Carlos Adrianzén

Autocomplacencia al cubo

Desde 1960 a la fecha hemos retrocedido en materia de economía

Autocomplacencia al cubo
Carlos Adrianzén
01 de mayo del 2018

 

Casi todo el tiempo enfocamos la evolución de la economía peruana en el corto plazo. La inflación del mes, el crecimiento del PBI o de la recaudación tributaria del mes, por no preguntarse sobre el valor del tipo de cambio este mes. Hoy otra vez los pienso a decepcionar. pero esta vez adrede. Vamos a enfocar algo mucho más relevante que comportamientos miopes. Vamos a encauzar el largo plazo de la economía nacional. Para hacerlo —y antes de avanzar en esta dirección— es útil ponderar de qué estaríamos hablando. Y particularmente discriminar los dos posibles usos del término “largo plazo”.

El primero de ellos implica su uso económico. En cualquier texto estándar de Economía se sostiene que se está en el largo plazo cuando todos los factores (incluso cualquier forma de capital) son variables o sustituibles. En el caso contrario, estamos hablando del corto plazo.

El problema con esta práctica es dual. Primero, cada día es más fácil —y se requiere menos tiempo para— variar o sustituir el uso de todos los factores productivos (incluso el capital). Por eso, cada día es más verosímil que refiriéndonos a plazos económicos estemos hablando del largo plazo. O lo que es lo mismo, que los modelos económicos etiquetados como de “largo plazo” resulten mucho más relevantes. Así, el corto plazo económico es cada más más efímero y acaso más irrelevante. Lo cual deja con mal pie al grueso de los modelos cortoplacistas, a los que mucha gente se aferra como si fueran dogmas irrefutables.

El segundo problema implica que —por ideología, inercia o convención— la gente no nos pide permiso. Hoy muchos análisis siguen usando modelos o referentes de corto y largo plazo como si tuviesen la misma validez que tuvieron hace un siglo. Paralelamente existe el segundo uso del término largo plazo. Su uso histórico o cronológico. Pasar del análisis basados en data diaria, mensual o trimestral, a apuntar al comportamiento de las variables con periodicidades quinquenales o de década. Esto lo aclara o cambia casi todo. Hasta los economistas registramos mucho menos errores o controversias usando cifras de largo plazo.

Parafraseando a un difunto economista inglés de apellido Keynes, quien sostenía que en los largos plazos todos (podemos) estar muertos, vale agregar también que en el largo plazo nos equivocamos mucho menos. La retórica, las inexactitudes y hasta las mentiras mejor vendidas y arraigadas se descubren cuando usamos periodicidades más largas. Asimismo, los aciertos de largo plazo son difíciles de esconder y retroalimentan su mantenimiento político en el tiempo. Por eso hay que darle un rol mucho mayor a los análisis largoplacistas. No pocas veces resultan más útiles que los de corto plazo. Y son implacables. Difícilmente nos engañan. También resulta mucho más frágil mentir en las proyecciones de largo plazo. Un lector acucioso las podría comparar.

Y ahora, lo ofrecido. Enfocaremos el largo plazo de la economía peruana. Para hacerlo ponderaremos su evolución desde 1960 a la fecha, usando data publicada por el Banco Mundial. En este ejercicio —y para no abrumar— centraremos la discusión encarando solo dos variables críticas: El PBI y la población. Haciéndolo, la primera observación que salta implica reconocer que desde principios de los años sesenta a la fecha nuestro producto por persona apenas se ha duplicado en dólares constantes del 2010. No hemos sido particularmente exitosos.

Nuestra participación en el PBI global fluctuó entre el 0.15% y el 0.25%. Nuestra tan destacada emergencia económica fue mínima. Esta observación, sin embargo, debe ponderarse delimitando el desastre económico registrado entre 1975 y 1990. Si hacemos la comparación entre los días en que llegamos a ser los africanos de Sudamérica y la actualidad, descubriremos que el salto posochentas fue de aproximadamente US$ 2,500 a US$ 6,500 de dólares del 2010. Esto recordando que desde 1975 a 1990 las ideas socialistas-mercantilistas compartidas por las dictaduras y democracias que nos gobernaron nos redujeron sostenidamente el PBI por persona desde aproximadamente U$ 4,000 a los US$ 2,500 aludidos.

Para redondear la idea sirve tener en cuenta que en términos de desarrollo económico pasamos de tener un producto por persona equivalente al 16% de un país desarrollado (EE.UU.) en 1960… a menos del 8% en 1990. La recuperación posochentas fue parcial. Cerrando la comparación al año pasado, apenas hemos recuperado 4% de nuestro PBI por persona como porcentaje del de un país desarrollado. Sí. Fríamente hablando, desde 1960 a la fecha hemos retrocedido en materia de desarrollo económico. Las bambarrias y la etiqueta de milagro peruano implican un agradable sobredimensionamiento de las cosas.

La reflexión de fondo aquí es poderosa y al mismo tiempo muy sencilla. Si hablamos de desarrollo económico seriamente, aspirar a tasas de crecimiento económico moderadas, penosamente autocomplacientes, de 3% a 4% no nos llevará muy lejos.

 

Carlos Adrianzén
01 de mayo del 2018

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