Cecilia Bákula
El Perú: un país que busca su destino a tientas
Tenemos la oportunidad de rechazar a los corruptos y de votar con responsabilidad

Desde hace ya un tiempo comprobamos que el país transita por la vida como un ser sin rumbo y sin encontrar las referencias necesarias para que su marcha hacia el destino y la historia, sea una marcha armoniosa, coherente, triunfal y decidida.
Nuestro discurso de orgullo respecto a cómo nos gusta ver al país nada tiene que ver con la realidad que nos está tocando vivir y que de muchas maneras permitimos y toleramos. Con esto quiero decir que si enfrentáramos el Perú a un espejo, la imagen que reflejaría la veríamos muy alejada de nuestro sueño o deseo, y nos aparecería una figura fea, que nos causaría rechazo, borrosa y del todo distante de lo que nosotros creemos o queremos creer que es nuestro país.
¿Cómo nos definimos? Como un país multidiverso, rico, potencia mundial en minería, con un futuro que se sostiene, afirma y define en su pasado, con una geografía que por ser un reto, fortalece al hombre, con una sociedad multirracial de gente alegre que hace de la danza y la música herramientas de expresión de su alma jovial, con un mar extraordinario, con una inmensa y sugestiva (por única) variedad de productos agrícolas, cuna de civilización y así, podría seguir enumerando a aquellas maravillas que nos gusta mencionar u oír cuando se habla del Perú. Pero, la realidad que vivimos parece empujarnos a tener que manifestar que esa imagen idílica -que debería ser la real porque así somos- nos devuelve, mas bien, el reflejo opaco, turbio y en colores sepia, sin el brillo de los infinitos tonos de color con que nos gusta sabernos.
¿Qué pasó, entonces, con la riqueza? ¿Por qué estamos caminando hacia un notable empobrecimiento de los más pobres y un estancamiento en el avance hacia mejorar las condiciones de vida de muchos que necesitan, entre otras cosas, que se pueda satisfacer sus necesidades básicas como son agua, luz, desagüe y, por supuesto educación y seguridad? ¿Dónde va quedando ese hombre alegre y festivo? ¿O cómo pedir que la fiesta y la alegría sigan siendo una constante natural cuando el progreso parece una entelequia, una realidad inalcanzable, cuando las esperanzas las vienen arrebatando con grosera impunidad? ¿Por qué nos negamos a ser exitosos, destacados y triunfadores en minería? ¿Es que nos duele reconocer que somos extraordinarios en potencial? Se viene conduciendo al país a la bancarrota minera por afanes políticos equivocados y por enfrentar al trabajador con el inversionista. ¿O es que acaso el bienestar va a venir sin obtener de la naturaleza los recursos que necesitamos para triunfar, mejorar, invertir y progresar?
Todos los días nos lamentamos de los niveles de la corrupción y lo que ese robo, descarado, permanente y angurriento ha significado como pérdida material para el país, como deterioro de la acción y visión moral y ética que debemos tener y poner en práctica todos los ciudadanos. Miles de millones mal habidos que han engrosado grotescamente los bolsillos de pocos y han castigado, una vez más, a muchos de ciudadanos a acceder al progreso, la infraestructura, buena educación, acceso a la salud y mejores niveles de vida a lo que tenemos derecho.
No obstante ello, grave y pernicioso per se, quiero referirme al costo moral y al costo político de esa corrupción, ya que día a día nos enfrentamos no solo a la reiterada información de hechos, grupos, organizaciones y “destape” de nuevos casos de ilicitud en la acción de “servidores” públicos, sino que no estamos analizando el impacto que todo ello vienen teniendo en el futuro de nuestro ya débil sistema político que, en la actualidad, tiene cada vez menos de democrático y que enfrentará, en breve, un proceso electoral que, desbordado ya en sí mismo por la cantidad y variedad de candidatos, no augura un futuro inmediato al que podríamos calificar como halagüeño.
Desde las altas esferas del poder y del gobierno, casi me atrevería a decir que en mucho damos vergüenza pues se nota la desatención, indiferencia, cuando no desidia e incapacidad para actuar, agregado a ello la carencia de equipos técnicos que además de que sean personas que “saben” sean personas probas que saben hacer y que pueden, en los hechos y en su propia historia, mostrar voluntad de servicio al país, al que desean llevar a niveles de excelencia. Nos gana la mediocridad y esa chatura es una enfermedad muy grave.
Los lamentables casos recientes del colapso del techo en un centro comercial o la caída de un puente en Chancay, o la absoluta y temeraria incapacidad para atender a los mínimos requerimientos de acceso al nuevo aeropuerto, los daños por la improvisación y la falta prevención son de magnitudes incalculables que no solo han tenido el lamentable costo de la pérdida de vidas, sino que vemos por todos lados deficiencia en infraestructura, en continuidad de supervisión, en control en las obras y todo ello se ve, lastimosamente, enturbiado por la mano negra de la corrupción.
Si agregamos la situación de creciente informalidad, el aumento de la inseguridad, la falta de autoridad, la nula preocupación por el estado de muchos colegios, el desorden vehicular, la falta de vías adecuadas a nivel nacional y la desatención en temas de salud básica, nos enfrentan a una situación general que urge no solo convocar a los mejores, sino exigir que estos temas básicos -sin ser los únicos- sean motivo urgente de reflexión, de propuestas y de análisis serio como parte del proceso electoral que se avecina. Los ciudadanos debemos conocer la realidad de los planes de gobierno y la posibilidad de que puedan ser cumplidos y recuerdo, una vez más, la reflexión de Ángela Merkel quien señaló que para llegar al poder no era necesario solamente conocer los problemas, sino que era indispensable saber cómo enfrentarlos y darles solución.
Un país como el Perú, cuya imagen ha de ser siempre de gloria, de excelencia, de futuro y un gran mañana, no puede quedarse callado ni sometido a ver cómo los antivalores pretenden asentarse y cómo los más pobres, sufren las consecuencias de la incapacidad y el vil aprovechamiento.
Vivimos en este momento una crisis grave de valores y de contradicción porque las cualidades profesionales, de nada sirven ante un prontuario contundente; el esfuerzo de un investigador carece de sentido ante la simpleza de un plagio; la verdad queda arrollada por la mentira y el progreso se esconde por el latrocinio y el atropello de pocos. Y que no nos digan que la queja, el clamor y el rechazo pueden ser entendidos como “sedición” o que son voces discordantes. No hacerlo, no manifestarse, no quejarse sería estar coludidos con el fracaso, sería estar ciegos ante una realidad de caos que nos golpea todos los días y sería, sin duda, dejar de ser solidarios y comprometidos con la inmensa mayoría de peruanos a los que el desarrollo, la educación, la salud y el progreso les son cada vez más esquivos. Y ello, no porque el Perú carezca del mayor potencial, sino porque vivimos un momento en el que nuestro país ha sido copado, tomado y secuestrado por quienes, por incapacidad o voluntad, quieren llevarnos al abismo.
Sin duda nos hemos olvidado de la frase célebre de “ama sua ama llulla ama quella”; en todo el país hay una voz que clama y reclama coherencia, cambio de rumbo y esta exigencia, lejos de ser la voz de un pequeño grupo, es el grito de todo un pueblo. Nunca es tarde para reaccionar y nunca es tarde para defender nuestra esencia y nuestra voluntad de vernos y vivir como lo que somos: un gran país que tendrá en el cercano proceso electoral, la oportunidad de rechazar a los indignos de confianza y de votar con responsabilidad.
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