Carlos Rivera
El argumento como una de las bellas artes del derecho
Discurso en homenaje al Doctor Humberto Abanto, leído en el Ilustre Colegio de Abogados de Arequipa

El filósofo inglés Bertrand Russell afirmó: “La diferencia entre un hombre racional y un dogmático no radica en que este último tenga creencias y el primero no. La diferencia radica en los fundamentos de dichas creencias y en cómo se sostienen”.
Ante este recinto sagrado del derecho arequipeño —el Ilustre Colegio de Abogados de Arequipa—, donde nuestro tribuno Francisco encauzó su verbo en defensa de la justicia, el derecho y la cultura, recibimos hoy al doctor Humberto Abanto, para que comparta con nosotros el valioso fruto de su conocimiento.
Mi admiración por los grandes abogados no proviene de su retórica o de sus impecables trajes, sino de su claridad al exponer sus ideas, ya sea ante el público, en el ámbito académico o frente a una audiencia especializada. Algunos optan por la superficialidad o la notoriedad fácil; otros, en cambio, eligen la solvencia profesional y la dignidad del abogado que se mantiene fiel a sus principios.
Cito nuevamente a Russell porque el doctor Abanto encarna esa herramienta filosófica del racionalismo cuando defiende un caso y enfrenta los argumentos contrarios. Reducir la práctica del derecho a tecnicismos, repeticiones o simple jurisprudencia es caer en la intrascendencia. La racionalidad que distingue al doctor Abanto —visible en sus alegatos— se complementa con una dimensión ética que convierte su ejercicio profesional en una guía de conocimiento, apoyada en recursos multidisciplinarios y una exposición clásica, serena y precisa. A ello se suma su fortaleza espiritual, fuente de resistencia ante las adversidades que toda trayectoria conlleva, incluso ante críticas o ataques injustos que buscan empañar el mérito con deslealtad.
En una de sus conferencias, el doctor Abanto señaló con acierto: “Un defensor penal tiene que ser alguien que sea capaz de manejar conceptos como la comprensión, la compasión y el valor”. Estos principios, impregnados de estoicismo, hacen de su labor dentro del sistema de justicia una tarea esencialmente humanista. Es el trabajo de un abogado que cree en el hombre y en su sentido en el mundo; que no tolera las tiranías ni los abusos, y que confía en la fuerza moral de la razón.
Ante la incertidumbre que afecta hoy a nuestro sistema judicial, voces como la suya devuelven esperanza a los ciudadanos por su solidez profesional y la consistencia de sus exposiciones en casos de alto interés público. Con el tiempo, las posturas improvisadas o motivadas por intereses políticos se desvanecen ante la coherencia de quienes actúan con integridad.
Nuestro sistema de justicia, que debería ser un poder independiente y autónomo, ha llegado —como escribió Borges— a convertirse en “un monstruo hecho de ojos”. Sin embargo, su ejemplo renueva la convicción de que no todo está perdido.
Vendrán días mejores. La justicia aún puede levantarse con la fuerza de la razón, el temple de la ética y el compromiso de juristas como usted, doctor Abanto.
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