al examen de ingreso del año anterior.

Cada clase tenía un tutor a cargo de la comunicación interna y del seguimiento individual de cada alumno.

Existían siete cursos –como en el trívium y el cuadrivium de Carlomagno-: aritmética, algebra y geometría. Y en las humanidades historia, geografía, lengua y textos de literatura y filosofía. Cada curso tenía un jefe y una larga lista de profesores que seguían sus instrucciones.

El reclutamiento de profesores se hacía solo entre los mejores, los que habían ingresado con los primeros puestos. Pasaban un semestre entero como asistentes antes de dictar clase por sí mismos.

El sistema funcionaba con un doble chequeo. Cada semana, se procesaba los resultados de las pruebas y se consolidaba la información en gráficos (no existían aun las computadoras). Cada semana, los resultados eran debatidos en una reunión de todos los tutores de clase para recoger la información acerca de los alumnos, pero también acerca de si algún curso estaba fallando en el dictado. Cada semana esa información era llevada a una segunda reunión con todos los jefes de los siete cursos, lo que permitía corregir de inmediato cualquier falla en el dictado, incluso cambiar a un profesor nuevo si hacía falta, pero también las fallas que pudiera haber en el seguimiento de los alumnos por los tutores nuevos.

El seguimiento estricto de los alumnos y el doble chequeo de los profesores a través de los tutores y viceversa creó con el tiempo un sistema casi perfecto, una máquina en constante innovación, cuyos resultados eran impecables. La Academia era capaz de predecir –con poco margen de error- los resultados del examen antes de que éste se produjera, solo con base en la secuencia de las notas de los alumnos en los exámenes internos.

Que yo sepa, todo esto no fue copiado sino inventado –o, en todo caso, reinventado- a partir de cero gracias al talento, la perseverancia y la disciplina de cientos de profesores, que, a lo largo de tres décadas. orientaron y manejaron a más de 20 mil alumnos, calculo, en su ingreso a la universidad. Hasta hoy cuando reconocen a sus profesores se acercan a agradecer aquellos años de compañerismo, seriedad y calidez que muchos no volvieron a encontrar en ninguna otra institución educativa. Tal fue la Academia Trener. Si no lo creen, pregunten si exagero a los que por allí pasaron y a quienes fueron sus profesores.

No escribo esto hoy, sin embargo, por razones meramente sentimentales, sino porque tengo la sospecha de que el sistema que la Academia creó puede replicarse en gran escala para reformar el sistema educativo en el Perú. Y porque tengo la impresión de que el sistema de doble chequeo permitiría también rediseñar la descentralización del Estado peruano.

 

Por Jorge Morelli

Jorge Morelli
18 de junio del 2014

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