Jorge Varela
El mundo en estado de ignición
Es necesario un nuevo ordenamiento

El mundo atraviesa un período turbulento: oscuro, complejo, árido, confuso. No es primera vez que el planeta Tierra está a punto de ebullición a causa de la furia de huracanes provenientes de la mente y voluntad perturbada de seres dotados con poder que constituyen esa elite distorsionada de carne inteligente que huele a maldad. Al comportarse de modo arrogante, violento e irracional, estos individuos casi-inhumanos serán los principales responsables del origen y secuencia de un futuro desenlace apocalíptico.
Personajes inconscientes, faltos de espíritu y razones válidas, amenazan a la nave madre que los ha cobijado y cobija, anticipando con ello el fin de la humanidad, mientras millones de habitantes del globo están recién percatándose con evidente retraso, que el orden internacional en que han vivido se encuentra agotado y debiera ser reemplazado antes de que sea demasiado tarde y una catástrofe bélica extendida sobre el orbe acapare las cámaras, pantallas y titulares informativos.
Una muralla civilizatoria débil
Slavoj Zizek, el filósofo y ensayista esloveno que suele provocar asombro y escozor mediante sus libros, artículos e interpretaciones disruptivas, ha acertado al coincidir con quienes argumentan que los derechos humanos son el fundamento básico sobre el que está construida la deteriorada muralla civilizatoria destinada a impedir el ataque sin control por parte de sujetos y grupos de interés poderosos empecinados en derribar violentamente el ordenamiento jurídico-político internacional aún vigente.
Según Zizek, “las aproximaciones contemporáneas a los derechos humanos descansan por lo general, en nuestras sociedades liberales capitalistas, en tres supuestos: primero, que tales acercamientos operan en oposición a tipos de fundamentalismos que naturalizarían o esenciarían rasgos contingentes, históricamente condicionados; segundo, que los dos derechos más básicos son la libertad de elección y el derecho a dedicar la propia vida a la persecución del placer (más que sacrificarla por alguna causa ideológica superior); y tercero, que una aproximación a los derechos humanos puede constituir el cimiento de una defensa contra el ‘exceso de poder’” (“En contra de los derechos humanos”, artículo publicado en New Left Review 34).
Un organismo destartalado
En los hechos la sola vigencia de una Declaración –o catálogo de derechos–, no parece ser esa barrera de defensa inquebrantable que detenga conflictos entre Estados, resuelva crisis graves de la humanidad y ponga punto final a la destrucción de lo viviente, si no opera un aparato internacional fuerte bajo cuyo imperio sea aplicada con eficacia, de modo que su texto se convierta en acuerdos viables y soluciones reales. Lamentablemente el organismo máximo surgido después de la segunda guerra mundial, la destartalada Organización de Naciones Unidas (ONU), ha devenido en un verdadero estorbo, en un organismo inservible, no apto para cumplir con el mandato básico de mantener la paz y seguridad universal.
El paso y el peso de los años han hecho mella en su estructura añeja, convirtiendo sus salones en dormideros de burócratas, sus pasadizos en áreas de acuerdos espurios y su existencia en casi innecesaria. Actualmente la ONU es para muchos países y millones de seres humanos sufrientes y abandonados, una sigla más; un organismo internacional superior nefasto que no cumple los objetivos de lograr la paz y entendimiento de quienes todavía confían en la esperanza lejana de vivir un mundo mejor.
¿Será que hoy “el pacifismo no es una opción”?, como dijera con brutal honestidad Étienne Balibar, filósofo marxista francés citado por Zizek, refiriéndose a la guerra en Ucrania. (entrevista en “Mediapart”, 7 de marzo de 2022). “En un momento en que la cooperación mundial es más necesaria que nunca, ‘el choque de civilizaciones’ ha vuelto con fuerza”.
Necesidad de un nuevo ordenamiento
La cuestión no es simplemente si hay guerra o paz, sino más bien si nos adaptamos a un estado de emergencia global en el que nuestras prioridades deben cambiar todo el tiempo” (Zizek, “Demasiado tarde para despertar”, ¿Qué nos espera cuando no hay futuro?).
Si la idea es recuperar la dignidad perdida y la convivencia pacífica, hoy profundamente quebrantada, es imperativo oponerse a esa visión bélica siniestra impuesta desde los Estados dominantes y cercenar aquellos tentáculos que atan y aprisionan nuestro espíritu condenado al miedo paralizante de sentir el ulular de sirenas alertando de un ataque a nuestras vidas, sin otra alternativa que buscar algún refugio para escondernos de los drones y misiles de la muerte.
Dado que el mundo asiste inquieto a un cambio geopolítico de dimensiones importantes, la urgencia contemporánea de un nuevo orden mundial, que se traducirá en una inevitable readecuación del poder y un necesario reordenamiento normativo de sus estructuras, es cada día más acuciante.
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