Javier Agreda

Bufalino y “Las mentiras de la noche”

Novela que cuestiona la verdad de las ficciones

Bufalino y “Las mentiras de la noche”
Javier Agreda
05 de octubre del 2018

 

En la noche previa a su ejecución, cuatro revolucionarios son reunidos en una celda para que decidan si salvan sus vidas a cambio de revelar la identidad del líder de su grupo político. Este argumento, tan apropiado para una obra teatral acerca de los conflictos entre intereses individuales y colectivos, fue empleado por el italiano Gesualdo Bufalino (1921-1996) en su novela Las mentiras de la noche (Le menzogne della notte, 1988) para hacer una reflexión sobre la realidad de ciertas mentiras y el carácter inasible de las verdades trascendentales.

Bufalino nació en Comiso, ciudad en la que residió toda su vida. Su padre lo aficionó desde muy joven a la lectura, lo que lo conduciría a estudiar Letras y Filosofía. En 1942 participó en la guerra y a su retorno se dedicó a la docencia y a la escritura, aunque solo publicaba artículos académicos y prólogos. Recién a los 60 años, animado por Leonardo Sciascia, se dio a conocer con la novela Perorata del apestado (1981), por la que obtuvo varios premios. A ese libro le seguirían el autobiográfico Calendas griegas (1990) y las novela El güerrín mezquino (1991) y Tomasso o el fotógrafo ciego (1998) además del libro de aforismos Bluf de palabras. Bufalino falleció en 1996, en un accidente de auto, cuando comenzaba a ser considerado uno de los mejores narradores italianos de su tiempo.

En Las mentiras de la noche, ambientada en la convulsa Italia de inicios del siglo XIX, encontramos muchos de los atributos de la obra de Bufalino: las minuciosas descripciones, el tono narrativo entre irónico y poético, el juego de las citas y alusiones literarias, además de la ambigüedad de las situaciones y diálogos. Los cuatro prisioneros (un estudiante, un soldado, un poeta y un noble) deciden pasar la última noche rememorando el momento más importante de sus vidas. Pero los relatos, escuchados también por un quinto condenado, están tan plagados de heroísmo y demostraciones de valor que el lector no puede dejar de sospechar de su veracidad.


Tomemos la historia del noble, el barón Corrado Ingafú, que muestra la mecánica de duplicaciones y suplantaciones tras la que estos personajes ocultan su verdad. Corrado cuenta la importancia que tuvo en su vida su hermano gemelo Secondino, cuya humildad y "amor por lo justo y verdadero" asumió cuando este murió. Pero al final de la novela nos enteramos de que quien murió fue Corrado, lo que nos obliga a hacer una relectura de la historia para entender los motivos de esta suplantación de identidad.

Algo parecido ocurre al quinto condenado —también un enmascarado— que llega a dudar de todo lo que ha escuchado y hasta de la existencia del misterioso líder, al que solo se conoce por el apelativo de “Padreterno”. Viejos tópicos literarios —como la semejanza entre la vida y el sueño o el desciframiento del alfabeto de Dios— están presentes en el escéptico testamento de este personaje, que parece cuestionar la verdad del relato, de las reconstrucciones históricas y las ficciones literarias en general: “¿Somos verdaderos o estamos pintados? ¿Somos tropos de papel, simulacros no creados, inexistencias de sombras sobre el escenario de una pantomima de cenizas, burbujas sopladas por el pitillo de un prestidigitador enemigo?”.


A la complejidad argumental y temática, oculta tras la simplicidad y linealidad del argumento, se suma un lenguaje que en muchos pasajes alcanza la concisión y capacidad de sugerencia de los aforismos. Las mentiras de la noche es una muy buena novela, recomendable para aquellos lectores críticos y siempre atentos.

 

Javier Agreda
05 de octubre del 2018

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