Andrea Narvaez
Chile: la revolución rizomática
La izquierda chilena ganó la batalla cultural

El pasado 25 de octubre se llevó a cabo un plebiscito nacional en Chile, en el que casi el 80% de la población rechazó la Constitución actual, exigiendo un cambio profundo para deshacerse del “monstruo neoliberal” que los llevó a convertirse en un modelo de éxito económico en Latinoamérica. Un reclamo social proveniente de las nuevas generaciones, que nacieron en la prosperidad y que no conocieron el 45% de pobreza de la población del país en la década de los ochenta. Hoy con la tasa más baja de pobreza, la clase media salió a saquear comercios, vandalizar monumentos y quemar iglesias con el fin de deshacerse del “capitalismo opresor” y virar hacia el socialismo que, según ellos, les asegurará la ansiada igualdad utópica.
Lamentablemente Chile pretende repetir la historia que vivió Venezuela en 1999, cuando el dictador Hugo Chávez impulsó un referéndum constitucional para redactar una nueva Carta Magna, logrando introducir un modelo socialista que posteriormente los llevó al abismo. Pero ¿qué pasó con Chile? ¿Por qué la juventud chilena era la más enardecida? ¿Era necesario desatar tanta violencia por el incremento de pasaje? Este estallido social no fue producto de una casualidad. Si miramos más allá, podemos identificar distintos sectores progresistas que se aglomeraban en las marchas y destruían todo a su paso. Llevaban el mismo discurso y aplicaban los mismos mecanismos de violencia.
Mientras Chile lucía sus cifras económicas y se mostraba como una economía exitosa, la izquierda iba ganando terreno en el campo cultural, adoctrinando en colegios, universidades públicas y medios de comunicación. Una vez infiltrados en la cultura, iban pontificando sobre las supuestas bondades del socialismo y despotricando contra el modelo económico liberal. Una guerra silenciosa detectada por muy pocos, incluso minimizada por amplios sectores de tradición republicana. Chile no despertó repentinamente, ya vivía despierta hace mucho tiempo y solo esperaba la ocasión perfecta para desatar su catarsis socialista.
Este fenómeno social resulta muy interesante como materia de estudio, pues se encuentra relacionado con las teorías post estructuralistas y marxistas heterodoxas de Gilles Deleuze y Félix Guattari, quienes proponen reemplazar un sistema institucional llamado “arbóreo” por un sistema más difuso, denominado “rizomático”. Esta teoría es explicada por la politóloga chilena Daniela Carrasco, quien afirma que el concepto de “rizoma” de Deleuze y Guattari, tomado de la botánica, señala su característica acéfala, porque esos movimientos no presentan un líder o un vocero reconocido, todos son parte de una política horizontal. Asimismo, carecen de un sistema orgánico, pero sí cuentan con redes de cooperación espontánea, como los movimientos activistas y otros. Es decir, no responden a ningún partido político, no tienen principio ni fin, ni objeto o sujeto.
Para Carrasco, la izquierda cultural es rizomática porque ejerce una acción política horizontal, como los movimientos sociales progresistas que se componen de feministas, indigenistas, antiespecistas, etc. En tal sentido, cualquier punto de un rizoma se conecta con otro, por eso encontramos los movimientos activistas dispersos que tienen como común denominador el mismo discurso, buscando generar rupturas en el sistema político “arbóreo”, entendido como el modelo tradicional, que tiene raíces profundas en la cultura occidental.
Por lo tanto, Chile vivió una revolución rizomática y perdió la batalla cultural. Los movimientos adoctrinados por la neoizquierda –compuestos en su mayoría por jóvenes– se volcaron a las calles, generando caos y violencia. Sin embargo, no hay nada más jocoso que observar una revolución de millennials en países con las mayores libertades económicas, y exigiendo el modelo socialista que destruyó a Cuba o Venezuela.
COMENTARIOS